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UN CAMPEONATO CON SALUD

Fútbol sin denominación de origen

Luis Gómez

LUIS GÓMEZ Es cierto que el fútbol español no ha inventado nada. Pero también que no ha sido capaz de patentar un estilo. Disfrutamos de un fútbol centenario sin denominación de origen. Nos miramos al ombligo y sólo encontramos el gol racial de Zarra y aquel cabezazo elíptico de Marcelino. Un poco más lejos de nuestra memoria colectiva aparecerán el espinillazo de Rubén Cano y los remates frustrados de Cardeñosa y Julio Salinas, comúnmente denominados vicegoles para consuelo general. Poco sustrato para un fútbol que gusta vestirse de gran potencia.

Sometido durante décadas a una fiebre importadora desmedida, actividad en la que tanto daba un oriundo con documentación falsa como el fenómeno del momento, nuestro fútbol olvidó aspectos tan importantes como el estilo y la jerarquía. En materia de diseño nadie con nombre y apellidos arriesgó más de la cuenta hasta la llegada de Johan Cruyff al Barcelona. Consecuencia de todo ello ha sido una pertinaz contradicción entre lo que hacen nuestros clubes por Europa y lo que nuestra selección nacional es capaz de ofrecer por el mundo. Tal divergencia es ahora mismo explosiva: la selección de Clemente juega de una manera que muy poco tiene que ver con el estilo de los cuatro clubes que dominan la Liga.

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España mueve la cuna

No es extraño que la selección española mueva a la perplejidad de los especialistas extranjeros porque no encuentran el apellido de Michel. Más grave es advertir lo que cuesta trasladar a un combinado nacional aquello que los aficionados ven cada domingo en el terreno de juego.

La naturaleza de esta mala traducción no descansa simplemente en nuestro carácter importador. Si España ha demostrado tener buen gusto a la hora de adquirir grandes jugadores, ¿cómo es que no ha sabido sacarle provecho a los mejores productos nacionales? La respuesta no es otra que apuntalar una de las grandes deficiencias de nuestro fútbol: su falta de liderazgo, mucho más acusada fuera que dentro del campo.

Los entrenadores españoles hablan poco de fútbol. Su vocabulario es muy restringido y su discurso es recurrente: tienden a la excusa permanente, no exenta de chulería. Del hábito han hecho un vicio y lo suyo son equipos de sube o baja. Elevados a la categoría de seleccionador por riguroso turno (Kubala, Santamaría, Miguel Muñoz, Luis Suárez, Miera y Clemente ocupan los últimos 20 años en el cargo) ninguno es capaz de construir un discurso excitante.

Y sin ese discurso (Clemente, que tiene el suyo propio, más que excitar, provoca) no hay posibilidad de diseñar un estilo.

Un juego de moda tiene a los españoles fabricando alineaciones fantásticas. ¿Cuál sería la verdadera selección española del momento, aquella susceptible de reunir a los mejores? Hecho el ejercicio (dibujo al margen) el fútbol español tropieza con sus miserias: puede dibujarse en la pizarra una selección de extranjeros que despierta pocas dudas y mucha expectación, puede uno inventarse una buena selección española, podemos trasladar a imaginación al año 2000 y hacer coincidir los juveniles de moda. Y hecho todo esto, el esquema tipo de Clemente.

Conclusión: de nada ha servido buscar entrenadores con pedigrí. Búsquenlos con discurso.

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