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Reportaje:

La China que legará Deng

Sus herederos quieren un país muy parecido al actual, lejos del radicalismo ideológico del pasado

La vida del hasta ahora hombre fuerte de China se extingue, mientras el Partido Comunista Chino (PCCh) intenta preparar al país para la nueva era posDeng, en la que el PCCh se ve investido de una nueva misión de control de la reforma. La aparición, el día 2, de la edición renovada y ampliada de las Obras escogidas de Deng Xiaoping representa el testamento político y definitivo del llamado arquitecto de la reforma, y simboliza, para intelectuales y miembros del PCCh más que para el pueblo en general, las directrices del futuro.La nueva edición se empeña en dejar claro que la política de reformas de Deng no es producto de la amarga experiencia de la Gran Revolución Cultural ,(1966-1976). Los tres tomos, que recogen escritos y discursos de Deng entre 1938 y 1992, pretenden demostrar que la teoría del socialismo a la china -que muchos no dudan en calificar de capitalismo a la china-, puesta en práctica a partir de 1979 data de la epoca en que Deng y Mao Zedong guerreaban juntos desde las bases comunistas.

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Los analistas más pesimistas auguran una era de desestabilización y caos a la muerte de Deng. Sin embargo, los últimos movimientos del liderazgo chino dejan entrever una mayor cohesión dentro del Comité Permanente del Buró Político, el máximo órgano de poder en China. Fuentes chinas cercanas a ese comité descartan las tesis tremendistas, pero destacan que "se ha llegado a la conclusión de que es necesario frenar el ritmo excesivamente acelerado de la reforma". Los herederos de Deng quieren una China muy parecida a la actual, lejos del radicalismo ideológico del pasado, pero también de la plena occidentalización del sistema y de la sociedad. La crisis de Tiananmen, aplastada por los tanques de forma sangrienta en junio 1989, pesa sobre todo el liderazgo chino y, junto con otros efectos negativos provocados por los cambios experimentados, ha llevado a los más reformistas, como el presidente, Jiang Zemin, y el viceprimer ministro, Zhu Rongji, a acercarse a las tesis neoconservadoras. Éstas aplauden la economía de mercado siempre y cuando no mine el aparato del Estado ni el control del PCCh.

Los neoconservadores denuncian -y no sin razón- que la descentralización realizada en los últimos años ha llevado a los muchos dirigentes provinciales a convertirse en auténticos reyezuelos que campan por sus respetos y no obedecen las directrices de Pekín. Por eso defienden una mayor participación del PCCh en los asuntos del Gobierno y una mayor centralización, lo que se contradice con lo que Occidente aconseja. El desencanto de Pekín con la respuesta de las provincias a su generosidad es evidente, especialmente en el caso de Guangdong (capital Cantón), la provincia vecina a Hong Kong y en la que se establecieron las tres primeras zonas económicas especiales. "Guangdong es un puro desmadre. El Gobierno no sabe como meterlo en cintura y lo malo es que su fiebre ha contagiado al resto del país. Los reyezuelos se multiplican y en estos momentos existen 30.000 zonas de desarrollo acelerado que dejan en bancarrota los presupuestos locales% lamenta uno de ellos.

En contra también de los consejos occidentales se encuentra la defensa del enorme conglomerado de empresas estatales. Si bien el Gobierno ha hecho suyo el principio de la privatización, también se ha manifestado dispuesto a pagar el precio la infación que exige el mantenimiento de esas empresas, ya que lo considera un "mal menor" frente al desempleo de millones de obreros que el cierre de aquellas provocaría.

Los dirigentes provinciales, enzarzados en una lucha por industrializar y enriquecer sus feudos, y al mismo tiempo sus propios bolsillos, defienden la reforma a ultranza, pero el Zhongnanhui -el Kremlin chino- parece cada día más inclinado a tomar como modelo de desarrollo a Taiwan, más que a Occidente. La isla rebelde ha alcanzado una rentaper cápita de 11.000 dólares de la mano del Kuomintang (Partido Nacionalista chino), que, con mano de hierro e intervención plena en la economía, ha dirigido Taiwan desde que se convirtió en refugio de los vencidos nacionalistas en 1949.

Al contrario que Guangdong, Shanghai se ha convertido en la clave de la política china. Su obediencia a Pekín ha desarrollado en los últimos años unos estrechos lazos, después del abandono sufrido en el primer quinquenio de la reforma. La subida al poder en 1989 de Jiang Zemin, ex alcalde de Shanghai, ha establecido una línea de contacto directo entre la cúpula central y la del gran puerto chino. Pero no sólo Jiang procede de Shanghai: siete miembros del Comité Permanente del Buró Político del PCCh, tres son shanghaineses.

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