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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Conferencia islámica

EL PENSADOR norteamericano Samuel Huntington, en un artículo que ya ha creado tanta controversia como en su día provocara el famoso de Fukuyama sobre El fin de la historia, augura un siglo XXI en el que la situación dominante será el choque entre culturas, y especialmente entre el islam y el judeo-cristianismmo occidental.Alarmistas o no, las predicciones de Huntington se ven subrayadas en este confuso fin de siglo por el crecimiento de los extremismos islámicos, con su terrible manifestación en el terrorismo fundamentalista en Argelia, Egipto y otros países, y, de una manera generalizada, una sorda indignación en el mundo musulmán contra lo que se percibe como un nuevo episodio en la historia de incomprensiones entre Occidente y nuestros vecinos del sur y del oriente.

La cumbre de la Conferencia Islámica celebrada en Casablanca, que ha reunido esta semana a 25 jefes de Estado (más el líder palestino Yasir Arafat), para tratar, entre otros, del problema del radicalismo religioso, ha sido un primer intento de examen y respuesta a esta preocupación común a dos mundos. Como era inevitable en una congregación de Estados e intereses tan diversos, las conclusiones sólo han podido ser genéricas, aproximativas, bien intencionadas, y más expresivas de una cierta voluntad que de una política.

El mayor logro de la reunión ha sido el acuerdo en la adopción de un código de conducta por el que los Estados firmantes se comprometen a no acoger ni promover movimientos terroristas. Como ningún Estado, ni islámico ni de cualquier otra naturaleza, ha reconocido jamás dar acogida al terrorismo, el consenso era tan cómodo como probablemente inefectivo. El terror como política ha encontrado siempre la coartada de los sentimientos más puros y los objetivos nominalmente más nobles. Patria, justicia, reparación de entuertos históricos son términos que con implacable frecuencia encubren el asesinato, la persecución del disidente, la intolerancia, y nadie se da por aludido cuando la víctima opina que eso es pura y simplemente terror injustificable.

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Un tanto académica pero quizá algo más funcional puede ser la propuesta del rey Hassan de Marruecos de crear una alta instancia internacional, que serviría para clarificar ante Occidente la, verdadera disposición del islam ante preceptos, resoluciones, respuestas a las cuestiones más acuciantes de la problemática contemporánea. Uno está pensando, inevitablemente, en Salman Rushdie y sus Versos satánicos que indujeron a la autoridad religiosa iraní a condenar a muerte al escritor anglo-indio. Nuevamente, esa instancia, si llega a crearse, topará con las dificultades de que intereses diversos darán respuestas, tan diferentes como difícilmente comprensibles para la literalidad del pensamiento occidental, a cuestiones teológico-políticas.

Sea como fuere, la disposición de la monarquía cherifíana, anfitriona de la conferencia, expresa tolerancia, inteligencia, comprensión de unas realidades que inquietan y se malinterpretan en Occidente, y su respuesta a esa situación es abierta, tolerante y pedagógica. No esperemos lo que no corresponde de una congregación heterogénea de Estados y sensibilidades políticas, pero congratulémonos de que al otro lado del Mediterráneo se entienda que éste es un problema común de civilización. Tal vez por este camino pueda lograrse que Huntington no tenga, a la postre, razón.

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