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FÚTBOL PRIMERA DIVISIÓN

Centímetro a centímetro

Lasa corona con el gol de su vida el trabajoso triunfo del Madrid frente al Sevilla

Santiago Segurola

Si la justicia existe -cosa más probable de lo que parece en el fútbol- y el Madrid tiene alguna perspectiva de la historia, debería encargarse una placa para testimoniar la admiración a tres defensores excepcionales. "Aquí dictaron su magisterio Quique, Hierro y Sanchis en la temporada 1994-1995". Hay un cuarto defensa, Lasa, que recibe menos crédito, pero que ahora mismo ha conseguido desbaratar el cinismo de algunos estadísticos y, por el camino, marcar uno de los goles del año.Fue ayer, en un partido tenso, para equipos fuertes, uno de esos encuentros que se conquistan centímetro a centímetro. De esa guerra de desgaste salió ganador el Madrid y este lateral izquierdo, que coronó la victoria con el gol de su vida. En la última jugada de la tarde, cuando el Sevilla buscaba el empate en el lanzamiento de un córner, Lasa interceptó la pelota, corrió como un desesperado, levantó la ceja y lanzó a la portería sevillista desde 58 metros.

Unzué retrocedió y pidió misericordia, porque esos goles duelen de verdad. Pero el balón le sobrepasó ante el delirio de los hinchas, de Lasa y de todos los jugadores madridistas, que se arracimaron sobre el lateral hasta formar una montonera informe. Aquel festejo tenía la virtud de representar todo: la victoria difícil, el gol hermoso y el homenaje a un compañero que casi nunca merece el neón de la popularidad.

No resultó casual que los goles se produjeran por dos intercepciones defensivas del Madrid. El partido, que había sido muy trabajoso, se deslizó hacia el lado madridista en una jugada que avisaba de gol en la portería de Buyo. Fue un contragolpe, con Suker en la banda derecha, y la pelota bien atada. A su izquierda, se desplegaba Dumitrescu. Y en medio Hierro, todo ojos. Con uno vigilaba a Suker y la pelota; con el otro medía la carrera de Dumitrescu. Era una situación de máxima alerta. Si recibía el rumano, el gol era seguro, salvo mejor opinión de Buyo. Suker hizo lo que debía: buscó a Dumitrescu y pasó a la izquierda. Pero Hierro leyó la jugada y enganchó el balón. Luego salió fuerte y decidido, con el tranco largo que le caracteriza. Desde el centro del campo vio el desmarque de Raúl y abrió el pase largo para el, chico, que había fallado varias veces hasta entonces. Esta vez, no. Raúl recogió el pase, giró el cuerpo y con la derecha lanzó hacia el primer palo. Unzué no llevaba sotana: la pelota pasó entre sus piernas. Después de tanto sufrimiento el Madrid respiro.

El Madrid tomó el partido como debía. Jugó con la máxima atención, sin desprotegerse, muy consciente de la enredadera que le proponía el Sevilla. Era un partido para jugadores listos y con oficio. Esta vez no cabía la posibilidad de la goleada. Los partidos de esta clase, se brindan más a los entrenadores que al público. En ese punto, Valdano debe sentirse satisfecho con su equipo. En realidad, el Madrid tuvo más oportunidades de las que pedía el partido. Zamorano y Raúl estuvieron cinco veces frente a la portería sevillista, con el gol preparado.

Pero la tarde iba para otro lado: para el juego contenido, para la búsqueda tranquila del momento, para el orden táctico. Por ese lado, los dos equipos fueron, intachables. El Sevilla, con cinco defensas y la línea muy adelantada, puso minas en todos los rincones del campo. Luego le quedaba la última bala, cualquier contragolpe de Suker. Pero ahí se apreció el talento y la categoría de Quique, Hierro y Sanchis. Suker nunca pudo rebasar a Sanchis, que debió salir a hombros de la plaza. Partidos como el de ayer son los que definitivamente nos presentan a Sanchis como uno de los mejores centrales del mundo, un jugador recuperado para la causa del fútbol de una manera grandiosa.

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