¿Se puede insultar en la prensa?
Algunos lectores se muestran particularmente alarmados -y así se lo han comunicado a este departamento- por el lenguaje de insultos y descalificaciones del que se hace cada día un uso más frecuente en ciertos medios de comunicación de nuestro país. Y han interpelado al Defensor del Lector haciéndole una serie de preguntas que podrían resumirse así: ¿tienen bula en España los periodistas para insultar, denigrar, descalificar o calumniar impunemente?; ¿la tienen también los políticos?; ¿es compatible la libertad de expresión con la prohibición de insultar?, y ¿cómo se comportan en este tema los diarios de información más solventes del mundo?Ana Pérez, de Madrid, envía una carta firmada por otras cuatro personas, en la que escribe: "Si quieren defendernos a los lectores, por favor, no insulten ni calumnien, porque con las descalificaciones gratuitas están dañando la libertad misma de expresión por la que tanta gente dio hasta la vida". Y añade: "A veces los lectores nos preguntamos si la crispación de la sociedad no la estarán provocando en parte ustedes, los periodistas, con sus intemperancias verbales, que es muy distinto de la genuina libertad de expresión".
Pedro Jiménez Rodríguez escribe alarmado ante cierto periodismo, del que dice: "Nos tiene perturbados a los españoles", y nos pide que actuemos porque, escribe, "puede ser tan culpable el que tanto habla y acusa como el que tanto calla y consiente".
Augusto Ángel Klappenbach Minotti hace estas preguntas muy concretas al Defensor del Lector: "¿Tiene algún límite el insulto personal que conllevan ciertas acusaciones, por ejemplo la de 'corrupto', que podrá acompañar a una persona toda la vida? ¿Es absoluta la impunidad de un medio de comunicación? ¿La libertad de expresión exime de responsabilidad al medio y le otorga el derecho de calificar injuriosamente sin hacerse cargo de las consecuencias que se sigan de ello? ¿Cómo se comportan en este campo los grandes diarios de información del mundo?".
El Defensor del Lector desea recordar que a los periodistas de este diario no sólo les está prohibido, a la hora de escribir, injuriar gratuitamente a una persona, sino que, según el Libro de estilo, ni siquiera les está permitido algo "que resulte ofensivo para un colectivo, como 'le hizo una judiada', 'le engañó como a un chino' o 'eso- es una gitanería". Y que, por tanto, quienes infringen estas normas están en contra de los principios que se han comprometido a respetar. Teóricamente, la injuria, la difamación y la calumnia están condenadas por el Código Penal español. Lo que después sucede en la práctica, eso es ya otra cosa.
¿Pero qué ocurre en los otros diarios del mundo a este respecto? Este departamento ha consultado a los representantes en España de algunos de los diarios más importantes del extranjero cuya libertad de expresión es mundialmente reconocida, preguntándoles si en sus periódicos se puede calificar a alguien de ladrón, gilipollas, trilero, canalla, cobarde, corrupto, zorra, gánster, arteriosclerótico, etcétera, sin que le pase nada.
Financial Times. Tom Burns, del diario económico de Londres Financial Times, responde: "En nuestra prensa británica, sería inconcebible el frecuente recurso al insulto personal que se da en la prensa española. Incluso una simple insinuación maliciosa puede acabar con un periodista ante un tribunal". Según Burns, en la prensa anglosajona existe una ley de libelo muy desarrollada. "Por eso los penodistas", dice, "nos guardamos mucho de hacer juicios personales que puedan ser interpretados contra el honor de la persona, porque nos la cargamos, cosa que no está reñida con la máxima libertad de información".
Il Messaggero. Jostos Maffeo, corresponsal del diario italiano Il Messaggero, de Roma, escribe: "Me gustaría que alguien me demostrara que existe en el mundo otro país donde se pueda insultar a una persona con tanta libertad y con tanta impunidad como en España. Ni en la Italia de la tangentópoli se puede calificar a nadie como chorizo, gilipollas o delincuente, como se hace aquí. Yo mismo tuve una querella en Italia por haber calificado simplemente de 'neofascista' a un atracador próximo a grupos ultraderechistas".
Frankfurter AlIgemeine. Según Walter Haubrich, corresponsal en Madrid del diario alemán Frankfurter Aligemeine, en la prensa alemana "no se puede insultar ni a los políticos, y es prácticamente imposible que en una columna de un periódico o en una tertulia radiofónica se llame chorizo o ladrón a una persona, ya que ésta acudiría enseguida a los tribunales, los cuales, en muy poco tiempo, pronuriciarían una sentencia condenatoria, siempre que no se presentaran pruebas irrefutables de su afirmación". Y añade: "La prensa seria alemana ha descubierto bastantes escándalos que han provocado ceses y dimisiones, pero cuando se equivoca en sus investigaciones rectifica enseguida públicamente, como le ocurrió al semanario Der Spiegel con Kurt Waldheim, ex secretario general de las Naciones Unidas". Haubrich asegura que en Alemania "ni siquiera en los periódicos más sensacionalistas suelen usarse tantas expresiones injuriosas o de mal gusto aplicadas a personas concretas como ocurre en España, incluso. en la prensa que se considera seria y de información política".
