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Tribuna:MARCADOR
Tribuna
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La hora de Cuéllar

Fue, con Santi Aragón y Guillermo Amor, uno de los grandes talentos del fútbol juvenil. Como ellos asumía espontáneamente el mando del equipo: controlaba en un solo toque; se ponía la toga, las gafas de rayos X y la mira telescópica, y tomaba la comprometida decisión de dirigir el contraataque. Tenía un aire inconfundible: aprisionado entre las barras verdes de su camiseta, su tronco, fibroso pero cortito, se replegaba sobre la pelota en un furtivo tic de ladronzuelo. Primero se apoderaba de ella con desesperación, como si fuera la última presa del gallinero, luego miraba a un lado y a otro en busca de un cómplice, y finalmente emprendía la huida hacia la puerta contraria. Sus arrancadas no formaban parte de un repliegue táctico; eran una auténtica evasión.Campo adelante se evidenciaban sus otras cualidades: a la sombra de sus corpulentos marcadores, de pasillo en pasillo, tenía con el pie la misma habilidad crepuscular que los trileros tienen con las manos: "Aquí la tengo, allí la pongo, ¿dónde está ahora?". Sin embargo, su juego no era un improvisado muestrario de astucias; por el contrario, estaba inspirado en los viejos principios del sentido común y, por encima de todo, en un fino instinto estratégico. Por eso nunca hizo ni un solo movimiento gratuito: cada uno de sus gestos de aprendiz de villano estaba hecho para el gol.

Probablemente, su repertorio era un recurso extremo; la única respuesta posible, de un niño de crecimiento tardío a las duras exigencias de una competición dominada por grandullones. Por prudencia o por desconfianza, los ojeadores seguían sus pasos con recelo. Le auguraban una progresiva tendencia a la marrullería, y una corta carrera en los suburbios de la Segunda División. Sería, una vez más, la escenificación del eterno retorno del ratón de armario.

La realidad se encargaría de desmentir esos presagios. En la difícil misión de desmentir su propio futuro, Cuéllar se atrincheró en el currobeti, y se puso a jugar para sí mismo. Convirtió, pues, su equipo en su casa; se asoció con Rafael Gordillo, que había sido su ídolo de infancia, y sin otra urgencia que la de su pasión por jugar, trató de reconstruir, quiebro por quiebro, su catálogo de picardías andaluzas.

Dentro de unos días llegará, sin ruido y sin miedo, a la selección de Javier Clemente. Quizás se trate de un llamamiento protocolario, pero ese día el pequeño Cuéllar, aquel niño que jugaba de durse, no se cambiará ni por el mismísimo Curro.

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