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EL 'CASO ROLDÁN'

He servido al Estado lo mejor que he podido y me han dejado"

Desde diciembre de 1982 he venido ocupando cargos de alta responsabilidad en el Ministerio del Interior, y en cumplir las numerosas obligaciones que de ellos dimanan he puesto siempre el mayor empeño y esfuerzo, sin regatear dedicación ni tiempo. A través' de los cauces ordinarios del ministerio, la opinión pública ha estado informada de manera regular de la actuación del departamento; pero personalmente he procurado siempre que la discreción fuera mi norma de conducta en lo que el cargo lleva de imagen pública.Por todos los medios a mi alcance he intentado, con diversa fortuna, mantener a mi familia distanciada de la función pública, reservándome un ámbito de intimidad y sosiego. Y no ha sido fácil.

En diciembre de 1982 fui nombrado director de la Seguridad del Estado. La violencia asolaba la vida española. El señor Orbegozo se encontraba secuestrado por los terroristas, dos guardias civiles fueron asesinados en Fuenterrabía, (en su funeral se recibió la noticia de la liberación de Orbegozo). Amenazas de bombas en el ferrocarril; los guardias civiles, en plenas navidades, recorriendo las vías. Cada noche, más de diez llamadas informando de actos terroristas, amenazas, secuestros, extorsiones, muertes.

Actúan, simultánea y cotidianamente, grupos terroristas de todo tipo: ETA Militar, ETA Político-militar, GRAPO, Ejército Galego, Terra Lliure, grupos de anarquistas radicales y de extrema derecha y terrorismo árabe.

En esas condiciones, todos los días llamando por teléfono por las noches, en una media de 10 a 12 llamadas. Bombas, asesinatos, secuestro, extorsiones.

En este contexto, aún se escuchan los ruidos de sables, amenazas de involución, peligros para la democracia aún no consolidada.

Había que aprender a ganarse la confianza de las fuerzas de seguridad, consolidar la autoridad democrática, y a la vez era preciso actuar contra la violencia, asentar las instituciones, reorganizar el ministerio.

Desde luego, no fue sencillo. Un largo camino jalonado por el dolor y la sangre derramada por el terrorismo (nunca olvidaré la calle de Juan Bravo, o la plaza de la República Argentina, o tantos otros infaustos lugares).

La moral de las fuerzas de seguridad se encontraba golpeada, herida por la incomprensión, la soledad y la muerte. Francia era el santuario de los terroristas de ETA, y el Gobierno francés era reticente a cualquier colaboración en la dura lucha contra el terrorismo.

El tesón y el trabajo fueron dando sus resultados; se formaron equipos de trabajo importantes en la policía y la Guardia civil, se les dotó de importantes medios materiales, nuevos acuartelamientos, vehículos blidados, etcétera.

Incluso se firmó el llamado Acuerdo de la Castellana entre los ministerios del Interior francés y español: por primera vez, Francia reconocía que el terrorismo no era un fenómeno político, sino criminal, y se establecían las bases para la colaboración entre ambos países en la actuación ontraterrorista.

Fueron momentos duros, muchas veces amargos; pero los esfuerzos, fueron dando resultados. La España de hoy uede, prácticamente, recordar el terrorismo como un hecho pasado.

Es cierto que los restos de ETA aún provocan dolor con sus terribles actuaciones, pero es más cierto, cada vez más, que ETA va quedando, paulatinamente, como una actuación criminal residual, que en breve plazo puede ser absolutamente erradicada.

Aunque en ocasiones la memoria es débil, no me cabe duda de que en el corazón de muchos de nosotros han quedado grabados de forma imborrable aquelos dolores, aquellos esfuerzos quei consolidarón el sistema de las libetades y dibujaron la actual esperanza .

Hace más de un año cesé en mis responsabilidades públicas, e intenté dedicarme a mi familia y la actividad profesional privada. No me ha sido posible, no me han dejado.

Siempre procuré actuar con honradez, transparencia y eficacia. Pero parece que eso no ha servido de nada. Los conocimientos, unos secretos y otros no, que he ido adquiriendo a lo largo de los años en el Ministerio del Interior se están convirtiendo en injusta acusación. Y la acusación se va extendiendo, como una terrible mancha, a mi mujer, a mis hijos, e incluso al resto de la familia.

