Cortesía
Ha caído el imperio soviético. Vuelven las pestes medievales. En los húmedos bares de Rotterdam, Liverpool, Milán, Berlín, bajo la niebla expanden sus cánticos los cabezas rapadas con un tanque de cerveza en el puño. El Papa agoniza asomado a una ventana sin entender nada. En el mundo se ha pasado de la bomba Atómica a matarse otra vez a garrotazos. De joven uno quería salvar a la humanidad; ahora hay que conformarse con comprar unas servilletas de papel en el semáforo. El hombre nuevo que nos auguró el marxismo ha desarrollado una cabeza de jabalí sobre la pechera condecorada. La violencia hoy es una de las formas que adopta el aire. Los si carios son los nuevos caballeros andantes: matan sólo para admirarse a sí mismos. Por todas par tes cunde la agresividad: está en la boca de los políticos, en la pluma de los comentaristas, en la risa de los cómicos. Dios ha resucitado: ahora sólo atiende las plegarias si se le invoca bajo el nombre de Patriot.. Y no obstan te, en medio de la apocalipsis, uno puede salvarse. Cuando han caído todos los ideales aún que da en alto un valor supremo, que da fundamento a las personas que quieren vivir con dignidad y cohesiona a la sociedad que lucha por no extinguirse. No se trata de una moral profunda, sino de la vieja cortesía que mantenía en pie esta gran ficción de la existencia. No digo que una guerra sea antes qué nada un caso de mala educación. Sin duda lo es. Pero en la conviven cia diaria uno ya sólo espera sal varse a través de la delicadeza que pueda ofrecer o recibir de los demás. Miro dentro de mí mismo y veo los sueños perdidos. ¿No podría recuperarlos por medio de la amabilidad? Miro alrededor y todo parece impregnado de cinismo y violencia, como, si estuviera cerca un gran cataclismo. Ya que los poderes sobrenaturales no quieren intervenir, ¿no podríamos salvar el mundo simplemente saludándonos con el sombrero como hacían antes los caballeros? La buena educación es una de las fuerzas más potentes de la naturaleza.
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