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Tribuna
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Animales de dos patas

No pertenezco a ninguna asociación o sociedad protectora de animales, aunque las apoyo siempre que no caigan en cualquier arrebato extremista, pues con los fundamentalistas, el Papa y los antiabortistas radicales tengo suficiente. Ni comparto la consideración de criaturas de Dios hasta que mi agnosticismo religioso quizás remita con el inexorable paso del tiempo y la cercanía de la muerte provoque dudas y algún que otro "por si acaso". Tampoco soy vegetariano, pues me aficioné al chuletón de buey, el cordero asado, la merluza en salsa verde y el bonito con tomate a edad temprana. La biología se me daba regular, al no acabar de memorizar con exactitud el mecanismo de digestión de los rumiantes. En el debate toros sí-toros no me persigue la contradicción. Leo a Joaquín Vidal y disfruto con la fiesta. Veo la superlenta de Canal Plus y me pregunto si es necesario. Comprendo a unos y a otros y no entiendo a ninguno. Mi suegro es un gran cazador y los trofeos con los que adorna su atiborrada casa me producen admiración y rechazo a partes iguales. Resumiendo, que me considero bastante normalito en asuntos relacionados con el mundo animal. Y a los normalitos se nos pone la carne de gallina con los espectáculos que año sí y año también se dan en algunos pueblos de nuestra llamada, curiosamente, piel de toro. El último, en Colmenar de Oreja, donde se lio una buena por la prohibición del toro embolado; salvajada que consiste en colocarle al animal unas bolas de fuego en los cuernos y soltarlo en la plaza del pueblo. Fantástico. Culturalmente intachable. Divertidísimo. Más que divertido, para morirse de risa.

Nunca he entendido muy bien el placer que experimenta el ser humano prácticamente desde que abandona la cuna ante el sufrimiento animal. Intento descifrar el ancestral enigma que explicaría las razones que llevan a jóvenes e incluso niños a disfrutar cazando y descuartizando lagartijas con variados y refinados métodos (no todos, tenía un amigo que las dinamitaba). Con la ayuda de un cerebro en estado de shock provocado por la vuelta de las vacaciones y el próximo final del verano, me pregunto la posible atracción que pueda ejercer la minuciosa disección de una rana, sesuda tarea a la que, con mayor o menor fruición, casi todos nos hemos dedicado a edad temprana. Mientras el Madrid vuelve a ser el Madrid y el Atleti vuelve a ser el Atleti, alucino al comprobar que tales comportamientos en muchos casos no desaparecen con la mayoría de edad y la supuesta dosis de raciocinio que conlleva para todos menos para fas cistas, racistas, intransigentes, intolerantes, funda mentalistas, extremistas, terroristas, amantes de la guerra y cosas por el estilo. No sólo eso, sino que se hacen más acusados, hasta el extremo de que, en una gran pirueta evolutiva, los humanos nos convirtamos en auténticos y genuinos animales, por supuesto, poco o nada racionales.

Desconozco lo que pasa por los limitados cerebros de toros, perros, gatos, gansos, caballos o asnos. Incluso es más que probable que no pase nada (aun que Jesús Gil se empeñe en intentar demostrar que su caballo Imperioso es más listo, inteligente y sensible que las personas), lo que les pondría en igualdad de condiciones con los precursores, animadores y disfrutadores de eventos ejemplares como el toro embolado de Colmenar de Oreja y otras muchas fiestas más, famosos gansos de Lekeitio incluidos. No en cuentro excesivas diferencias entre éstos y, por ejemplo, los cazadores/ asesinos de focas, ballenas, y otros animales, algunos en vías de extinción. Lo curioso es que los mismos que casi echan la lagrimita ante la masacre de focas con ojos de estrella de cine son capaces de secarse los ojos y seguidamente salir a la calle a pasarse unas horas tirándole del rabo o atizando a una vaquilla hasta que se muere de la paliza.

No es extraño que tales personas, eslabones perdidos en la cadena de la evolución, intenten agredir a periodistas, pidan degollamientos y apaleen a los que supuestamente van a impedir una sana diversión. Ya se sabe, no se le debe quitar a un animal el plato de comida cuando se halla en pleno banquete, pues puede revolverse. Y a éstos hay que considerarlos como si se tratase de animales. De hecho, en el fondo, son mucho peores.

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