Entre moral y política
Al decidir no ser candidato, Jacques Delors ha demostrado que era digno de ser presidente de la República y capaz de ejercer las responsabilidades que constituyen el privilegio y la carga de esa función. No hay duda de que, tanto en Francia como en el extranjero, éste será el sentimiento que prevalecerá. Un sentimiento teñido de un profundo pesar, pero también de reproche.Lo que más asombró al telespectador durante la larga entrevista al final de la cual comunicó su decisión fue su tranquilidad de ánimo y su pasión por las ideas a las que ha consagrado su vida. Poco importa que su serenidad fuera real o fingida, que su actitud fuera fruto de un gran desapego o de un gran dominio de los temas que trataba, lo importante es que expuso hasta el fondo su posición. Cuando llegó el momento de comunicar su decisión, nadie sabía cuál iba a ser. Y cuando dijo "no" lo hizo sin demasiada emoción, con gravedad, como si se tratara de la decisión más natural del mundo. Desdramatizó lo que, después de todo, era un acontecimiento importante para él y los suyos, para toda la opinión pública francesa, para sus innumerables partidarios que estaban ya con las armas en la mano, dispuestos a consagrarse a una victoria prometida y que deseaban que fuera todavía más redonda.
Se dirá que en todo ello hay una parte de comedia. Seguramente como comedia hay en la actitud de cualquier persona responsable para la que sólo cuenta la decisión, no los sentimientos que la acompañan. Expuso sus análisis, sus interrogantes, sus dudas; no habló, sino de pasada, de lo difícil de la elección que ha tenido que hacer, de la tormenta que ha debido experimentar en ciertos momentos. En realidad, aquello que Jacques Delors había considerado durante un tiempo como un deber no se correspondía con un deseo profundo. Y para lanzarse a esa aventura hay que desearlo con todas las fuerzas.
A mil leguas del comportamiento habitual de los políticos, normalmente amplificado desmesuradamente por los medios de comunicación, Delors intentó volver a dibujar, mejor dicho, volver a esculpir, la estatua del político. Nuestro desconcierto actual nos impone encontrarla, porque si no, nos hundiremos en el desorden del pensamiento, de las multitudes y de las cosas.
Porque hoy más que nunca tenemos necesidad del Político, necesitamos hombres dotados de un arte hecho de desvelo, de inteligencia, de sabiduría, de rigor, de valentía. En la naturaleza de la especie entra el que no todos los elegidos respondan a esta definición, pues son representantes de la naturaleza humana, con sus debilidades y sus sueños. Pero la historia exige que se eleven siluetas con capacidad de expresar sin debilidad las exigencias de una visión, de una fuerza.Seguramente, Jacques Delors no está libre de defectos. Pero la noche de ese 11 de diciembre ¿le 1994 expresó y demostró la esencia del político. Y lo hizo de la forma más natural. Nos envió un mensaje que no se borrará de la mente de los ciudadanos, a pesar del esfuerzo que van a hacer para que lo olvidemos. Su mensaje se articula en torno a tres ideas, tres exigencias: la solidaridad, la democracia, Europa.
- La solidaridad en un mundo cruel frente a una economía y una tecnología destructoras de los lazos sociales; frente a unos desequilibrios, cada vez más graves, entre el Norte y el Sur, el centro y la periferia; frente a aquellos que dirigen el festín del conocimiento y de las organizaciones, porque excluyen y destruyen tanto como crean. Una solidaridad que hay que reinventar para que grave sobre la economía, pues, en este terreno como en cualquier otro, la libertad sólo tiene sentido si las posibilidades que ofrece a los mejor situados no se desarrollan a costa de la mayoría. La política consiste hoy en liberar la economía para que cree más riqueza para toda la sociedad y para cada uno de sus miembros. Que no haya excluidos.-La democracia no es condición suficiente para la puesta en marcha de ese principio de solidaridad. Es condición necesaria porque reparte el poder y hace a cada uno responsable, porque prohíbe el acaparamiento, y también la demagogia populista hecha de promesas vanas, siendo así que todo es esfuerzo. Una democracia verdadera, y no la que conocemos hoy y que desespera a los ciudadanos porque tienen la sensación de que su destino se les escapa. Un destino que está como despilfarrado a causa de prácticas y estructuras que hacen de la política un oficio reservado a una casta. La democracia porque permite evitar las dominaciones y, sobre todo, el desprecio.- La visión europea de Jacques Delors se inscribe en esa doble lógica de solidaridad y democracia, pues tanto la una como la otra necesitan, para ser eficaces, ser ejercidas a un nivel pertinente. Europa, no para que Francia se ahogue, sino porque permite a cada país contribuir (lo que no puede hacer en solitario) al equilibrio de las riquezas y los poderes tanto en el mundo y como en su interior. Una Europa que se conciba. y sea percibida no como una gran potencia tradicional, sino corno un gran actor del futuro frente a Rusia, de la que Delors habló, frente a los grandes conjuntos emergentes, que evocó, y frente a Estados Unidos, al que no hizo alusión.
