Las cuitas del joven Carlos de Windsor
EL ÚLTIMO monarca de Egipto, el difunto rey Faruk, dijo después de su destronamiento en 1952 que aceptaba con resignación su suerte dado que estaba convencido de que en unas pocas décadas sólo quedarían cinco reyes en el mundo: los de la baraja y el del Reino Unido. Más de 40 años después son bastantes más los reyes con trono, pero es precisamente el futuro de la monarquía de más sólida apariencia que los siglos han visto. el que parece todo menos rosado.Isabel II, la titular coronada, hija y sucesora de Jorge VI, madre de Carlos de Windsor, príncipe de Gales y heredero del trono, asiste -sin duda afligida e indignada- al espectáculo formado por escándalos, declaraciones, filtraciones y recriminaciones públicas protagonizados por su hijo y heredero, Carlos, y su nuera Diana. Éstos viven actualmente separados, y el resto de la familia tampoco se ve libre de un notable índice de siniestralidad matrimonial. Y el annus horríbilis, como calificó la reina el de 1993, parece haber sido sólo el principio de tiempos catastróficos para los Windsor.
¿Está en peligro la continuidad de la monarquía británica? Las encuestas, lo que parece el sentimiento general del país, apuntan a un creciente nivel de insatisfacción que corre parejo con el desmantelamiento de la sacralidad inherente a esta institución en el Reino Unido. La reciente publicación de una biografía del príncipe, que tiene bastante de autorizada por el interesado, reviste características de una autoliquidación de Carlos como heredero, de una voladura apenas controlada de sus aspiraciones sucesorias. Él había dicho ya en alguna ocasión que no le seducía la idea de ser coronado casi de anciano, contando con la esperable longevidad de su madre, la reina. Su eventual divorcio de Diana, en absoluto impensable, no impediría legalmente su acceso al trono, pero crearía un precedente incómodo. Es posible que algún día se hable de Carlos como el príncipe que no quiso reinar.
La casa de Windsor ha servido bien durante generaciones a los designios nacionales de una Inglaterra imperial ' dirigida por la primera burguesía industrial que la historia ha conocido. En las últimas décadas, sin embargo, el papel del país en el mundo se ha empequeñecido, y parece como si la dinastía, reducida a un papel de mucha pompa local pero de cada vez menos peso planetario, no ha sabido acomodarse a una- situación mucho más doméstica. El aura de misterio e intangibilidad lo ha perdido hace tiempo. Con el recurso de Carlos y su mujer -y no sólo ellos- a la prensa, sensacionalista o no, para solventar sus problemas íntimos y explayarse sobre sus cuitas existenciales como un Werther adolescente, los Windsor corren peligro de perder también respetabilidad. Y ésta es imprescindible para que la institución cumpla con su función fundamental: el servicio al Estado. La reina Isabel ha demostrado saberlo en sus más de cuatro décadas de reino. Sus hijos parecen haberlo olvidado.
La monarquía está muy lejos de haber dicho su última palabra. Es un factor de unión suprapartidista o supranacional entre los ciudadanos de más de un país europeo, como ocurre en la propia España. Por ello es razonable pensar que perdurarán entre nosotros y a nuestro alrededor mientras haya una justificación práctica de su existencia, en tanto que se ganen el derecho a reinar. La utilidad de la monarquía británica se explica hoy como un cierto atractivo turístico -lo que no es deinasiado-; un reclamo publicitario mundial, con todo lo que ello significa de continuidad histórica de lo que fue superpotencia, y como una excelente embajadora y hasta viajante de la industria nacional en el mundo entero. Seguramente no es mucho, pero los propios republicanos -como el semanario The Economist- llegan a la conclusión de que son mayoría los ciudadanos británicos que sostienen la institución monárquica y que no ha llegado el momento de plantearse su supervivencia, aunque sí su reforma.
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