Mis amigos los sindicatos
"Todos tienen derecho a sindicarse libremente... Nadie podrá ser obligado a afiliarse a un sindicato". (Constitución española).No se lo creerán, pero yo fundé un sindicato, y no me arrepiento. Además, creo firmemente en el derecho de libre asociación de todos, especialmente los trabajadores. Pero los sindicatos políticos españoles han perdido el norte.
La dirección de las empresas necesita un modo organizado de comunicarse con sus empleados, especialmente si son numerosos. Su principal recurso son las mujeres y hombres que en ella trabajan, por lo que son preciosos unos interlocutores válidos que tengan la confianza de los empleados porque siguen trabajando como ellos.
Pero los sindicatos políticos a la española son, en gran parte, compartidores del monopolio, sanguijuelas del sector público.
Dime dónde son fuertes la Unión General de Trabajadores (UGT) y Comisiones Obreras (CC OO) y allí descubriré rentas monopolísticas que repartir. Cuando todos los sectores estén abiertos a la competencia, los sindicatos políticos se marchitarán.
Corría el año 1966. Los profesores no numerarios de universidad empezaban a enseñar en octubre, firmaban su contrato en enero y no empezaban a cobrar hasta febrero. No me parecía correcto y reuní a algunos compañeros para fundar la Asociación, de Penenes, triste manía esta de las siglas, especialmente las de resonancia anatómica.
Nuestro antifranquismo nos hizo caer en actitudes políticas, pero también conseguimos una mejora en nuestras condiciones de pago. Nos la guardaron en enero de 1970. Cumplí años en la Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol y pasé luego algunos meses confinado en un acogedor pueblo de Albacete.
No he cambiado de opinión por eso. No he cambiado de opinión. Los sindicatos son necesarios, pero constituidos con las cuotas de sus afiliados y dedicados a su tarea de representación.
La vida sindical española es muy diferente del ideal establecido en la Constitución. Gobiernan los dos sindicatos una burocracia despegada de los intereses de los trabajadores, en especial de los que no tienen trabajo: los líderes se liberan del trabajo en la empresa, acumulando las horas de actividad sindical de muchos enlaces. El Estado les otorga una subvención. Las elecciones sindicales les otorgan la mayoría de los puestos en los consejos de empresa, pese a su escasez de afiliados. Su energía deriva hacia negocios propios.
Los sindicatos, más que un ejercicio del derecho de asociación, son un abuso del derecho de subvención.
Un Gobierno de centro firme e inteligente podría continuar la benemérita labor de Felipe González de separar a los sindicatos de la política nacional y de reformar la ley laboral en favor de los parados.
¿Dónde estarán el sindicato de maquinistas de Renfe, o el de pilotos de Iberia, cuando corran mucho los trenes y aviones de muchas compañías en competencia por las vías y los aires? ¿Dónde los sindicatos bancarios cuando la falta de productividad y atención al cliente puede hundir la empresa?
Basta con liberar la economía y controlar el gasto público para que los sindicatos vuelvan a pensar en los penenes.
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