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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Morir por Grozni

TRAS UNAS semanas de aparente confusión política, de caos seguro en el campo de batalla y de fantasmal ausencia del presidente ruso, Borís Yeltsin, la táctica del Kremlin en la guerra de Chechenia se está haciendo, por fin, más comprensible. Aunque no por ello menos discutible.Ante la previsible resistencia de los guerreros chechenos y la confianza sólo relativa en sus propias tropas, el mando político-militar en Moscú, en lugar de atacar frontalmente la capital de la república secesionista, Grozni, diseñó una estrategia envolvente en tomo a la ciudad, alternando las, fases negociadoras con las operaciones de limpieza en los alrededores, y, todo ello, punteando con bombardeos aéreos y de artillería los objetivos civiles y militares por igual.

Así se trataba de minar poco a poco la capacidad de resistencia de la capital, jugar hasta el último momento con la eventualidad de, que el presidente Dudaiev rindiera sus posiciones y, sobre todo, debilitar al enemigo para que la conquista final de Grozni no se convirtiera en una feroz lucha casa por casa. Pero esa táctica de acercamiento y maceración del objetivo ha tocado a su fin. Las divisiones de Moscú luchaban ayer en los aledaños del casco urbano de la ciudad -de unos 300.000 habitantes en tiempo de paz- y aspiraban a dominarla plenamente, liberarla, se dice con -supremo cinismo, en cualquier momento.

Rusia tiene, indudablemente, el poder militar para reducir la secesión chechena, y no le será difícil encontrar los quislings adecuados para establecer un Gobierno afecto a la, Federación Rusa, que suceda a los hombres de Dudaiev. Pero, ¿significa todo ello que pueda mantener indefinidamente esa situación, si así discurren los acontecimientos, contra la inmensa mayoría del pueblo checheno, apegado a su independencia?

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Aunque Rusia no esté entrando en un nuevo Afganistán, como, quizá, un tanto apresuradamente se ha especulado, una resistencia de irregulares sobre el terreno, una agitación política, en cualquier caso, y la evidencia, siempre, de que los chechenos no aceptan la federación, al menos en su configuración actual, podrían convertirse en una espina en el costado de la Administra¿Íón rusa. Si la secesión chechena ha espoleado a actuar al Krenilin, por temor a que se contagiara a otros lugares, una Chechenia reducida a la su misión, convertida en un foco de desestabilización, constituiría un ejemplo tan pernicioso o más que el anterior para la supervivencia de la Federación. Las partes, y aquí la responsabilidad no sólo corresponde a Moscú, sino también al presidente separatista, no han sabido, no han querido negociar. Para Moscú sólo contaba reducir a la obediencia a unos chechenos a los que se ha tratado como súbditos y no como a ciudadaríos;. para Grozni no ha existido nunca un terreno institucional entre la separación y la dependencia sobre el que pareciera verosímil negociar. La responsabilidad de la aventura rusa y de la temeridad chechena reca el por tanto, sobre ambos bandos, pero la parte del león corresponde a quien ha iniciado las hostilidades: el águila bicéfala de Moscú.

Debe subrayarse, finalmente, que el aplastamiento de la secesión puede contener las semillas de sofocamientos de mayor gravedad, La débil planta de la democracia en Rusia no está para demasiados sustos, y el comportamiento del Kremlin no va a confortar a una opinión liberal y demócrata, que ahora ya sabe que no puede esperar nada del presidente Yeltsin.

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