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UN HÉROE ANÓNIMO

Un gol para una vida

Marcelino, el héroe ante la URSS, reniega del fútbol tras una azarosa vida

Mábel Galaz

Año 1964. Final de la Eurocopa e aciones. URSS contra España. Estadio Chamartín de Madrid. Minuto 83. "El gol vino de un contragolpe ruso. Nosotros cortamos en defensa. Yo bajé al centro del campo. Rivilla me la dio, yo se la devolví. Rivilla se la pasó entonces a Amancio y éste a Pereda. Ya en el área, a mí me empujaron, y, en el barullo, la metí con la cabeza. Yashin, el portero ruso, no pudo hacer nada". Treinta años después, Marcelino Martínez Cao recuerda el gol que cambió su vida, que Francisco Franco instrumentalizó como una victoria más ante los rojos y que Matías Prats utilizó para una clase magistral de relato radiofónico.Las imágenes de la película están viejas; los recortes de los diarios, amarillos. Marcelino no guarda nada en sus cajones. Ni tan siquiera la camiseta que vistió aquel día. "A lo mejor mi madre la tiene por algún lado". En su memoria, en cambio, retiene los recuerdos de aquella época. Se resiste a exteriorizarlos, no por modestia, sino por dolor. Fue otra época en la que dice que fue feliz. Ahora también parece serlo. Al menos eso se empeña en decir y en demostrar cuando EL PAÍS le visitó en Ares, el pueblo en que nació y al que ha vuelto. En medio, un túnel del que le costó salir.

Estudió para cura, pero desde niño quiso ser futbolista. Se sirvió del seminario para poder calzarse las botas. Los sacerdotes del convento de Puentedeume le firmaban las notas a pesar de s u escasa aplicación con tal de que diera goles para el equipo del colegio. Un día llegó un ojeador asta Ferrol, donde vivía su madre, esposa de marino mercante, y se lo llevó a Zaragoza. Así terminó una vida de retiro y austeridad y comenzó otra de lujo y excesos.

A Marcelino le recuerdan en Zaragoza, donde jugó sus mejores años como futbolista, por sus goles y por su manera de entender la vida. Era el prototipo del éxito. Alto, rubio, ojos claros, famoso y millonario. La hija de Luis Martín Ballestero, entonces magistrado de la Audiencia de Zaragoza, lo llevó al altar.

En su casa el delantero era tan difícil de marcar como en el terreno de juego. Con Santamaría y Santos, éste compañero de los cinco magníficos junto a Canario, Villa y Lapetra, decidieron lanzarse al mundo de los negocios. Optaron por abrir un bar en Zaragoza y lo llamaron Golden. Invirtió ficha y primas, en aquel tiempo mucho más discretas que las de ahora -160.000 pesetas por el gol a Rusia-.

El lugar se convirtió en una mina de oro, en el más popular para tomar copas. Los magníficos se dejaban caer por el local todas las noches. Los aficionados sabían dónde podían cazar un autógrafo, y las aficionadas, dónde intentar cazar a un futbolista. Marcelino tenía éxito. En ese terreno era también el que más goles marcaba. Sus compañeros reconocían su liderazgo en el equipo y en la calle. Invertía tantas horas en el Golden que apenas recogía beneficios. A fin de mes resultaba ser el mejor de sus clientes.

A los 29 años, tras una pelea con la directiva del Zaragoza presidida por Faustino Ferrer, decidió retirarse. "En ese momento era el futbolista que más dinero cobraba, o al menos el que más dinero pagaba a Hacienda.

Tenía posibilidades. El Madrid me quería, el Barcelona también. De, Italia me llamaban. Esa fue la única posibilidad que contemplé. Porque ¿cómo iba a vestirme con otra camiseta? Pensaba que si me iba a otro equipo me vendía por dinero".

Marcelino colgó sus botas cuatro años después de marcar el gol decisivo ante Rusia, de ganar la Copa de la UEFA y la conocida en. aquel tiempo como Copa de Ferias. "Ya lo tenía todo. Lo había ganado todo. Era un campeón. Lo mejor era dejarlo".

