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Fantasmas de museo.

Todos los días se desarrolla en la puerta del Centro Reina Sofia uno de los sucesos curiosos de esta ciudad, uno de esos que con el tiempo aparecerán en la película Los misterios de Madrid cuando esta ciudad comience a jugar en las grandes ligas: un ciudadano se presenta en la taquilla y dice que quiere comprar algo en la (excelente) librería del museo, pero no desea pagar las 400 pesetas de entrada a la que la nueva legislacción reaccionaria le obliga (el arte de todos para quien se lo pague), y que supondrían algo así como un IVA cultural todavía más abusivo. Le dicen que un momento por favor. Llaman por teléfono. Ahora vienen por usted, le dicen. Y espera, digamos, veinte minutos. Entonces llega a recogerle una empleada desde la tienda del interior. Le acompaña hasta la librería-... y le deja en libertad. Con lo cual el. ciudadano puede comprar (o no), y luego dirigirse a la exposición que le apetezca, burlando toda esa inútil y a la larga costosa cautela, hija, a su vez de la incompetencia original de quienes planearon el museo: Todo el día quejándonos de que la gente no compra libros y cuando alguien se decide le ponemos una aduana.Tengo una amiga muy espiritual y etérea que se ríe de mis quejas ilustradas. Cuando escuchó ésta del Reina Sofía sólo comentó: "¿Y qué esperabas? ¿No sabes que el museo fue en su día un hospital? Los espíritus rondan..." Puede. Pero convendrán ustedes en que, si uno se pone a sumar, los misterios de los museos y otros lugares de cultura de Madrid dan para, si no una película, al menos un par deartículos.

Los horarios, por ejemplo. En esta ciudad las enfermeras, los acomodadores de los cines, los periodistas, las ázafatas, los actores, los camareros, los leones del zoológico, los futbolistas, las vicetiples y hasta al gunos guardias trabajan los domingos. ¿Por qué no lo hacen los empleados de los museos? Resulta realmente irritante tener que explicar que el domingo,, el domingo por la tarde -y estas fiestas de Navidad- constituyen el tiempo de que dispone no poca gente' para visitar lo único que de verdad importa de esta ciudad, los museos y en particular El Prado, lo único que nos permite alinearnos en la lista de capitales del mundo: quizá sea esa precisamente la razón, y no haya que buscar más lejos, de que el Prado goce del más pequeño Presupuesto universal por centímetro cuadrado de obra maestra, y de que el presidente del Gobierno haya esperado doce años para, una vez más, prometer unas obvias ampliaciones que: debieran haber precedido, por ejemplo, aLa Esquina del Bernabéu. (Post scriptum: y quizá esa sobriedad presupuestaria, que ahorra el dinero de los clavos para su jetar esculturas, sea la causa última de los delirios de ida y vuelta y ausencia de decisión que caracterizan las de cisiones de régimen interno en la primera pinacoteca del Estado, como hemos visto esta semana). Para no hablar de los silvestres horarios de museos pequeños e inadvertidos, donde un turista que visita Madrid en Semana Santa se puede encontrar con el letrero: "Cerrado hasta el martes de Pascua". Esto ha ocurrido: seguramente sus. empleados quierén también hacer turismo én otras ciudades. Si el Museo Thyssen puede abrir en horarios racionales, ¿por qué los demás no? De los horarios de Madrid se podría hacer una guía, con capítulo especial para las bibliotecas públicas, en especial las universitarias, y las henierotecas: todo un laberinto. Otra pregunta: ¿Por qué para en trar a las mejores bibliotecas públicas del mundo -y pedir libros, o tomarlos directamente, como en la de Quebec-, no es necesario más que poner un pie de lante de otro, y por qué para entrar en las españolas hay que mostrar certificados de Hacienda y de pureza de sangre? ¿Y por qué es indispensable caerle bien a la bibliotecaria o bedel de turno, que tienen la capa cidad, y la ejercen, de sabotear la más ambiciosa in vestigación?

Verdadero misterio -y como tal, neblinoso y arriesgado- es lo que podríamos llamar los feudos dentro de las organizaciones estatales de cultura. Parte a fin de cuentas de una organización cultural y educativa dividida en compartimentos estancos, don de se premia el moderno analfabetismo de la ultra especialización en sectas, lo que a su vez propicia el cacicazgo, sucede que en los museos estatales existen especialidades intocables por otras personas que no sean los titulares, que aunque no estén reconocidos públicamente, lo ejercen de hecho. De modo que las exposiciones que se montan, o la distribución de las colecciones, a menudo dependen de guerras, guerrillas, escaramuzas y seculares antipatías con las que se nos castiga como si aún fuésemos súbditos analfabetos. Así, esta es la hora en que el Reina Sofía, uno de los museos mas grandes del mundo en paredes cuadradas, no ha encontrado el medio de ofrecerles un hueco -y a ser posible más que un hueco- a los rea listas españoles.

Cuando le expliquemos a nuestros nietos que hubo un tiempo en que los realistas españoles de la segunda mitad del XX no encontraban espacio en los museos del estado -para entonces se habrán diluido en la insignificancia las coartadas tribales que ahora escuchamos impávidos-, nos mirarán con el asombro e incredulidad con que nosotros escuchamos las mil anécdotas pintorescas sobre la acogida del arte por los pequeños burgueses que en el mundo han sido, y han sido un montón, y todos muy pequeños. Pues que conste. Palabra.

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