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FÚTBOL PRIMERA DIVISIÓN

El Atlético se consuela en una remontada

Los madrileños suman su primer punto fuera de casa tras levantar un 2-0 en Albacete

JOSÉ MIGUÉLEZFue un Atlético desconcertante, capaz de lo peor y lo mejor. Salvó el partido cuando lo tenía totalmente perdido, hundido como estaba tras otra sesión desesperante de fútbol pobre. Y lo dejó escapar luego, reparado ya el 2-0 después de una triple ración de esfuerzo y determinación, cuando tenía a su alcance la victoria y al rival en el suelo a la espera del tiro de gracia. Al final, pactó un empate ante el Albacete y sumó así su primer punto liguero lejos de casa. Pero el maleficio ahí sigue: el Atlético nunca ha ganado en el Carlos Belmonte.

Salió confiado el Atlético de poder romper su gafe visitante. Y lo hizo a partir del orden, de intentar no perder jamás la colocación, de respetar todas las precauciones diseñadas de antemano y de huir del riesgo por el riesgo. De garantizar, en suma, la salud en la portería propia a costa de hacer menos daño del debido en la contraria. Todo en vano. Porque enfrente, el Albacete iba a jugar cartas parecidas (modelo conservador y poco espacio para las alegrías ofensivas), aunque con mayor criterio, rapidez y verticalidad a la hora de mover la pelota.

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La tarde se enfrascaba en un duelo táctico. Pesaban más los dibujos respectivos que la improvisación de los jugadores. Sobre todo, en el Atlético, cuyos futbolistas se escondían en el cumplimiento de las instrucciones posicionales y rechazaban complicarse la vida. Sólo Kiko se atrevía a buscar algún invento. El hermetismo del paisaje se rompió tras el 1 -0. Es decir, a los 25 minutos, cuando un simple gol bastó para derrumbar todo el entramado atlético.

En realidad, el Atlético se derrumbó solo. Un gol no podía suponer tanto contratiempo, pero lo fue: recuperó su imagen depresiva de otras tardes, su no saber qué hacer con el balón y se entregó. Sólo Vizcaíno aguantó el tipo. El resto respondió al gol en contra de la forma equivocada: broncas vecinales entre pasador y receptor en busca del porqué a cualquier balón perdido, patadas a destiempo en el tobillo del rival, sesiones derrotistas de miradas al suelo... El Atlético se dobló. Y el Albacete, claro, hurgó en la herida: conservó su orden táctico, provocó más errores del rival y le metió mano al contragolpe. Lo dejó muerto en el descanso.

Algo misterioso sucedió entonces en el vestuario (probablemente, ese jarabe motivador que dicen posee D'Alessandro) que resucitó al Atlético. Sus futbolistas se olvidaron del orden, levantaron la mirada y se lanzaron a por el empate al descubierto. Se armaron de buenas dosis de corazón, desnudaron su defensa y hacia allá se fueron con todas las ganas del mundo. Y todo, expuestos a la puñalada definitiva del contrario. Pero el Albacete ya había decidido esconderse en torno a su portero hasta el final. Un gesto de conformismo que pagó caro. Al Atlético le bastó poner el alma en cada balón para obrar el milagro: en 25 minutos firmó la remontada.

Y cuando tenía todo a punto para rematar la hazaña (en el Atlético de hoy remontar un 20 al Albacete tiene más de gesta que de obligación), se arrugó. Volvió a guiarse por la cabeza y dejó a un lado la triple ración de corazón que tanto bien le había hecho. Redujo de nuevo las revoluciones del partido, se apiadó del rival y firmó con él el empate. Así es el Atlético.

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