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NOCHE NEGRA DEL FÚTBOL ESPAÑOL

El Madrid se va a la lona

El Odense, un equipo patoso, provoca una de las mayores catástrofes del madridismo

Santiago Segurola

Fue un puñetazo inapelable a la mandíbula, como exige la Copa, una competición singular, que se rige por leyes propias, donde la contundencia es el valor supremo. El Odense, un equipo sin historia y con jugadores de medio pelo, alcanzó la gloria en el Bernabéu, en una de las mayores catástrofes que recuerda el madridismo. No valió el juego, ni la diferencia de clase, ni el chaparrón de oportunidades que tuvo el Madrid frente a Hogh, un portero que se guardaba una revancha desde aquellos cinco goles que recibió frente a España en el Mundial de México. Lo trascedente del partido fueron las dos cuchilladas del Odense, los dos goles que nos recuerdan la importancia de la pegada y los peligros de la suficiencia. El Madrid pagó su falta de atención, su indolencia en largos periodos del encuentro, el escaso respeto a su adversario y la imprecisión frente al gol.El partido comenzó con ese aire adormecido de las eliminatorias que se anuncian resueltas. Más que eso, de una eliminatoria frente a un equipo patoso, sin clase, ni tradición. Vigor, sí. Se les veía en la planta. Chicos rocosos, con una estampa espectacular, de los que juegan al fútbol en verano, al hockey en invierno y al balonmano en primavera. Unos deportistas. Pero el juego del fútbol no lo entienden.

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Sin embargo, el Odense tuvo dos factores de su lado. Sobrevivió a las incontables ocasiones de gol del Madrid y actuó con arrogancia. No fue un equipo tímido, vencido antes del partido. Jugó poco y mal, pero tiró de sus recursos, como si no le importara el resultado del partido de ida, la historia del Real Madrid y la aprensión, de jugar en el Bernabéu.

nterpretó perfectamente el código de los torneos de Copa. Supo que el gol puede con todo y que su oportunidad pasaba por aprovechar sus escasas ocasiones. Tuvo tres y consiguió dos. El Madrid tuvo 15 y no alcanzó ninguna. Nadie le dará la oportunidad de recuperarse. Para eso está la Liga, una competición de largo aliento. La Copa es otra cosa. Para el Madrid, el encuentro pasó del trámite a la molestía, y de allí a la preocupación. Ni tan siquiera tuvo tiempo para angustiarse: el Odense le echó de la competición en el último segundo.

Desde el principio, los jugadores dieron la impresión de sentirse incómodos en el partido. Es difícil meterse en profundidades con una eliminatoria que parecía asegurada. Los futbolistas rebajan su nivel de intensidad y sólo tiran de oficio. Hasta el primer gol del Odense, el encuentro estaba más para dar nota a tres o cuatro jugadores que para sentir la excitación de un duelo europeo. La alineación madridista contenía algunas novedades que merecían atención. Por ejemplo, estaba Alfonso con el ocho de Michel, y todo lo que eso significa: la designación del sucesor de un mítico, una elección que se complica por la ausencia de un futbolista que se acomode naturalmente a la banda derecha.

El experimento no funcionó. Alfonso se siente limitado por un año de inactividad. Le falta velocidad y confianza, y todo lo que se desprende de estas dos carencias. Encara menos, se va menos, remata menos, se atreve menos. En estas condiciones, sus dificultades se magnifican fuera de su terreno natural.

La aparición de Butragueño como titular tampoco invitó al optimismo. Ha perdido chispa y aceleración. Se le nota más envejecido en sus movimientos de lo normal en un jugador de su edad. Todos esos detalles se observaron mientras el partido discurrió por el camino previsto. El Madrid jugaba al tran tran, pero tenía un aire superior en todos los aspectos. Su mayor problema fue su escaso instinto criminal, por decirlo de alguna manera. Tuvo ocasiones de todos los colores y todas las desperdició. Algún mérito le cabe al portero Hogh que se creció hasta el punto de sentirse invulnerable. Cuando esto sucede, los porteros alcanzan la condición de héroes.

El final de la atención a los detalles llegó con el gol de Pedersen. El partido, que iba para baile de salón, se convirtió en una cosa muy seria. El Odense estaba a un gol de la proeza. El escenario cambió. Apareció la intensidad y el interés. Cargaron los madridistas con todo. La frecuencia de ocasiones se multiplicó hasta el punto de lo inverosímil. Sin embargo, no fue extraño que el Odense marcara en el último minuto. En este aspecto, la tendencia del Madrid a la fatalidad es irremediable. Cinco equipos le que han quitado puntos en el último. El Odense hizo algo más: le quitó el sueño de Europa.

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