El fin de lo público
El observador de nuestra escena política percibe cada vez más claramente la desaparición de lo "público" ' es decir, de lo que afecta al interés general de los ciudadanos y, en último término, del Estado. Si a primera vista parece que la política lo inunda todo, incluso lo que a ella debiera ser ajeno su objeto por excelencia, la "polis", resulta cada vez mas ajena al debate que centra la atención de los medios de comunica ción y que, a través de ellos, interesa o parece que interesa, a la opinión. Los grandes problemas de los que, para bien y para mal, pende nuestra' existencia colectiva, son aquellos que, cada día más, ceden el paso a otro tipo de polémica y de conflicto.El déficit es galopante e incontrolable, el desempleo patológico, y la seguridad, precaria. A la vez, la exportación crece, la inversión , se anima, se afianza la posición internacional e, incluso, el diálogo social se mantiene. Se trata tan sólo de algunas de las amenazas y esperanzas que debieran constituir el eje de nuestra discusión pública, del enfrentamiento y colaboración de nuestros gobernantes y de aquellos que aspiran a serlo. Pero es claro que quien pretenda ocuparse de ellos en vez de atender al Palomino de turno, será acusado, en el mejor de los casos de tecnicismo, y en el más probable, por no decir peor, de escapismo.
Si algo está claro, es que el español medio padece una justicia tardígrada y una televisión pública pésima-. Pero lo que ha ocupado largos tiempos a los partidos y a los comentarístas políticos no ha sido la elaboración y debate de proyectos para la mejora de ambos importantes servicios, sino el nombramiento de cargos en el Consejo del Poder Judicial y en el Consejo Rector de RTVE.
Lo que importa es la chismografía "privada" en torno al político que sustituye así la valoración de su que hacer público.
Lo dicho revela una importantísima mutación del ser y el hacer del político. Sin, duda, ahora y siempre el objeto de su actividad es el poder y, por ello, hay en la misma un inevitable ingrediente de conflicto, tanto más expreso cuanto que se trate de una política pluralista y democrática. Pero, también desde siempre, el poder se ha justificado por el. servicio que con él podía realizarse a la comunidad. Al decir de los clásicos, el cratos se legítima y, por ello, termina produciendo un ethos. La cuestión consiste en que ahora el ethos es, ni mas ni menos, que el cratos, y el poder, o, lo que es lo mismo, la aspiración a conservarlo o a obtenerlo, se justifica por sí solo.
La pretensión a todos parece natural, los medios para conseguirla, todos lícitos y lo que se discute es sólo su eficacia. Para muchos, la crítica devastadora, la mutua descalificáción, no resulta condenable porque erosiona al Estado sino, tal vez, por su efecto contraproducente y el disimulo o la franqueza, la coherencia o la sorpresa, la verdad o la mentira, se enjuician como otras tantas, artes lícitas. ¿Maquiavelismo de vía estrecha? Más bien pelotazo político que, como el financiero, pretende el éxito por el éxito sin finalidad objetiva ni reparo en los medios.
Ello genera un nuevo tipo de hombre dedicado a la política, cada vez más ajeno al prototipo de hombre público. Este, frente al hombre privado o económico, que se ocupa de sus intereses, legítimos, pero particulares, es aquel al que preocupa la realización de determinados valores colectivos-Ahora bien, cuando el supuesto político ,lo que quiere es el poder, como el trabajador su salario o el empresario su beneficio,, y ojalá que no sea como el juguete el niño, está dejando de ser hombre público para ser otra cosa. Un peligroso híbrido cuyo patrimonio o "giro" es nada menos que la gestión de la cosa pública que, por esas mismas razones, está llamado a tratar como privada.- -
Para hacer buena política hay que hacerla de veras, comenzando por restablecer los valores verdaderamente públicos: lo que en su día se llamó patriotismo, y deducir de ahí la solidaridad ciudadana, la Fidelidad democrática incluso conceptos tan fuera de moda como el bien común o el interés general. Al decir del poeta, es preciso cantar cosas de mayor calado: "selvas dignas de un cónsul"..
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.