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TENIS

"Mi historia no ha terminado todavía"

El sol del desierto acaba de salir y ya pega de una manera que sólo podría hacer feliz a un la garto. 37 grados a la sombra, de haber alguna, así que no es de extrañar que las calientes pistas de cemento descubiertas del complejo de tenis Mission Hills estén desiertas, todas excepto una. So bre la ardiente superficie, una joven con un vivo brillo violeta en la coleta y una bolita de chicle verde muy trabajada en la boca golpea pelotas por encima de la red.La joven es la tristemente famosa Jennifer Capriati, esa tenista que abandonó sus estudios en la escuela secundaria y que ahora es antigua alumna del registro de la policía de Florida, la escuela donde se aprende lo que son golpes duros.

Hace seis semanas, ella y su familia se trasladaron a esta meca del ocio, en el desierto de California, con perspectivas de un nuevo comienzo tras los malos tiempos. La semana pasada, Capriati rompió su silencio.

"Siempre se esperaba de mí que fuera la mejor y, si no ganaba, eso significaba para mí que era una perdedora", dice. "Tenía la impresión de que mis padres y el resto de la gente pensaban que el tenis era la única forma de triunfar, pero yo creía que nadie conocía ni quería conocer a la persona que estaba detrás de mi vida como tenista".

"Estaba deprimida, triste, sola y me sentía culpable", dice acerca de su consternación por ser la jugadora que todo el mundo conocía, pero la persona a la que nadie entendía. "Pensaba que renunciaría a todas las cosas materiales por estar con alguien que me quisiera por mí misma", añade Capriati.

La clínica Betty Ford está a la vuelta de la esquina, pero Capriati no va a seguir allí ningún tratamiento, tras un año de desorden que empezó con una derrota desestabilizadora en el abierto de EE UU de 1993 y culminó con su arresto el pasado mes de mayo por posesión de marihuana, según su versión del desafortunado fin de semana. En vez de eso, ha vuelto a la cancha de tenis. "Estuve muy cerca de no existir", dice Capriati, cuando se decide a hablar por fin, aunque con reticencia, sobre el año más difícil de su vida. "No soy adicta a las drogas, pero se podría decir que soy adicta a mi dolor. O que lo era", dice, mientras juguetea con el pendiente del dedo del pie que ha sustituido a los de la nariz y el ombligo. "Todo me lo tomaba con sarcasmo. Lo veía todo como negro".

La derrota de Capriati ante Leila Meskhi en la primera fase del Open del año pasado la llevó al borde de un precipicio y a un limbo de autodestrucción. "Me quemé, lo reconozco", declara Capriati con una mueca que muestra que se sabe de memoria el estribillo de 'ya te lo dije'.

La declaración inspirará a los psicólogos de diván y a los cínicos que han esperado su caída desde que se convirtió en una profesional y multimillonaria cuando era una niña de 13 años con los dientes saltones y la risa floja.En 1993, menos de cuatro años después de que el Consejo de Tenis Femenino modificase las reglas relativas a la edad de participación, con objeto de permitir la entrada inmediata de este exitazo de taquilla en su circuito hambriento de novedad, Capriati lo abandonó y no dijo -aposta- ni una sola palabra sobre cuándo iba a volver o si iba a hacerlo.Volverá, pero probablemente lo haga más bien tarde que pronto. De no ser por una lesión en la ingle, Capriati estaría con toda seguridad esta semana en Zúrich. Pero volver al circuito de la misma manera que lo dejó, sufriendo, parece imprudente: Capriati espera participar en todos los aspectos del juego con más sensatez en su segunda oportunidad."No me lamento de nada de lo que he hecho en mi carrera, excepto quizá de que a los 14 años se es demasiado joven para poder con todo emocionalmente", dice. "Pero sé que no quiero dejar el tenis como lo hice, llorando y arrastrándome".

