No me esperes en el cielo
Hay frases y definiciones para todos los gustos edad y condición. Se dijo que los elegidos de los dioses mueren jóvenes, y que la guerra se distingue porque son los padres quienes entierran a los hijos; por experiencia me permito describir a la vejez como la edad en que pasamos la mayor parte de las tardes -en epocas calurosas- asistiendo a funerales de contemporáneos. Suelen ser aburridos por lo obligado y monótono del tema: hablar del difunto, de sus virtudes -algunas de las cuales ignorábamos- y de la confusa perspectiva de otra existencia cuyas características adolecen de gran imprecisión y escasa fiabilidad. Peor aún: en esa supuesta ultratumba volveremos a encontrar a deudos y seres queridos, para la eternidad.Este verano falleció un querido amigo del que ciertamente podía asegurarse que fue devoto hijo, padre bondadoso, solícito y liberal esposo así como, por su profesión médica, notable y acertado sanador de cuerpos y ayuda de ánimos. El trato arranca de la remota niñez y me autorizaba a ocupar plaza en la segunda fila de reclinatorios, justo detrás de la apenada viuda, excelente ejemplo de viga maestra hogareña. Alumbró media docena de hijos y fue animosa y leal compañera del marido, además de rica por su casa.
El dolor, la tribulación eran evidentes en la espaciosa iglesia parroquial. Aparte de los conocidos, muchas mujeres y hombres contritos que quizá debieran la vida o la salud a quien cuyas excelencias recitaba el más notorio de los cinco sacerdotes oficiantes. Se dirigió a la doliente esposa -tras echar una ojeada a la chuleta que suele poner en la esquina del facistol- recordándola. cuanto ella sabía mejor que nadie. Al entrar en la parcela coloquial pronosticó que no debería apenarse, pues el largo camino matrimonial sólo se había interrumpido, para reanudarse en otra inextinguible etapa. Sentí que se removía inquieta y farfullaba lo que podía ser una plegaria.Los funerales, como todo, alcanzan su fin; un denso desfile de allegados demuestran la cordial solidaridad apretando la mano del pariente con gran vigor. Si el difunto ha sido popular y apreciado, ésas manos quedarán echas migas durante varios días. Personalmente soy partidario del cuerpo a cuerpo, palmeando con afecto el hombro de los deudos.
Unos días más tarde visité a la amiga y pariente próximo que, poco a poco, arropada por el cariño de los hijos y los adictos, digería la inevitable pérdida. A solas recordé aquel gesto que descompuso unos instantes la hierática postura funeral.
"Sí, tienes razón -me dijo- cuando el cura aseguraba que pronto iba a encontrarme con Pepe Luis en el cielo. Tú sabes lo que he querido a mi marido. Me hizo feliz en todos los aspectos. Pero, francamente, pasé con él 48 años de mi vida y considero que han sido suficientes. Creo, de verdad, que está allá arriba, con todo merecimiento. Si llego a ser digna del mismo destino, qué quieres que te diga, preferiría conocer a otra gente. ¡Figúrate, seguir lo mismo, por los, siglos de los siglos...".
Ninguna frivolidad en el ingenuo y franco desahogo. Se trata de alguien intrínsecamente bueno, por tanto, incapaz de egoísmos premeditados. Ya cumplió los 70 años, y no cabe duda que es una resuelta creyente en el otro mundo. Tanto, que incluso se lo imagina con más lucidez que la mayoría de los teólogos, filósofos o místicos.
El paraíso, si existe, puede ser cualquier cosa menos una continuación de este ajetreo terrenal, ni si quiera muy mejorado. Claro que, como dijo el actor francés Desprogres, estar sentado a la derecha de Dios Padre es lo normal: lo que en el argot automovilístico se llama "el sitio del muerto". ¡Laus Deo!
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