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COMPETICIONES EUROPEAS

El Barça se diluye en el último minuto

El Gotemburgo remonta en el segundo tiempo un gol inicial de Stoichkov

Robert Álvarez

El Barcelona volvió a poner su talento bajo sospecha ayer en Gotemburgo. Su andamiaje se derrumbó después de haber descargado su mala conciencia en un primer tiempo que invitó a un mejor desenlace. Después de haber tomado el tacto y la medida del partido, el grupo de Cruyff acabó entregado a las oleadas de un rival al que le bastó explotar el pase largo para acabar desesperando a la nutrida defensa azulgrana.Fue un partido ganado que se quebró por la borrachera de un grupo sediento de reivindicarse con algo más que un resultado. Su obstinación por quedar Dien, por reconciliarse consigo mismo, le cegó hasta el extremo de creer que tal vez no lo estaba consiguiendo. El orden estratégico y la puntualidad en la ejecución de movimientos se desvanecieron por un ansia desaforada de alegrías atacantes y un par de órdenes equivocadas. No acompañó el oficio de los más veteranos. No hubo, en toda la segunda parte, quien sostuviera el partido. Mal asunto en una plantilla en la que todos piden y se echan a la cara responsabilidades.

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El olor de la cocina prometía ricos manjares. Los hubo, pero los postres desmerecieron todo el ágape. Con tres partes de prudencia y un cuarto de descaro, el Barcelona encontró la fórmula con la que Astérix le paró los pies al Imperio romano. El rácano y derrengado inicio de curso pedía a gritos 90 minutos de afirmación colectiva. La ocasión, en la Liga de Campeones y en el repleto estadio del campeón sueco, era buena, pero causaba respeto.

Johan Cruyff puso el candado con una defensa de cinco hombres. Pero fiel a su idiosincrasia rehuyó la mediocridad y calentó el frío ambiental de una noche lluviosa con una pizarra con la que se relamieron los jóvenes golosos de su plantilla, Luis y su hijo Jordi.

Donde hace ocho años salió sonrojado el Barça y en la competición en la que es axioma la necesidad de tipos curtidos, el técnico aplicó su proverbial genialidad y atrevimiento e hizo debutar como titulares a los dos canteranos. El riesgo, sin embargo, estaba controlado. Una muralla humana con Abelardo, Nadal y Koeman en el centro, y un par de piedras, Sergi y Ferrer, en las vías por las que debían llegar los carrileros suecos, apuntalaron un sólido edificio.

El Gotemburgo perdió toda posibilidad de maniobra porque la disposición táctica del Barcelona desactivó la mejor arma sueca, el contraataque. Ante la dimensión del candado, el Gotemburgo no supo cómo aporrear la puerta de Busquets. El Barça, por el contrario, movió con soltura el engranaje para proyectar sus efectivos hacia el latifundio que le quedó por delante. Fueron sus mejores minutos. Sucedió cuando los centrocampistas encontraron terreno franco; Hagi, espacio para elegir por dónde recibir, y Stoichkov, para acelerar su zancada.

La pócima mejoró sus efectos beneficiosos cuando el propio Gotemburgo le añadió unas gotas. Las ocasiones azulgrana fueron precedidas por errores de bulto de los suecos. El tembleque local empezó con la estúpida cesión de Pettersson a su portero en el minuto 11. Una alta traición al veterano Ravelli, al que Stoichkov le aplicó toda su sed de venganza con un disparo fácil que adelantó al Barcelona y disipó las dudas sobre el cariz inicial del partido.

Por vez primera en el inicio de curso el Barcelona le negó la ventaja a su rival. Casi siempre había concedido la iniciativa (Español) o un gol (Sporting, Racing o Galatasaray). Olsson (m. 13) y Karriark (m. 22) aún dieron ocasión para que Bakero y Hagi ejecutaran de nuevo a Ravelli. Luego llegó la tempestad.

El Barcelona empezó a ceder terreno, no porque se apelotonara atrás, sino porque su distribución dejó huecos enormes. El Gotemburgo construyó vías para el pase largo, centros para trabajar el espacio aéreo. Los cambios acabaron por darle la vuelta al panorama. La entrada de Iván por Hagi devolvió a Luis a un extremo en el que ya se había extraviado en la primera parte; el de Amor por el propio Luis llegó cuando ya el centro del campo azulgrana había perdido toda su orientación y no tenía mayor misión que achicar agua. La principal vía de entrada local se produjo por la zona derecha, en la que la entrada de Wahlstedt fue una mala noticia para Sergi.

El Barcelona acabó roto. Concedió ocasiones, enloqueció a Koeman en su obsesión por reordenar su defensa y acabó por entregar la cuchara. El grupo de Cruyff se fue diluyendo con la lluvia. Fue cediendo tanto que llegó a pensar que un empate no era malo y acabó perdiendo en el último minuto. Esas son derrotas de aquellas que dejan huella y hieren la imagen de cualquiera. Marzo, los cuartos de final, queda lejos. Habrá que ganarse de nuevo el jornal a diario.

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Sobre la firma

Robert Álvarez
Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona, se incorporó a EL PAÍS en 1988. Anteriormente trabajó en La Hoja del Lunes, El Noticiero Universal y el diari Avui.

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