Capriati, que seguía teniendo pesadillas tras perder la semifinal del Open de 1991 frente a Mónica Seles, lloró sin cesar cuando cayó en 1993 en la primera fase. "Empecé bien, pero al final del partido no podía esperar a salir de la cancha. Lo perdí completamente, mentalmente", recuerda , "y, evidentemente, la cosa va más allá de aquel partido. No era feliz conmigo misma, con mi tenis, con mi vida, con mis padres, con mis entrenadores, con mis amigos... Me pasé una semana de oscuridad en la cama después de aquello, odiándolo todo. Cuando me miraba en el espejo, veía una imagen desfigurada: tan fea y tan gorda que me quería matar, de verdad".Así que empezó a matar su yo público. Dio la espalda al tenis y a todo lo que el tenis traía consigo. Se alejó de su familia, primero emocionalmente, luego fisicamente y se trasladó a un apartamento. "Pensé que lo mejor para mí era estar completamente sola; no quería que nadie supiera nada de mí", dice Capriati. Su anonimato duró poco, hasta que fue citada por robar en una tienda el 10 de diciembre del pasado año. "Olvidé que llevaba puesta la sortija, y cuando por fin me acordé, ya era demasiado tarde", comenta Capriati, que solía llegar a los partidos de tenis sin la ropa, las raquetas y las lentillas y que la semana pasada salió de un restauránte sin las llaves del coche.Aunque entonces era menor de edad, la fama de Capriati parecía pesar más que su derecho legal a la confidencialidad; su caso se desestimó finalmente, pero no sin que un bombardeo internacional de los medios de comunicación, la mayor parte de los cuales la suponían culpable, la hiciesen encerrarse aún más en su caparazón. "Pensé, '¿Soy tan importante que tienen que armar tanto jaleo por esto?", dice, "Y ahora me doy cuenta de que, una ve z que se te considera una celebridad, es como si no tuvieras derecho a la intimidad. Entonces, me olvidé de todo y de todos, excepto de mi hermano; lo único que me importaba era escuchar música y estar de juerga con mis amigos".

Durante varios meses, se negó a tocar una raqueta, pero el pasado invierno, cuando el circuito de fiestas se había convertido en su único circuito, se dio cuenta de que estaba aburrida y empezó a golpear la pelota a hurtadillas. "No significaba que quisiera volver ya", dice Capriati, que no quería que sus padres se hicieran a la idea de que iba a volver a jugar en primavera, "pero cuando me acordaba de los slams, siempre pensaba: 'Volveré a estar ahí".

Entonces ocurrió otro contratiempo. Sus padres, preocupados por su estado mental, la sacaron de su apartamento y, en febrero, la ingresaron en Manors, una instalación psiquiátrica privada en Tarpon Springs (Florida), para una. evaluación de dos semanas. Capriati salió resentida, y cuando cumplió 18 años en marzo, dejó la casa familiar en Saddlebrook y se fue a Boca Ratón, un viaje por Florida que inicialmente recibió el visto bueno de sus padres.

"Intentaba recuperarme y ser más feliz, pero en Saddlebrook me sentía como si la gente me estuviera observando", dice Capriati, cuya paranoia no carecía de fundamento. En Boca Ratón se fue a vivir con unos amigos que estudiaban en la universidad local. El arresto de Capriati tuvo lugar el 16 de mayo en una sórdida habitación del motel Coral Gables en la que estaba dando una fiesta con una serie de adolescentes rebeldes a los que describió posteriormente como "conocidos, no verdaderos amigos".La policía encontró en la mochila de Capriati suficiente marihuana para acusarla por delito menor de posesión. Sus patrocinadores la abandonaron, empezó un programa de tratamiento de 28 días en el centro médico Mount Sinai de Miami Beach y aprendió otra lección. "Relacionarse con gente así no merece la pena por las consecuencias que conlleva", afirma Jennifer Capriati.Parece que el tenis está dispuesto a celebrar el regreso de Capriati y ella parece dispuesta a intentar volver, aunque con condiciones ligeramente diferentes. "Ahora no es más que un juego para mí. Juego porque lo llevo dentro, tengo ganas de jugar y talento para jugar y no quiero desperdiciar mi talento", dice. "No me importa ser la número uno, pero estoy preparada y deseando presentar batalla, y en eso consiste el deporte. Que me den una raqueta. Mi historia todavía no ha terminado".

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