Lo que asombra, al volver a leer las declaraciones de Jacques Delors, es que no pretendió desarrollar un programa, sino plantear unas exigencias y valores. Ambos se pueden declinar hasta el infinito para elaborar una política. Pero para comprometerse en la acción necesitaba un gobierno y, por lo tanto, una mayoría que hiciera que esa visión se pudiera ejecutar. ¿Fue por eso por lo que no respondió "sí" a pesar del deseo de una opinión pública que se manifestaba cada vez más a su favor? Antes de intentar responder a esa cuestión digamos, pues posiblemente sea esencial, que para Jacques Delors el poder no es una oportunidad que se atrapa ni un bien que uno se apropia, sino una responsabilidad que se asume.
En ello reside el secreto de la decisión tomada: teniendo las máximas posibilidades de ser elegido por plantear una moral y una visión, no tenía la certeza, dado el paisaje del poder político francés, de poder respetar la primera ni de llevar a cabo la segunda. Se veía obligado a un compromiso que le repugnaba. Pues hay una diferencia de naturaleza entre las responsabilidades que ha ejercido en Bruselas, en las que todo es negociación y compromiso, y las que ejerce el jefe de Estado en el marco de la Constitución de la V República Francesa. Teniendo, aunque no lo diga, una visión gaullista de la magistratura suprema, necesitaba una mayoría parlamentaria que no estaba seguro de obtener.
Y aquí aparece el reproche.
Todo el razonamiento político de Jacques Delors (dejando a un lado sus razones personales, muy respetables) está basado en la ignorancia deliberada de la posibilidad de una dinámica. La historia de la V República demuestra que un presidente elegido que es llevado, como la Constitución le autoriza, a disolver la Asamblea, no es rechazado por el cuerpo electoral. ¿Por qué iba a ser ahora de otro modo, cuando todo muestra que hay un profundo deseo de cambio y una amplia adhesión a lo que Delors ha sido siempre, a lo que sigue encarnando? Alar-
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mado por el carácter personal de su influencia y poco deseoso de afrontar los debates de trastienda en los que los argumentos importan menos que las influencias y las maniobras, ha temido no estar armado para esa empresa. No ha sido cínico, y eso está bien. Le ha faltado audacia y confianza. Tras la esperanza frustrada, Delors deja la nostalgia de la ocasión perdida.También deja tras de sí un paisaje político desolado. A la derecha, por las peleas que él exacerba; a la izquierda, por el desánimo que provoca. Si se hubiera presentado, la derecha habría tenido que elegir su candidato antes de la primera vuelta de las elecciones. Ahora, Chirac, Balladur y, otros pueden destrozarse a placer. La izquierda, por su parte, no tendrá tiempo para demostrar que es una fuerza capaz de aspirar al poder: Jacques Delors la ha convertido en vencida, pase lo que pase. Prácticamente ha dicho: yo no puedo, y los otros, menos todavía. Al negarse a enfrentarse al riesgo de una cohabitación ha dado una interpretación reforzada del presidencialismo de la Constitución francesa a despecho de la reivindicación constante de los socialistas.
Ha tenido un comportamiento acorde con su moral. En cierto modo, ha desdeñado las exigencias del Político. Ha dado una buena lección. Ha planteado una exigencia, y eso está bien. Pero al no llegar hasta el final, no ha creado las condiciones para el triunfo de esa exigencia.
Delors parece decir que la moral no puede triunfar, tras haber dado a entender que se distingue de la política. Pero lo que esperábamos de él es que nos demostrara lo contrario, pues eso es lo que seguimos esperando.
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