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La mano izquierda del diablo

Cada vez que se acercan unas elecciones, brotan como setas después de la lluvia los rumores sobre supuestas operaciones políticas manipuladas en secreto y a distancia por unos partidos para restar votos a otros. Esta vez le ha correspondido el turno al incoado pacto entre Ruiz-Mateos y Matanzo para conquistar el Ayuntamiento de Madrid y a un proyecto municipalista promovido por un antiguo diputado de Alianza Popular, dirigidos ambos teóricamente a perjudicar al PP en los próximos comicios locales. Las respuestas a las preguntas sobre la fuente de financiación de esas empresas de distracción electoral suelen recurrir a la lógica de la sospecha -cui prodest?- para endosar las responsabilidades de las operaciones a sus beneficiarios políticos, en este caso los socialistas.Sin embargo, los intentos de los grupos recién llegados a la política para hacerse un lugar al sol en el hacinado espacio de los partidos ya instalados se resisten a explicaciones tan reduccionistas. Es difícil que unas siglas nazcan sólo a impulsos de los maquiavélicos designios de un partido decidido a deteriorar electoralmente a su principal competidor por cualquier medio y a cualquier precio. Pero una cosa es que los grandes clubes de fútbol compren a los árbitros y otra muy distinta que paguen primas a los equipos modestos cuando se enfrentan con rivales poderosos. No faltan ejemplos en otros países de los respaldos ocultos dados por un partido de izquierda a una opción ideológicamente antagónica con el propósito de perjudicar a un tercero. Así, Emmanuel Faux, Thomas Legrand y Gilles Perez han rastreado los vergonzantes apoyos prestados por Mitterrand al xenófobo Le Pen y los oscuros acuerdos entre los socialistas franceses y el parafascista Frente Nacional para desequilibrar a la derecha gaullista y giscardiana; La main droite de Dieu es una inquietante investigación no sólo acerca del colaboracionismo con el régimen de Vichy del actual presidente de Francia, sino también sobre el cinismo de algunos políticos profesionales.

En la reciente historia española encontramos casos para todos los gustos de ayudas partidistas prestadas des de fuera para conseguir -como en las carambolas del billar- efectos de carácter triangular. En la actual campaña vasca, Arzalluz ha dejado entrever que Unidad Alavesa ha contado con las simpatías de los socialistas para perjudicar al PP. El PSOE acusó al Gobierno de UCD de ayudar a los llamados socialistas históricos, herederos de Rodolfo Llopis, en las elecciones de 1977; y de hacerlo aún más claramente con el andalucismo en los comicios de 1979. Durante la anterior legislatura, las atenciones gubernamentales hacia el CDS, invitado por el PSOE a un fantasmal bloque constitucional del que había sido ex cluido el PP, obedeció probablemente a esos mismos criterios; y los rumores sobre el salto a la política de Mario Conde, propalados antes de que la intervención de Banesto descrismase políticamente al ex banquero, daban hace un año por descontado el respaldo del guerrismo a esa aventura.

La versión más suave de esas operaciones triangulares son las maniobras de tenaza realizadas por dos grandes partidos separados entre sí por una brecha ideológica, pero puestos de acuerdo con el único fin de emparedar a un adversario molesto para ambos. Así lo hicieron UCD y el PCE con el PSOE tras las primeras elecciones democráticas; y el PSOE y AP con UCD durante la segunda legislatura. Pocas cosas hay nuevas bajo el sol: los actuales coqueteos entre Aznar y Anguita para atrapar al Gobierno en una pinza recuerdan la tenaza practicada por socialistas y conservadores contra Adolfo Suárez en 1980, cuando Felipe González adulaba a Manuel Fraga con el inverosímil requiebro de que el Estado entero le cabía en la cabeza.

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