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Tribuna:FIN DE UNA HUIDA
Tribuna
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Laos, la Albania asiática

Hace 30 años, el jefe de la casa real laosiana me invitó a la fiesta del Pimai, en la capital en la que residía el monarca Sivang Vatana, barrido en 1973 por la revolución comunista. En el templo de las Tres Pagodas, el rey, un hombre simpático y bondadoso, sentado sobre un almohadón y rodeado de servidores seguía con cierto cansancio los sermones de los bonzos. Sonaban los xilófonos y los fieles daban suelta a los pájaros para ganar indulgencias en el reino de Buda y Sivang Vatana. Al terminar las fiestas, que duraron tres días, el jefe de protocolo me preguntó por qué España no mantenía relaciones diplomáticas con el reino de Laos. No tenía respuesta para la pregunta ni era asunto mío pero al bajar a Bangkok se la trasladé al primer secretario de nuestra embajada en Tailandia, Máximo Cajal. Antes de un año España y Laos abrían relaciones plenas. Así se escribía la historia laosiana por aquellos años.En 1973, las guerrillas comunistas triunfaron sobre el ejército real apoyado por los norteamericanos. Acabó la guerra secreta del reino de Laos, que pasó a llamarse República Popular y Democrática. El Gobierno comunista cultivó el aislamiento. Temía la apertura, la perestroika. La vida en Vientian, la capital administrativa, discurría replegada sobre sí misma, al ritmo de los triciclos de la avenida Lan Xang, lenta, lánguida, sin apenas turistas, sin rascacielos, sin el alboroto de Bangkok. Para quien llega a Tailandia, tanto Vientian, como Luan Prabang son un balneario, una cura de descanso y de ruido. Luan Prabang, donde vivió Luis Roldán, no ha perdido su inocencia. Se escucha el batintín de las 75 pagodas, el paso de los bonzos a la hora del óbolo. La única diversión nocturna consiste en acostarse pronto. Esta, uno de los últimos ejemplos de la Vieja Asia, es la tierra del millón de elefantes y el parasol blanco, uno de los vértices del Triángulo de Oro, el paraíso de la droga. En el aeropuerto te desean, como siempre, la bienvenida en francés y pronto se escuchan canciones de Edith Piaf. La gastronomía local incluye ancas de rana. ¿Qué ha sido de Laos, el país olvidado desde 1975? El final del comunismo y de la ayuda soviética sonó en Vientian como un pistoletazo en medio de un concierto.

El triunfo militar del Patet Lao trajo los uniformes verde olivo y la burocracia del partido único. El Gobierno comunista colectivizó la agricultura y la industria. Fue una catástrofe. A mediados de los ochenta Vientian admitió en parte la derrota del marxismo y empezó a coquetear con la economía de mercado. Es un pequeño país de poco más de tres millones de habitantes, montañoso, sin salida al mar, sin ferrocarril, mal comunicado, con sus triciclos (tuktuk) en las ciudades, sus elefantes y tigres en las montañas. La Albania asiática.

Laos ha tenido siempre algo de secreto, de apartadizo. Los golpes de Estado eran crónicos en los sesenta y nuestro amigo el suizo Papa Gumiez, dueño de una taberna en Vientian, se escondía con sus amigotes en la bodega en cuanto sonaba el primer disparo del cuartelazo. Después de interminables partidas de póker y consumida en parte la bodega, cuando la radio anunciaba el triunfo o el fracaso del golpe, Papa Gumiez salía de nuevo a la superficie. Llegan unos pocos miles de turistas atraídos por la naturalidad de Laos, por su autenticidad, hartos del estruendo tailandés. A veces se cierra de pronto la frontera, se suspende la concesión de visados. El Gobierno se asusta. Tailandia -la molesta vecina- es la nueva potencia regional. Invierte en Laos. Van a hacer de la pura Luan Prabanc, la capital de las salas de masajes. En el museo local te enseñan las tazas de té regaladas por Mao, una medalla de Lindon Johnson y la bandera laosiana que por encargo de Nixon voló en el Apolo. El Patet Lao convirtió a la burocracia en una de sus bellas artes. Ahora no sabe qué hacer de los 200.000 funcionarios, ni sabe tampoco qué modelo de sociedad elegir, a caballo entre el comunismo y la reforma económica. El puente tendido sobre el río Mekong, entre Nong Kai, la orilla tailandesa, y la laosiana, mal que le pese al Gobierno, temeroso del contagio, va a romper con el hermetismo y el aislamiento laosiano. En el aeropuerto leemos un anuncio que dice: "Deposite sus armas de fuego". Recuerdo aquellos viajes en Air Continental de Vientian a Luan Prabang en 1965, con el avión cargado de gallinas y cajas de whisky para los generales proamericanos. Chuleta de búfalo condimentada con coco en el Salongsay, música tribal en el hotel Lan Xang. Vientian (recinto del sándalo) entreabre sus puertas. El gong de la pagoda del monte Fusi en L. P. (capital del Buda de oro fino) llama al viajero. A un viajero llamado Luis Roldán.

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