The New York Times. Desde París, Alan Riding, representante de The New York Times en Francia y España, afirma: "Lo que ocurre en la prensa norteamericana es que ni los editores ni los lectores tolerarían un lenguaje de insultos como el que se emplea entre ustedes". Y añade: "El peligro que yo veo en España, como en algunos países de América Latina con democracias aún no del todo maduras, es que los periodistas se crean los dueños de la verdad y quieran sustituir a los jueces". Y añade: "Mi experiencia me dice que al final la sociedad acaba rechazándolos, porque de la prensa espera un comportamiento más distante y responsable, tanto en el campo verbal como en el de as intrigas y compromisos políticos, de aquellos mismos a quienes tiene que criticar o denunzíar". En este momento, dice el corresponsal de The New York Times, "existe entre nosotros un debate incluso sobre si reproduir o no insultos a personajes publicos pronunciados por otros".
The Washington Post. Carlos Mendo, ex corresponsal de EL PAÍS en Washington y uno de los grandes expertos de la prensa norteamericana, recuerda la frase que resalta a la entrada de The Washington Post, sacada de los principios fundamentales del díario, que prohibe publicar nada que pueda ofender incluso a un niño. Mendo subraya, al igual que el corresponsal de The New York Times, que es la misma sociedad la que en Estados Unidos rechaza el insulto gratuito en la prensa. "Lo que ocurre", dice Mendo, "es que la llamada 'presunción de inocencia', espejo del viejo derecho romano, prueba el que afirma y no el que niega, está mucho más en la entraña de la Constitución norteamericana que en la española o la latina en general, donde reina más bien el principio de la 'presunción de culpabilidad' típica de la antigua Unión Soviética".
Elena Gascón-Vera, profesora de lengua española en el norteamericano Wellesly College de Massachusetts, comenta a EL PAÍS: "Se me ponen los pelos de punta cuando llego a España y veo la tranquilidad con la que aquí se insulta a la gente, en la prensa, en el Parlamento o en la calle. En Estados Unidos, por mucho menos -por llamar a alguien machista, por ejemplo- puedes acabar ante la Corte". Cuando las alumnas norteamericanas vienen a hacer cursos a las universidades españolas sufren un sobresalto cultural al observar la facilidad con la que se insulta en este país por todas partes. A una de ellas, en Córdoba, porque la llamaron por la calle gitana, se quedó conmocionada. Y me duele, porque se vuelven a EE UU llevándose una pésima imagen de nuestro país".
Le Monde "La libertad de prensa en Francia", dice Michel Bole-Richard, corresponsal del parisiense Le Monde, "se detiene donde empieza la del ciudadano". Y añade: "Existe una gran diferencia entre mi país y España en este campo. La prensa española goza, en efecto, de una libertad de expresión que permite unos abusos que en Francia serían intolerables. Allí se llega al extremo de que si un ciudadano o ciudadana estiman que su honor o su vida privada han sido puestos en cuestión por una publicación, pueden hasta solicitar el embargo inmediato de todos los ejemplares". En Francia no se puede difamar, ni decir lo que a uno se le antoje sobre una persona, sin que se acabe frente a un tribunal de justicia".
Agencia Reuters. Robert Hart, corresponsal en España de la agencia de noticias británica Reuters, opina que para ellos es "totalmente imposible" usar el lenguaje colorido o de insultos personales que se emplea a veces en España. "Nosotros tenemos una disciplina férrea", dice Hart, "no sólo en cuanto al lenguaje, sino también sobre la objetividad de las fuentes". Un periodista de Reuters que calificase a alguien de "mentiroso" podría ser hasta expulsado, afirma el corresponsal, quien añade que es tal el escrúpulo en su agencia, que reparte sus noticias en todo el mundo, que ni siquiera pueden usar nunca la palabra "terrorista", tratándose de un término que no significa para todos lo mismo.
¿Y en España? Entre nosotros no existen leyes especiales. para los periodistas. Y el Defensor del Lector opina que tampoco son necesarias. Si un periodista quebranta le ley que prohibe la difamación, para eso están los tribunales de justicia. Pero ¿es verdad que en España la ley no funciona con los periodistas, creando una gran impunidad e indefensión de los ciudadanos que se sienten agredidos por los medios?
Según el corresponsal italiano de Il Messaggero, lo que ocurre probablemente en España es que "el drama del largo túnel de la censura franquista hace que los jueces, hoy, hagan en este campo la vista gorda con mayor facilidad que en otros países de democracias más consolidadas".
Pero lo que sí es indiscutible es que los periodistas, ante la ley, ni somos ni debemos ser distintos de los demás ciudadanos.
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