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Sectarismo

Enrique Gil Calvo

En la vida hay a veces cosas que no se entienden. Y esto es lo que sucede ahora con el Partido Popular. En junio pasado, con una campaña de violenta denuncia de la corrupción socialista, ganó las elecciones europeas de calle, rozando la mayoría absoluta misma. Pero de entonces acá parece empeñado en dilapidar todo ese capital electoral acumulado, mediante una increíble campaña de declaraciones sectarias. Podría pensarse como disculpa que se trata de algún error accidental, causado por la inexperiencia o la desmesura de algunos de sus líderes más deslenguados. Pero no hay tal, pues ha sido la ejecutiva en pleno, con su líder Aznar a la cabeza, quien ha venido sembrando constantemente el verano con sus inoportunas provocaciones demagógicas.En efecto, ahora ya ni siquiera descalifican al Gobierno, pues atrás queda la olvidada denuncia de la corrupción. No, ahora el objeto de su sectarismo es la denuncia de catalanes y vascos, a quienes se acusa a unos de chantajistas y extorsionadores (por pretender negociar su apoyo a los Presupuestos del Estado) y a otros de encubridores de la impunidad de los terroristas (con su rechazo de la legitimidad de las reinserciones políticas). Y es tanto el sectarismo del que hacen gala los conservadores que se diría que están movidos más por la envidia (contra los catalanes) y el afán de venganza (contra los vascos) que por la voluntad electoralista de segar la hierba bajo los pies del Gobierno. Tanto es así que su campaña les está resultando contraproducente, al provocar la incomprensión y hasta el miedo de muchos ciudadanos que les votaron o podrían haber llegado a votarles. En consecuencia, González se está recuperando claramente, aunque no sea esta vez por méritos propios, sino por los abultados errores ajenos.

¿A qué viene esta escalada del sectarismo? Sospecho que se debe a una mal entendida creencia en su eficacia política. En nuestro sistema político, la patente de invención del sectarismo (entendiendo por tal la demagogia populista que busca el propio interés egoísta a costa de perjudicar a los demás) es del señor Guerra, a cuya práctica sistemática se atribuyó la supuesta eficacia política del guerrismo mediante el halago de los bajos instintos del votante menos escolarizado y la búsqueda de un chivo expiatorio al que culpar de todos los males. Así el mito de la eficacia del sectarismo fue propagado por sus primeros creyentes guerristas desde el comienzo de la transición, pero enseguida se contagió también a sus oponentes políticos, sobre todo a los de AP o el PP, que desde el principio atribuyeron sus desgracias electorales al sectarismo guerrista cuya eficacia pronto quisieron aprender a imitar, con la esperanza de vencerlo con sus mismas armas.

La verdad es que no sólo el PP cree en el mito, pues ahí está el ejemplo del señor Bono (antiguo guerrista, por cierto), que también recurre al sectarismo populista en cuanto ve peligrar su base electoral. Pero sobre todo parecen creerlo el señor Aznar y la plana mayor del PP, a juzgar por su actual cruzada sectaria que hoy clama venganza contra terroristas o catalanes y mañana quizá llegue a pedir la pena de muerte, en busca del votante menos escolarizado que presta oídos a las tertulias radiofónicas. Pero, ¿qué eficacia tiene el sectarismo si te hace perder el voto de las clases urbanas más ilustradas que ocupan el centro político, como ha demostrado el fracaso final del guerrismo?

Por eso, como con sectarismo no se puede llegar a La Moncloa, el PP está obligado antes o después a volverse atrás de sus excesos antivascos y anticatalanes: y donde dijo digo tendrá que decir diego, dando así la errática imagen del alocado que hace eses dando tumbos. La moraleja es obvia: como partido de oposición, el PP sólo funciona bien cuando denuncia la corrupción socialista, pues en cuanto sale de ahí cae en la incoherencia más estéril e ineficaz. Lo que viene a dar la razón al director del segundo diario madrileño, cuando dijo de Aznar: "Éste es incapaz de echar a González sin nuestra ayuda". Pues bien, a este paso parece que ni siquiera con su ayuda va a ser capaz.

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