Y lo dejó. Tuvo ofertas para dirigir a algún equipo, pero las rechazó. "No quise ser entrenador, tengo dignidad. En el fútbol el artista es el futbolista. Ahora, en cambio, se les da una importancia desmedida a los entrenadores y a los directivos. Pero ni en la Federación de Fútbol ni en el Consejo Superior de Deportes saben nada. Lo más que saben es que un balón se parece a una pastilla de chocolate. Los entrenadores son payasos y no tienen ningún mérito. El fútbol se sostiene en tres pilares: futbolistas, aficionados y prensa".

Se escuda en el romanticismo de aquellos tiempos -que él dice seguir cultivando, para justificar su amargura-, y se refugia en el silencio cuando se le pregunta por qué ahora sólo bebe agua. "Yo ya me he bebido y me he fumado todo". De Zaragoza se marchó hace algo más de diez años de forma discreta. Cuentan sus compañeros de correrías que las copas le empezaban ya a pasar factura y que sus conquistas no podían ser obviadas por más tiempo en su familia. Dejó el Golden y se refugió en Ares.

Marcelino asegura que regresó a Ares porque un verano fue a ver a su madre y "sentí que era el momento de volver". En Zaragoza se quedaron su mujer, sus hijos y sus triunfos.

"Una de las cosas que más me gustan de mi pueblo es que nunca me han pedido un autógrafo". Con sus ahorros montó un centro de fisiología deportiva. "Las máquinas que compré costaban millones. Busqué especiaistas. Quería que no sólo la gente de aquí, sino de toda Galicia, se aprovechara de ellas. Pero nadie me escuchó".

Llamó a las puertas del Ayuntamiento de Ferrol, de La Coruña, de la Xunta. Nadie le abrió. Habla de los políticos con palabras duras. Las máquinas están ahora bajo llave en un local del pueblo. Un concejal del entonces yuntamiento de La Coruña asegura que Marcelino quería hacer negocio con una práctica que no conocía. Perdió millones.

Ahora, Marcelino cuenta que es constructor apoyado financieramente por su hermano Andrés. No va al fútbol. Sólo sigue algún partido que otro por televisión. "Me he vuelto muy cómodo, o quizá no me gusta el fútbol de ahora. Antes éramos más románticos, más artistas. Con eso de los sistemas se han cargado todo. Si a nosotros, a los magníficos, nos hubiera venido un entrenador a hablarnos de un 4-4-2, lo hubiéramos matado". El Mundial de Estados Unidos no' le gustó nada. "No hubo un número uno, no hubo ninguna figura". Eso sí, reconoce: "Me gusta más Bebeto que Romario. Aunque el único grande de los últimos tiempos ha sido Maradona". Hace algunos meses se reunió en una televisión con sus compañeros para recordar la victoria ante Rusia (2-1). Pidió dinero por acudir a la cita.

Se ha vuelto a casar. Tiene dos niñas; la pequeña, de cuatro años. Estudian en un colegio de monjas. "Para mí es fundamental la formación de los niños. ¿Y dónde van a estar mejor mis hijas que con las monjas?". Dice que no es de derechas, aunque Franco utilizó su gol para hacer política. "Nunca comí con él". Pero no sólo está obsesionado con el mañana de sus hijos. "Los niños tienen que tener ídolos, y qué mejor que los deportistas para seguir su ejemplo., Tendría que haber cátedras para que gente como Delgado, Fernández Ochoa o Nieto les enseñaran. Ellos, como yo, son campeones, números uno, no triunfadores, porque ésos hay muchos y ya sabemos todos dónde acaban".

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Sobre la firma

Mábel Galaz
Fue la primera mujer en pertenecer a la sección de Deportes de EL PAÍS. Luego hizo información de Madrid y Cultura. Impulsó la creación de las páginas de Gente y Estilo. Ha colaborado con varias cadenas de televisión y con la Cadena Ser. Ahora escribe en El País Semanal.

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