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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una Irlanda sin violencia

Los VERDADEROS términos del acuerdo de paz en Irlanda del Norte parecen ir aclarándose. Hace unos días, el Times de Londres publicaba el borrador de un plan para avanzar en la solución del conflicto angloirlandés que ha despertado tanta esperanza entre los católicos del Ulster como animosidad en la mayoría unionista-protestante de la provincia británica.El proyecto concordado por los Gobiernos de John Major y el que John Bruton preside en Eire, que ha sido virtualmente confirmado por Londres, entraña la creación de una autoridad conjunta panirlandesa que emanaría de los dos Parlamentos de la isla: el de Dublín y el que sería creado en el Ulster como consecuencia de un regular proceso electoral. Esa nueva institución gozaría de determinadas competencias sobre toda la isla, e incluso alguna autoridad hacia el exterior, con capacidad para negociar, por ejemplo, en el seno de la Unión Europea. El escándalo provocado entre el unionismo ha sido mayúsculo, puesto que los aprensivos enemigos del nacionalismo irlandés ven en todo ello un embrión de unificación de la isla y el fin dé su hegemonía en el Ulster. Pero un acuerdo de este tipo permite entender mucho mejor la naturaleza de la paz firmada en 1994 y de la tregua indefinida que Í están cumpliendo bastante religiosamente católicos del Ejército Republicano Irlandés (IRA) y protestantes del unionismo radical. Es irrelevante discutir si la creación de esa institución conjunta sería una victoria del terrorismo del IRA o del sosegado Gobierno de Eire, que durante las negociaciones presidió el republicano Albert Reynolds. Lo que está claro es que la paz no se compraba entonces con la simple aceptación del Sinn Fein -el brazo político del IRA- en la mesa negociadora sobre el problema irlandés. Había algo más. "Y eso es lo que asoma la cabeza para consternación de los que daban por sentado que el Ulster, creado en 1921 a consecuencia de una revuelta protestante contra la retirada británica del resto de la isla, contaría para siempre con el paraguas de Londres para imponer su ley en la provincia.

El que esa institución llegue a ver la luz ni mucho menos implica a corto plazo el fin de la dominación británica sobre los seis condados. Pero sí es el inicio de un interesante gradualismo, de un deslizamiento hacia la creación de vínculos comunes que un día lleven a, todos los habitantes de la isla a pensarse fundamentalmente como irlandeses. Por ello mismo contiene una potencialidad pata la solución de otros contenciosos que no habría que echar en saco roto.La cuestión de fondo aquí es cuándo y cómo se reunificará Irlanda, durante varios siglos ocupada por tropas británicas y largos periodos en conflictos de mayor o menor intensidad por lograr su independencia. Ese no es el caso del País Vasco, donde nadie ha ocupado nada ni existen dos comunidades separadas por razones de religión o genealogía. Sí puede haber, en cambio, notables analogías con el caso de Gibraltar, donde una minoría implantada desde fuera

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-los llanitos en el Peñón como los escoceses protestantes en el Ulster- crea una división nacional en la que ese grupo necesariamente proyecta su. lealtad no a la nación en medio de la que vive, sino hacia un poder imperial externo.

Todo ello no significa que los derechos democráticos de los protestantes puedan ser desoídos. Ni Major ni sus sucesores, verosímilmente, entregarán el Ulster contra la voluntad de la mayoría de su población. Y menos aún Eire debería aceptar un regalo envenenado de ese calibre. Lo que puede comenzar, al contrario, con el valiente plan de Major es el lento desanudamiento de un conflicto para que las partes vayan aceptando gradualmente una nueva realidad: Irlanda.

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