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Reportaje:

'La Farola' de la esperanza

45 indigentes venden una revista por la calle para dormir bajo techo y comer caliente sin mendigar

Las esperanzas de 45 indigentes madrileños están puestas en 12 hojas de papel. En ellas cabe la revista La Farola. El fanal, que ellos han empezado a vender por las calles de Madrid para poder dormir bajo techo y comer caliente sin mendigar.La publicación nació hace un año en las calles de París con el nombre de Le Reverbére, de manos de un antiguo mendigo de 61 años, Georges Mathis. El pasado verano llegó a Barcelona y el 6 de octubre comenzó a venderse en Madrid. Habla de la marginación desde dentro y pretende luchar contra ella desde sus mismas tripas. Algunos de sus redactores viven o han vivido en la calle.

De las 200 pesetas que cuesta, 150 son para el vendedor y el resto se destinan a gastos de edición. La iniciativa está abierta a cualquiera que carezca de casa y trabajo. Sólo se exigen ganas y buenos modos con el cliente.

Cada mañana, de 10.00 a 12.00, el modesto local donde se reparte la revista a los vendedores abre sus puertas junto a la plaza de Olavide. Entre botellas y cajas de refrescos, ya que se trata del almacén de un bar prestado por su propietario, comienzan a llegar los interesados, personas que carecen de techo.

Dos jóvenes búlgaros que han oído hablar de la publicación acuden al local. Les atiende José María, un barcelonés cuya vida ha dado unas cuantas vueltas hasta llegar a la calle. Después de entablar con ellos un breve diálogo sobre su situación, les pide dos fotografías y sus nombres para hacerles el carné de vendedor.

Como aseguran no tener un duro les da él mismo el dinero para las fotos. Las primeras revistas se las llevan de fiado. "Algunos ni nos las han devuelto ni nos las han pagado, pero en este asunto es imprescindible tener confianza en la gente", afirma José María.

Poco después llega Juan Pablo Cano, un asturiano de 25 años, que vende la publicación en la Puerta del Sol. "En una semana me han comprado unas ciento cincuenta revistas, eso si he puesto un cartel en la esquina donde me coloco y suelo vocear el título para que los transeúntes se enteren", asegura. "Estoy contento porque puedo comer caliente y pagarme una pensión", añade.

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Ayudante de cocina de profesión, ha pasado unos dos años en la calle después de quedarse sin trabajo. Podría marcharse a Asturias, donde vive toda su familia, pero le gusta Madrid, y, además, a su padre y a sus hermanos no les sobra, lamentablemente, el dinero. Su empeño por seguir en esta ciudad le ha salido caro: noches pasadas al raso y ocupaciones de las que prefiere no hablar.

María, una bilbaína de mediana edad que duerme entre cartones en Chamberí también ha empezado a vender La Farola. Dicharachera, vehemente y nerviosa, llega diciendo que ya no va a coger un número más.

"El otro día uno de esos rapados me robó la mitad de los ejemplares que tenía en una caja, hace una semana me golpearon mientras dormía y esto ya es mucho riesgo", afirma.

Tras desahogarse decide volver a intentarlo y pone todo su empeño en convencer a Gregorio, un conocido, hombre menudo y apocado, que lleva más de una década pidiendo a la entrada de un bingo y durmiendo en un coche.

"Mira Gregorio, a ti te los van a comprar todos porque la gente te quiere y puedes sacar unas 3.000 pesetas al día", le animan. No acaba de decidirse, pero acepta volver a hablarlo por la tarde. A veces le dan ataques epilépticos y su mayor preocupación es que no le acepten como vendedor.

A quien acude a enterarse se le insiste en que se trata de una iniciativa para "precarios" no para cualquier parado con casa. Sólo se exige al vendedor que sea correcto con el público, y que no vaya ni borracho ni drogado.

"La revista no es una solución de por vida, pero sirve para conseguir un techo y poder reorganizarse sin el cansancio físico y mental de pasarse el día a la intemperie", aseguran.

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