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Una doble vara de medir

Emilio Lamo de Espinosa

Aun cuando hace ya años que la conducta electoral tiende a ser más estratégica y racional que expresiva y espontánea, es decir, se vota no a aquéllos con quienes el elector se identifica más, sino lo menos malo de lo posible, el proceso está lejos de haberse culminado y, en todo caso, no afecta por igual a unos y otros partidos. Es decir, la actitud del electorado frente a los partidos socialistas (o de izquierda en general) o frente a los partidos conservadores es distinta. Digamos que utiliza una doble vara de medir.Como regla, los partidos conservadores han sido y tienden a ser partidos de cuadros o de élites, mientras que los de izquierda han sido y tienden a ser partidos de masas y de militancia. Aquéllos desconfían del pueblo y los segundos son populares y populistas; los conservadores temen las movilizaciones en la calle, que es, sin embargo, el ambiente natural de las izquierdas. Estas dicen identificarse con el pueblo, con la gente de la calle, mientras la derecha se identifica con los intereses generales o, con mayor frecuencia, con los intereses de la nación y se dirige más a las élites. Hablo de lo que dicen, por supuesto, no necesariamente de lo que hacen.

De ahí que el electorado tiende a identificarse con los partidos de izquierda, mientras que, por regla general se limita a votar a los de derecha. Lo que se ve reforzado en España por el hecho de que el socialismo y la izquierda fueron la vanguardia del antifranquismo y los portadores de la esperanza democrática. No es ciertamente casual que el eslogan del PSOE en 1982 fuera Por el cambio, pues sólo él podía representarlo.

Esa identificación diferencial del electorado, mayor con la izquierda y el PSOE, menor con el PP, tiene su lado bueno y su lado malo. Lo bueno (para el PSOE, claro está) es que es difícil quebrar esa profunda identificación personal de muchos votantes con el socialismo, pues éste no es algo ajeno que está ahí fuera en el escenario político, sino que son ellos mismos. Sólo así se explica la resistencia del PSOE a la baja en la durísima batalla política actual, resistencia que, sin embargo, sí es minada por IU, la otra fuerza de izquierda. Es como si algunos electores se resistieran a abandonar a un viejo amigo, a un compañero, en todo caso a uno de los suyos. Toda la mística de la vieja izquierda juega aún en muchos electores socialistas, especialmente entre los de mayor edad.

Pero al igual que no se abandona a un amigo en apuros, también, a cambio, se le pide y exige más. que a un simple conocido. Y así, cuando le traiciona o le engaña se siente íntimamente burlado y entonces el enfado e irritación del electorado es muy superior.

De ahí que los casos de corrupción suelen hacer más daño a los partidos socialistas (en Italia, Grecia, Francia o España) que a los conservadores (por ejemplo a CiU o al PNV, con los cuales, además, hay una identificación emocional derivada del sentimiento nacionalista). Pues en los primeros la corrupción genera lo que Rocard llamó una "ruptura del carisma"; "una pérdida de contacto con la opinión y, especialmente, con la opinión que se reconoce en nosotros", ha señalado Moscovici aludiendo a la corrupción en Francia. En la expectativa del electorado hacia los partidos conservadores entra siempre la posibilidad de corrupción. En su expectativa hacia los partidos de izquierda se descarta por completo; el eslogan 100 años de honradez fue creído por el electorado, que ahora pasa factura. El contrato de los votantes con unos y otros es distinto. Y por ello, si bien los partidos socialistas aguantan más y son más resistentes, cuando caen lo hacen de modo brusco e inesperado (como ocurrió en Francia). Porque el elector entonces no cambia de voto sin más, sino que dolorosamente rompe con una vieja ilusión personal.

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