El Madrid se ofusca ante Cedrún
Gran partido del equipo de Valdano que desperdició una docena de oportunidades
SANTIAGO SEGUROLA El rendimiento de los números eso que en el fútbol se llama eficacia, determinó la victoria del Zaragoza en un partido inolvidable. La noche fue para corazones fuertes en la cancha y en los graderíos. Bastaba ver a la multitud de pie en los últimos minutos, incapaz de contenerse, zarandeada por las emociones y por la incertidumbre. Detrás de todo eso estaba el juego grande, la altura de dos equipos espléndidos. Y cuando todo terminó, el Madrid salió vencido pero orgulloso. El encuentro fue más suyo que del Zaragoza. En todos los aspectos: en el juego, en la presencia y en las ocasiones. Y en los momentos más delicados, cuando la noche se volvía en contra, tuvo temperamento y decisión. Puso todas las condiciones para ganar y perdió. Se quebró en el área, frente a Cedrún, diez ocasiones mano a mano con el portero, el sueño de gente como Raúl y Zamorano. Ahí ganó el Zaragoza, sujeto por la contundencia de sus delanteros en las cuatro oportunidades que alcanzaron.
Fue un partido de ley, vigoroso y trepidante, lleno de matices. Se dieron todas las condiciones de los partidos grandes: la calidad de los equipos, la producción de oportunidades y el ambiente eléctrico. Todos se exprimieron en La Romareda, los jugadores y el público, dispuesto a poner toda la presión del mundo sobre el árbitro, que la acusó, por supuesto. En este clima cargado, insoportable para los pusilánimes, los dos equipos se entregaron con rotundidad y buen juego. Naturalmente hubo aspectos imperfectos, pero en todo momento se apreció el verdadero sabor de este juego incomparable.
El Zaragoza rentabilizó una salida desaforada con el gol de Esnáider, un jugador que continúa la maldición cainita del Madrid. Como es habitual, un -antiguo chico de la casa fue decisivo en la derrota del Madrid. Esnáider apareció tres veces y marcó dos goles. El primero se produjo en el arreón inicial del Zaragoza, antes de que el fútbol se decantara. Respondió el Madrid inmediatamente. Raúl comenzó su vía crucis frente a la portería un minuto después del gol de Esnáider. Apareció desde la sombra para encarar a Cedrún y hacer lo que pide el manual: la gambeta tranquila y la portería libre. Pero el chico midió mal el remate con la derecha. La pelota salió alta ante la sorpresa general. El error, tuvo un carácter sintomático. Vendrían más, unos de Raúl y otros de Zamorano, y por ese agujero se escurriría el partido para el Madrid.
Sin embargo, el fútbol tiene un alma generosa. Los mezquinos y los que leen los datos. del ordenador para medir los méritos de los jugadores dirán que Raúl jugó un partido defectuoso. En realidad, ocurrió todo lo contrario. Desde ayer se sabe que Raúl es un talento máximo, un futbolista lleno de talento, destreza e intuición. Algunas de sus acciones tuvieron el aspecto que distingue a los jugadores diferentes, los que se adelantan un metro y un segundo a la normalidad. El impacto de Raúl en el partido fue innegable. Cada una de sus jugadas -un recorte, un regate por detrás, una aparición imprevista en el área, las paredes que tiraba- tuvo el sello de los futbolistas especiales.
Por debajo de los goles, el Zaragoza jugaba bien y el Madrid mejor. Había carácter y fútbol. En los dos capítulos fue notable la actitud de Redondo. Cargó con el equipo y lo llevó a la orilla del triunfo. Su caudillaje se advertía en todos los factores del juego. Con la pelota era económico o poderoso, según conviniera. Sin ella, era el líder indiscutible. Mediada la segunda parte, su figura se hizo gigantesca. Estaba en trance y el equipo le seguía.
A pesar del segundo gol, la impresión es que el Madrid podía recuperarse. Siempre se la jugó con ambición, metido en el terreno del Zaragoza. Había criterio y toque. Y no faltó la fantasía. Todo ello se concretó en una sucesión constante de oportunidades, con Cedrún desesperado. Marcó Zamorano y se hizo inminente el segundo. Sólo podía marcar el Madrid. En medio de una noche excelente de juego, también se producían algunas imperfecciones. La más notable corrió por parte de Laudrup, un futbolista excepcional, pero enfermo de brillantez. Esta dolencia puede ser grave. Laudrup, debería comprender los aspectos teatrales del juego, la, necesidad de refugiarse bajo una máscara de normalidad y escoger los momentos y el sitio para ser Laudrup con mayúsculas: el futbolista que desequilibra y gana por sorpresa.
Con- el empate de Amavisca se dio por supuesto el empate o la victoria del Madrid, pero el Zaragoza siempre tenía un aire peligroso. Dispone de excelentes jugadores y de la eficacia necesaria en el área. Y en estas cuestiones, Poyet es alguien. Siempre llega. De cabeza o con el pie, el centrocampista del Zaragoza tiene gol por todos lados. Cuando la pelota quedó libre en aquel rechace de Hierro, el gol estala anunciado: remataba Poyet. No quedaba tiempo para un último esfuerzo madridista. Un gran partido, una de esas noches impagables, se cerraba con el público levantado por emoción y la satisfacción de una victoria muy complicada.
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