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Reportaje:TRADICIONES

200.000 deseos hacen cola

Vicente G. Olaya

María Aguilar, de 81 años, no se movía. Sentada sobre su pequeña silla de mano, y con los ojos brillantes, aguantaba sin quejarse del frío que recorría las inmediaciones de la iglesia de Jesús de Medinaceli en la noche del pasado jueves. María, calzada con unas desgastadas zapatillas caseras y cubierta por un abrigo algo roído, intentaba sonreír cuando se le preguntaba sobre las razones que la llevaban a aguantar tantas horas de espera. "Hijo, yo creo en Dios", comentaba. "Mi marido está muy enfermo en el hospital. No quiero que se muera todavía. Le voy a pedir al Cristo que me lo deje un poco más. Llevo viniendo más de sesenta años para darle las gracias por nuestra vida juntos. Jamás me ha fallado". Y una lágrima le recorría la mejilla.Hasta 200.000 creyentes como María esperaron pacientemente su turno para confiar sus deseos al Cristo. Una media de siete horas pasaron en fila para besar los pies a la imagen que guardan los padres capuchinos.

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Esperar siete horas para besar al Cristo

VIENE DE LA PÁGINA 1"Yo llevo aquí desde las seis y media de la madrugada del miércoles", recordaba Misericordia Ávila, una de las primeras personas de la larga fila que atravesaba calles y callejuelas del barrio de los literatos. "No me importa el cansancio. Quiero decirle a Dios que me conceda alguna de las cosas que le voy a pedir. Mis deseos son que mejoren mis tres hermanas enfermas, que me conceda salud para mi hija y que haya paz en el mundo".

Según la tradición, las personas que besan los pies de la imagen del Cristo de Medinaceli el primer viernes de cuaresma obtienen una de sus tres peticiones. "Nunca falla. Yo siempre repito las mismas: salud para mi familia, trabajo para todos y que me conserve la vista, que la tengo un poco pocha", decía ayer María Lozano, de 72 años y con hermosos ojos verdes.

"Para aguantar tantas horas hay que venir provistas de galletitas, magdalenas y chocolate caliente", añadía otra de las personas que aguardaban la entrada en la iglesia. Acceder al templo y besar los pies de la imagen necesita un minimo de siete horas de espera.40.000 besos

Inocencio Egedo, padre superior de la Fraternidad de los Capuchinos, compañía religiosa encargada de esta iglesia, calcula que, cada viernes de cuaresma, más de 200.000 personas logran entrar en el templo. "Pero sólo unas 40.000 podrán besar los pies de la imagen", relata. Curiosamente, y debido a la avalancha de fieles que se produce el viernes de cuaresma, ayer los capuchinos dejaron que los devotos besasen los dos pies de la imagen. "El resto de los viernes sólo se puede besar el izquierdo", reconoce Egedo, y muestra la extremidad inferior izquierda de la imagen, deformada por el roce de miles de labios. "Mire, el derecho no está tan deformado. Se conserva tal y como lo talló el autor hace cuatro siglos", añade.

Muchos de los fieles, además de besar el pie de la imagen, pasan objetos personales, medallas y estampas por el Cristo. Egedo explica: "La gente busca de esta manera la bendición de los objetos, sin darse cuenta de que dañan, poco a poco, la imagen. Este año lo hemos prohibido y hemos colgado algunos carteles recordándolo".1895

La historia del Cristo de Medinaceli se remonta al siglo XVII y comienza en el taller del sevillano Luis Antonio López. La imagen fue trasladada en 1614 a la entonces recién tomada plaza de Mámora, en Marruecos. En 168 1, la plaza es conquistada por los musulmanes, que un año después entregan la imagen a la orden de los trinitarios. Estos la trasladan a Madrid y, tras pasar por diferentes manos privadas, termina en 1895 en manos de los capuchinos, que desde entonces la exponen públicamente para su culto.

Según Egedo, "pronto adquirió fama de milagrosa, y desde entonces, todos los primeros viernes de mes es venerada por los madrileños". Sin embargo, el primer viernes de cuaresma los fieles que acuden a la iglesia se cuentan por cientos de miles.

"Hoy es algo parecido al santo de Jesús de Medinaceli. Venimos a darle gracias y a mostrarle nuestra devoción", explicaba Marta Robles, de 42 anos y llegada de Almería el día anterior.

La iglesia abre a las doce de la noche del jueves al viernes. Sus puertas permanecerán abiertas hasta que pase el último de los fieles, aproximada mente al mediodía del sábado. "Teóricamente, sólo tenía que permitirse el paso el viernes de cuaresma, pero no puedes ce rrar la puerta a una persona que lleva diez horas esperando. Por eso, los padres alargan el horario hasta el sábado", explicaba ayer una de las personas que esperaban la apertura de la iglesia.

Una hora antes de la apertura, los miles de personas ya congregados comenzaron a ponerse algo nerviosas. Los policías nacionales que vigilaban el orden en la fila aguantaban el chaparrón de críticas. que los devotos les hacían. "¡Este es el año peor organizado! La culpa es de ustedes, que no son capaces de mantener el orden. ¡Esa señora se ha colado!".

Y le respondían: "De eso nada, mi marido me guardaba la vez". Otra voz añadía a gritos: "¡Corten la calle de una vez!". "Hagan lo mismo que cuando juega el Madrid. ¡Esto es más importante!", les gritaban a los policías. El agente miraba al cielo. "Que acabe pronto esto, por favor", musitaba. "Son peor que los ultrasur. Por lo menos, con ellos sabes a qué atenerte. Pero con estas señoras... ". Cuando faltaban pocos minutos para las doce de la noche, y a causa de la aglomeración de fieles, los responsables de la iglesia abrieron el portón de madera. "Agente, ese señor es mi padre, quiero que me deje pasar. Me estaba guardando la vez", gritaba una joven, mientras un hombre de unos sesenta años (seguramente el progenitor de la muchacha) luchaba contra la corriente de personas que ya atravesaban la puerta del templo. "¡Que es verdad!". Y a la fuerza, el hombre fue engullido por la puerta.

La primera esperanza

María Teresa Ventura fue el viernes otra vez la primera de la fila. A sus 43 años, ha conseguido cinco veces colocarse en el primer lugar. "No sé. Prefiero estar a la cabeza. Ya conozco a la gente de otros años. Este año ha faltado una viejecita que siempre venía. A lo mejor, está enferma", comentaba.Ser la primera de esta fila formada por más de 200.000 personas no es fácil. "Llevo aquí desde el miércoles a las seis y media de la mañana. He dormido en la calle.. Cuando me cansaba o necesitaba ir a desayunar, mi amiga Misericordia me guardaba el sitio. Este año lo hemos pasado muy bien por la noche porque los borrachines del barrio nos hicieron compañía. Son buena gente" relataba.

Esta mujer reconoce que alguien había intentado darle dinero a cambio de su puesto. "Jamás aceptaría una peseta. En cambio, si una viejecita me lo pidiese, le dejaría mi puesto sin rechistar".

María Teresa lleva dos años en paro. Sus gruesas gafas graduadas le achican la mirada y hacen que destaque su amplia sonrisa: "Sólo quiero que mejore mi salud, encontrar un empleo y, si Dios quiere, el amor. No es mucho, ¿verdad?".

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Sobre la firma

Vicente G. Olaya
Redactor de EL PAÍS especializado en Arqueología, Patrimonio Cultural e Historia. Ha desarrollado su carrera profesional en Antena 3, RNE, Cadena SER, Onda Madrid y EL PAÍS. Es licenciado en Periodismo por la Universidad CEU-San Pablo.

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