Se acusa globalmente, falsamente, por lo que tengo y lo que no tengo; a mi esposa, a mis hijos, a mis hermanos, a mi suegro. No hay parcela de mi vida personal, íntima, que no se esté sacando de la manera peor intencionada. Y resulta a veces muy difícil que sea uno quien tenga que probar su inocencia. -¿Cómo probar la honestidad y el buen hacer? Y mi abogado, un excelente y honesto profesional reconocido en todo el mundo, ha sido amenazado de muerte, reiteradamente, con montajes procesales e intoxicaciones periodísticas, y así lo expuso ante los medios de comunicación y, en su momento, se denunció parte de ello a la policía.

He intentado todos los medios: si se decía que tengo cuentas en bancos suizos, lo he negado rotundamente y he otorgado ante notario poderes a favor de todos los medios de comunicación, e incluso al juez helvético Perraudin, para que puedan investigar en mi nombre para adverar, de una vez por todas, que no tengo cuenta en Suiza ni en algún otro lugar.

Se me ha acusado de acumulación de patrimonios excesivos, y me he dirigido al Defensor del Pueblo, a la opinión pública, a las autoridades del Ministerio de Hacienda, pidiendo que se investiguen mis bienes, mis gastos, hasta el lugar más recóndito de la economía de un ciudadano. Tampoco parece que sirva de mucho.

Por último, ignoro con qué bastardos y ocultos fines golpean de manera inmisericorde a mi familia, a mi suegro y a mi hermano-. Parece que todos sus bienes me pertenecen, que no son ni han sido nunca nada en su vida sin mí.

¿Qué puedo hacer cuando de nada sirve negar la falsedad de tan interesadas acusaciones? ¿Serviría de algo el decir que mi suegro, con más de 80 años, ha sido toda, su vida un industrial honrado que ha tenido la desgracia de ser afortunado en su negocio desde hace más de 50 años? ¿Serviría de algo decir que mi hermano es un arquitecto conocido, un modesto promotor y constructor, que a lo largo de los años y mucho trabajo se ha consolidado una posición honesta y estable?

¿Serviría de algo pedir que dejen en paz, ya que no a mí, a mi familia? ¿Es que mis familiares han cometido algún delito por el solo hecho de que yo haya servido al Estado en un cargo de responsabilidad? ¿Hasta dónde va a llegar la inmundicia de la difamación, de la calumnia, de la sospecha infundada?

Frente a todo ello sólo me queda dirigirme a la ciudadanía, a la opinión pública, y de la forma más solemne posible prometer por mi honor y por mi vida que durante los años que he ser vido al Estado lo he hecho lo me jor que he sabido, podido y me han dejado; que la norma dé mi conducta ha sido la transparencia, la lealtad y la honestidad, y que jamás, en momento alguno, he utilizado a terceras personas, familiares o no, para ocultar bienes de tipo alguno, pues sólo poseo aquello que legítimamente me pertenece, con honradez, y que, ha sido puesto en conocimiento del Congreso de los Diputados, del presidente del Gobierno y del Ministerio de Hacienda.

Y si difícil es sobrellevar esta carga, aún lo es más la impotencia que se siente en prisión. No tanto, por estar privado de libertad como por el hecho de que esta circunstancia me impide contestar las Vergonzosas e intolerables insidias lanzadas en las últimas horas por Luis Roldán.

Espero tener la oportunidad de defenderme de ellas ante la justicia, pero mientras tanto, ¿qué puedo hacer? ¿Asistir impasible a la indignante estrategia urdida por Roldán para ocultar él sus verdaderas actividades ilícitas y esquivar la acción de los tribunales? ¿Observar desde mi celda cómo algunos dan crédito al responsable principal del deterioro institucional que padecemos en nuestro país? De nada vale ya que vuelvan a desmentir las imputaciones que se me hacen. De nada sirve que proclame mi verdad y mi inocencia en contra de lo vertido por Amedo y Roldán. Sigo confiando en la justicia, pero debo confesar que me abruma la posibilidad de que don Luis Roldán siga los pasos de don José Amedo -o, en el mejor de los casos, no esté en prisión más de seis años, opción de la que él mismo se ha jactado-, mientras que aquellos que, como es mi caso, tenemos la conciencia muy tranquila, corramos el riesgo de afrontar peticiones de pena de decenas de años.

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