Tallado por el odio
David Garrido Truchado desconoce al otro. Pero, en su soledad, depende de él. Así lo apunta su historia, una suma de fracasos y frustraciones trazados con precisión en el informe psicológico de Blanca Vázquez, encargado por el juez a los pocos días de la detención. Se trata del retrato de una personalidad tallada por el odio.
David nació el 20 de abril de 1975 en Madrid. Hijo de un policía municipal y de una limpiadora, el acusado tiene una hermana dos años menor. Sus relaciones familiares, siempre según el citado informe, se deslizaron suavemente, sin violencia. Pero también sin excesiva confianza. "No comunicaba mis problemas, siempre he sido un poco nervioso, intentaba arreglarlos yo solo".
Y es que esos problemas se fraguaban fuera de casa. David, a lo largo de su infancia, cambió frecuentemente de centro escolar. Un muro invisible le separaba de sus compañeros, profesores, directores. Así lo rememora él: "Siempre llegaba de bueno y empezaban con las risas. A mí me miraban de una forma distinta". Su inadaptación le arrastró en varias ocasiones hasta el psicólogo.
En 1991, tras estudiar hasta 80 de EGB, buscó trabajo en la vendimia. Pasó luego por una tienda de recambios de automóviles, y finalmente recaló en una empresa de encuadernación. Fue despedido a los cinco meses. Su última ilusión fue acceder a la Guardia Civil.
Un sueño, el de lucir tricornio y pistola, que posiblemente jamás se cumplirá. En su mente se mueven demasiadas sombras. Las mujeres, por ejemplo. Su relación con ellas ha sido nula. Las rechaza, las considera incapaces para el amor y la amistad. "No merecen la pena", dice este joven, que se niega rotundamente a dibujar la figura femenina -al hombre, en cambio, lo presenta con hombros anchos, calvo y vestido de militar-, pero al que le gusta practicar gimnasia, leer novelas históricas y escribir "sobre personas, compararlas". Las drogas se las deja a "aquellos que las buscan".
Pulsiones soterradas
Dibujan estas palabras un perfil compacto, debajo del que se arrastran las pulsiones que cristalizaron en su animadversión a los homosexuales. Una prisión mental de la que, de vez en cuando, escapan relámpagos oscuros. "Puedo convertime en otra persona", dice vividamente David al relatar sus episodios de agresividad durante las entrevistas con la psicóloga.
Momentos en los que la facultativa advierte que el joven muestra una gran excitación nerviosa. Mueve constantemente las piernas, habla con dificultad. Su voz sufre inflexiones anormales. Parpadeo constante. Su relato, recuerda la piscóloga, bordea la exageración. Y es que David, a tenor del informe, no sólo sufre una severa dificultad de relación interpersonal, sino que le resulta imposible ponerse en el lugar del otro.
Una incapacidad que combina con una personalidad marcada por la inseguridad personal y el sentimiento de inferioridad. Todo un lastre que compensa con actitudes dogmáticas en el plano moral, que, a su vez, evidencian sus problemas para integrarse en el mundo de los adultos y su retraso respecto a los de su edad.
Se trata de alguien de creencias simples, para quien la inmoralidad debería ser severamente castigada, para quien la aprobación de los demás es esencial. Todo un código que le aboca a pensar que castigarse a sí mismo por los fallos cometidos le ayudará a prevenir errores, que ser digno de mérito equivale a mostrarse competente, correcto y ganador. Sin fisuras.
Este dogmatismo -señala el informe- le hace concebir el mundo de forma muy simple: dividido entre buenos y malos. Busca, de este modo, la "seguridad y el orden". Lo que, sumado a su bajo nivel intelectual y a su excitabilidad, convierte a David, siempre según el informe de la psicóloga, en un firme candidato a la manipulación, incluso a pertenecer a algún grupo de ideología neonazi. Es decir, "un sujeto que presenta una fuerte peligrosidad social".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.