Mis hijos más jóvenes
(chico y chica y universitarios ambos) son partidarios fervientes de la Plataforma reivindicativa del 0,7 instalada en el paseo de la Castellana de Madrid. El chico tiene también allí su tienda y dedica a la causa las tardes y las noches.Hasta aquí, todo bien. Pero cuando les digo que los milagros no existen y que si el Gobierno dedica al Tercer Mundo la cantidad solicitada, sin subir los impuestos, será a costa de reducir la dotación a otras partidas del agobiado presupuesto nacional, me contestan que no se trata sólo de arañar en los gastos militares y protocolares del país, sino también de concienciar a la sociedad sobre la necesidad de moderar nuestro despilfarro y dedicar los ahorros a la solidaridad internacional.
Así que les he propuesto empezar dicha concienciación por nuestra propia familia: poner un gran bote en casa y echar en él el dinero que vayamos ahorrando reduciendo nuestra abultadísima factura de teléfono, apagando luces y televisor, comiendo pan en vez de galletas, y, ¡ah!, lo más importante, ayudando todos en las tareas domésticas a nuestra esposa y madre (que también trabaja fuera de casa) para evitar contratar a una asistenta. Escándalo general: el teléfono y las galletas son imprescindibles, nadie tiene tiempo para ayudar en casa, etcétera.
Por tanto, traslado esta propuesta del gran bote a mis conciudadanos, siguiendo la costumbre nacional de comenzar a corregir el país por los demás, bajo la sombra protectora y omnipresente de un Estado que, como en el cuento oriental, debe tener una bolsa de inacabables riquezas.-
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