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Mímesis

Nada hay que alimente tanto las expectativas de un nacionalista como la posibilidad de comparar su situación con la de alguna otra nación sin Estado. En 1989, los catalanes saltaron sobre la recuperación de su soberanía por las repúblicas bálticas para recordar que el mapa de los Estados nacionales no era inamovible: Cataluña como Lituania, se dijo entonces. Ahora, cuando todavía perduran los ecos de la "vía noruega", todas las formaciones políticas vascas se han apresurado a anunciar el envío de emisarios a Belfast por ver si tienen algo que aprender de la "vía irlandesa".Y esto es así porque todo nacionalista necesita al menos tres especies de otro para construir su propia identidad. Su primer, su gran otro, es, como ha escrito Savater, "un negativo de cuyo repudio depende nuestra afirmación de identidad". Es el extranjero frente al cual afirmo una identidad racial y de grupo: soy yo contra el otro porque construyo un otro contra mí. El segundo es el compañero de grupo, el que me hace ser nosotros, aquel que si me excluye de la comunión de los elegidos me arrebata la razón misma de mi existencia personal: es el otro que soy yo. El tercero, es el que en una situación pretendidamente análoga recurre a los mismos medios para alcanzar idénticos fines: es el otro como yo.

El problema de ETA es que cada día se le rompe un espejo en que mirarse. ETA pretendió, lanzando coches bomba a patios en los que jugaban hijos de guardias civiles, crear en Euskadi una situación similar a la de Irlanda de Norte, esto es, provocar la aparición de grupos de "protestantes" radicales y armados que organizaran matanzas en las sedes sociales de los abertzales. No lo consiguió, a pesar de que entre 1984 y 1988 estuvo a punto de lograrlo. En Euskadi, desde hace años, la violencia es unidireccional y su objetivo no es el "protestante lealista", sino todo aquel que discuta a la organización armada el ejercicio exclusivo de la violencia: hoy los ertzainas comienzan a saber qué significa ser otro, ser zipayo o txakurra, en su propia tierra.

Tan grave para ETA como su fracaso en la construcción de ese "otro contra mí" es el paulatino, pero- consistente abandono de las armas por miembros de la organización tras un periodo de reflexión en la cárcel o por un proceso de evolución interior. Un ex gudari que retorna a la vida social y pasea con su hijo por la plaza del pueblo constituye, además del inapelable desmentido a la doctrina de que el vasco es un pueblo sometido, una insoportable quiebra de la solidaridad de grupo, un resquebrajamiento del yo en el otro: Yoyes abatida es tan necesaria para reafirmar coactivamente la identidad de grupo como el ertzaina quemado y lapidado.

A esta doble pérdida de sus fuentes de identidad viene a añadirse ahora el giro estratégico de formaciones armadas que, con más efectivos, más medios y más aliados, han mantenido durante años la lucha armada como vía para alcanzar objetivos políticos: la OLP y el IRA han renunciado de forma completa y, en el caso del IRA, explícitamente incondicional, al recurso a las armas. Desaparecidos los frentes de liberación nacional y las guerrillas urbanas que inspiraron a los fundadores, sin OLP ni IRA sobre las armas, no queda ya ningún "otro como yo", nadie en el que ETA pueda reconocer un modelo legitimador.

¿Vía irlandesa? ¿Y por qué no una vía vasca? La sociedad vasca, sus clases dirigentes, sus obispos, los líderes de sus partidos debían poner fin a la fascinación de cualquier mímesis y reconocer que la única raíz, el único origen de los eufemistamente llamados "violentos" es la elección libre y racional del terror como instrumento para alcanzar objetivos políticos. Bastaría que exigieran con firmeza y sin equívocos a ETA el anuncio del abandono incondicional de las armas para que el problema vasco, creado por el uso del terror, se desvaneciera como la última pesadilla de la larga y penosa marcha hacia la construcción de un Estado democrático.

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