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El cuarto pasaporte

Cualquier campeona debe ser calificada de excepcional. Sin embargo, los caminos que han llevado a Mary Pierce a la victoria final del Open de Australia de tenis han sido especialmente inhabituales. El primer título del Grand Slam da a Pierce el cuarto pasaporte de su vida, el que la lleva al panteón de las grandes jugadoras. Los otros tres los poseía ya por el hecho de haber nacido en Montreal (Canadá), de ser hija de un marino norteamericano, Jim, y de una estudiante francesa, Yannick.En 1990, a los 15 años, se vio obligada a elegir a cuál de los tres países -Canadá, Estados Unidos o Francia- quería defender en la Copa Federación. Y escogió Francia. Pero con su personalidad impredecible, Pierce ha conseguido algo especial: ser considerada norteamericana en EE UU, francesa en Francia y canadiense en Canadá.

A los 10 años, su padre le puso una raqueta entre las manos con el único objetivo de que pegara lo más fuerte posible a la pelota. Jim vendió sus enseres personales y la casa familiar y se consagró en cuerpo y alma a su hija. De golpe y porrazo aquel viejo marinero, curtido en peleas callejeras y en algunos días de cárcel, se convirtió en entrenador de tenis. Sus métodos de enseñanza no eran los propios de un deporte tan sofisticado como el tenis. La base eran la fortaleza física y mental y la violencia. En más de una ocasión se oyó a Jim decirle a su hija desde la grada: "Mary, mata a esa perra".

Pierce se convirtió en profesional a los 14 años y 6 meses. Era una época dura para ella, puesto que se estaba debatiendo entre unos padres separados, entre su seudoentrenador y otros técnicos profesionales, entre Francia o Florida. Pero su tenis progresaba. A los 16 años ganó su primer torneo en Palermo.

Escándalo en París

Decidir no le estaba permitido a Pierce. Su padre lo hacía todo por ella, la tiranizaba con sus exigencias, la pegaba incluso y la atemorizaba. Quería controlarlo todo. Era una situación insostenible y estalló en pleno torneo de Roland Garros de 1993. Cuando su hija fue eliminada, Jim Pierce la amenazó desde la grada y armó tal escándalo que la fuerza pública intervino. Fue expulsado del estadio y la WTA le cerró las puertas de sus competiciones.

De esa forma, Pierce se libró de su padre, aunque tuvo que protegerse con un guardaespaldas. A partir de ahí su vida se serenó. A finales de 1993 venció ya a Sabatini y a Navratilova en el Masters y su calidad quedó contrastada.

El año pasado Nick Bollettieri se ocupó personalmente de ella y la llevó del puesto 250 de la WTA al 50. Las bases ya estaban puestas. Lo demás era cuestión de tiempo. En junio de 1994 jugó la final de Roland Garros y perdió contra Arantxa. Ayer logró su primer Grand Slam. Ahora es ya la tercera tenista mundial. Y su ilusión permanece intacta.

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