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la violetera

Señora doña Esperanza Aguirre Concejala de Cultura Madrid Muy señora mía:

La que suscribe, Josefina Algete Alcalá, de 52 años, casada, natural de Madrid y residente en Lavapiés, violetera, se dirige a usted para manifestar lo, siguiente:

Yo era un ave precursora de primavera que iba y venía por la calle de Alcalá con la falda almidoná vendiendo ramitos de violetas, o nardos, o rosas, o claveles (todo dependía de la época). No presumía de guapa ni de chulona, la verdad. Quizá por este motivo he dejado de ser la violetera. A estas alturas, me veo obligada a ejercer diversos trabajos de emergencia para sobrevivir. Mi antigua y castiza profesión ha sido tomada por un ejército de señoritas orientales, inexpresivas, autómatas y cortadas por el mismo patrón, que se cuelan en los bares a todas horas con capullos rojos, inodoros e insípidos envueltos en papel de celofán.

No le sé explicar exactamente cómo empezó la invasión, señora. Sólo sé que, a la chita callando, esas muchachas de ojos rasgados nos han mandado al paro a las floristas de toda la vida. Todas ellas son iguales o muy parecidas, carecen de gracia y la mayoría no sabe una palabra de castellano. He comentado muchas veces con mis compañeras estos hechos y todas nos hacemos cruces. Las violeteras somos protagonistas de esa canción que sigue dando la vuelta al mundo hablando de Madrid pero Madrid nos ha dado la espalda. Cuando nosotras llegamos por la noche con nuestros ramos a los locales de diversión, ellas nos han precedido. ¿De dónde salen?, ¿Quién está detrás de ellas? ¿Dónde consiguen las flores? Misterio.

Pero hay más, señora. Hace tres meses, buscando una solución, decidí ponerme a vender tabaco por la calle. Duré lo que un suspiro. También las chinas controlan el negocio ofrecen cajetillas más baratas. Están a todas horas en el metro, en la Gran Vía, a la salida de los cines, en el fútbol, en el Rastro,, en el Retiro, merodeando por los paseos. Total, qué ya no sé qué hacer para ganarme la vida.

A mí me parece, señora, que la culpa de todo la tiene ese horror de estatua que ustedes han plantado en la confluencia de la calle de Alcalá con la Gran Vía. De sobra sabe usted que hay imágenes con mal fario, como es el caso. Ésta, más que estatua, es una estantigua ruin, nariguda y malcarada. Cada vez que paso por su lado me hago la señal de la cruz, maldigo de la bicha, cruzo los dedos, toco madera, despotrico contra su autor y me acuerdo de la familia de quien la mandó erigir. Ese esperpento de escultura debe ser recluido en alguna de las cárceles municipales de estatuas. Sólo así se podrá terminar con las malas vibraciones de esa imagen que nos ha llevado a la ruina a las floristas.

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No es mi intención criticar a los políticos, pero creo que el alcalde y los chinos son los culpables de la desaparición de las violeteras madrileñas. El alcalde, por mal gusto; los chinos, porque son muchos. Una amiga mía que es muy leída me ha dicho que los chinos, en Madrid, son clónicos: los hacen en un laboratorio y salen todos con un ramo de rosas o un cartón de tabaco en la mano. A mí estas cosas, además de inquietarme, me han mandado al paro.

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