¡Por fin!
Rubio, De la Concha, Roldán, De la Rosa, Conde, Amedo, Sancristóbal, Sanchís, Galeote..., presuntos culpables, presuntos inocentes. ¡Por fin se pone veto a la corrupción!Pero ¿acaso no son tan sólo carne de cañón con la que entretenernos? Cuántas corruptelas pendientes por destapar, cuántos hábitos pendientes de desterrar.
¿Acaso no son también corruptos el anónimo que se cuela en la fila del cine; el comerciante que vende el producto en mal estado como si fuera nuevo; el comprador que se queda, a sabiendas, con el cambio; el empleado tiralevitas, perro fiel y sumiso, mísero y abusón que se arrastra ante sus jefes con tal de obtener la recompensa que no le corresponde en detrimento de sus compañeros de trabajo; el jefe encandilado con ese banal y repulsivo adulador; el enchufado y el que enchufa; el que apela, como su última razón, al argumento de "usted no sabe con quién está hablando"...?
La diferencia con los citados arriba reside en que sus corruptelas están en proporción directa con la parcela, más grande o más pequeña, de poder de que disponen. Diferencia que, aun siendo muy importante, no nos exime de responsabilidad a los demás, para que el emponzoñamiento de la vida cotidiana permanezca entre nosotros.- .
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