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El general que asusta a Yeltsin

Moscú ha tenido el honor de ser objeto de la portada de la revista Time del 22 de agosto. Pero la descripción que el prestigioso semanario estadounidense hace de esta ciudad resulta alarmante. En su opinión, la capital rusa es un híbrido del ambiente de pistoleros del Chicago de los años veinte, el desastre económico del Berlín de la década de los treinta, las intrigas de la Casablanca de los cuarenta y el hedonismo del Saigon de los sesenta. ¿Cómo se puede vivir allí? La respuesta de un ruso ha servido para el epígrafe situado sobre dos de las páginas del reportaje: "Antes vivíamos mal, pero ahora mucho peor; no tenemos porvenir ni esperanza para mañana". Es evidente que esto no puede durar y Estados Unidos lo sabe. El Kremlin, por el contrario, piensa que la situación es normal y estable. La prueba: Borís Yeltsin está tranquilamente de crucero por el Volga, mientras que el año pasado por las mismas fechas se quedó en Moscú preparando, según sus propias palabras, la ofensiva final contra el Parlamento. En la actualidad, la Duma ya no le da problemas y se siente seguro en su puesto. Aun así, ¿está a salvo de sorpresas desagradables a la vuelta de las vacaciones?A mediados de agosto, el Alto Tribunal Militar emitió su veredicto en el proceso contra el general Valentín Varennikov, uno de los golpistas de agosto de 1991 que rechazó la amnistía aprobada en el mes de febrero por la Duma porque quería que se le juzgara. El tribunal no sólo le ha absuelto, sino que ha justificado sus actos por su loable desvelo para preservar la integridad de la Unión Soviética. De aquí se deduce en buena lógica que, en condiciones de extrema necesidad, cualquier militar de graduación elevada puede decidir por sí solo lo que es bueno para su país y enviar sus tanques a Moscú. ¿No constituye semejante veredicto un estímulo encubierto a los actuales generales para que salven la capital, que, segúnTime, va a la deriva?

La pregunta no es meramente retórica. Muy recientemente, Izvestia, el diario progubernamental, publicó una explosiva entrevista con el general Alexandr Lebed, jefe del XIV Ejército, estacionado en Moldavia. Este joven general de paracaidistas (43 años), poco conocido en el extranjero, es una verdadera leyenda en Rusia. Consiguió sus galones de general de división en Afganistán, liberando después Bakú en junio de 1990 de los nacionalistas azerbayanos y, por último, desde julio de 1992, ya al frente de la XIV división, poniendo fin a la sangrienta guerra que enfrentaba en Moldavia a la población de origen rumano y los rusoparlantes de Transnistria. El propio Yeltsin bosqueja en sus Memorias un retrato halagador de "este hombre recto que pone por encima de todo el honor militar" y responde "mejor que nadie a las normas exigidas a un paracaidista". El presidente ruso señala, no obstante, de pasada que el general Lebed es "muy duro en su forma de hablar".

Uno se convence de esto fácilmente leyendo sus respuestas a Izvestia. En opinión de este hombre carismático -según un sondeo, el 70% de los militares rusos desea verle como ministro de Defensa-, "a Rusia le gustaría tener su Ejército, pero no lo tiene". Por la sencilla razón de que el presupuesto militar no se corresponde ni de lejos con las necesidades del Ejército. "Los 37 trillones de rublos que se nos dan, en lugar de los 85 solicitados, no llegan ni para cinturones que eviten que se les caigan los pantalones a los soldados". A continuación viene una protesta por la desmantelación del complejo industrial-militar, Ia única riqueza que nos queda" y un rechazo burlón de toda la doctrina oficial sobre "la defensa suficiente" formulada hace poco por "Mister Shevardnadze".

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El general Lebed se ha referido ya al presidente de Moldavia, Mircea Snegur, como "criminal de guerra", y tampoco se libran los dirigentes de Transnistria', "una camarilla de mafiosos totalmente corrupta". Pero esta vez apunta más alto: "Yeltsin y Gaidar son deficientes mentales y Zirinovski no vale mucho más". ¿Qué es lo que quiere? ¿Hacia dónde se dirigen sus simpatías políticas? Alexandr Ivanovich no renunciaría al puesto de ministro de Defensa que corresponde a su vocación militar. Por lo demás, está convencido de que Rusia necesita un verdadero hombre fuerte, es decir, un hombre que se apoye en el Ejército. "La vida misma obliga a los generales a hacer política", dice con firmeza y sin precisar demasiado.

Y ya puestos, continúa: "No soy un admirador del general Pinochet. Pero, ¿qué ha hecho? impidió el hundimiento de su país poniendo al Ejército en el puesto de mando. Después de cerrarle el pico a los que piaban demasiado, puso a todo el mundo a trabajar y hoy Chile es un país muy próspero". Es de sentido común que eso precisamente es lo que Rusia necesita, pero queda el problema del coste humano de tal operación. El general lo barre de un plumazo. Una sangría de corta duración por el bien de la patria es preferible a la hemorragia causada por los pistoleros: "Hoy se mata a 5 o 10 personas diariamente, pero con el tiempo, sumándolas, se llegará a un millón". Así pues, la opción del general Lebed es clara y no se puede atribuir a un exceso de vodka. Hombre franco, es conocido también por su rechazo intransigente de la bebida nacional rusa. "Es la prueba de que tiene carácter", se dice.

El muy susceptible presidente ruso no ha soportado que un general le trate de "deficiente mental". El 5 de agosto, Izvestia anunció a seis columnas en primera página que la XIV división estaba en proceso de desmantelamiento y que el general Lebed ya no era su jefe. El diario creía saber que este último no tendrá otro destino. Preguntado por teléfono en su lugar de vacaciones, el general respondió: "Para deshacerse de Gorbachov, se destruyó la Unión Soviética; para deshacerse de mí están destruyendo la XIV división". Y predice que la guerra en Moldavia no tardará en reanudarse. A pesar de esta previsión apocalíptica, Lebed parece aceptar la decisión de sus superiores. No se puede decir lo mismo de los oficiales de su Ejército, muy apegados a su general y que amenazan con entregar sus armas no a Moldavia, sino solamente a los rusoparlantes de Transnistria. A partir de ahí, todo se complica. En el Kremlin se afirma de pronto que no hay ningún decreto del presidente relativo al general. Otros dicen que el decreto está ya redactado pero que Yeltsin no tiene tiempo para firmarlo. El 17 de agosto, nuevo golpe de efecto: desde su barco por aguas del Volga, el presidente declara que tiene en gran estima al general Lebed, "único militar que ha sabido apagar el origen del fuego en un país del próximo extranjero " y que, por tanto, ha dado orden de "no tocar la XIV división". Es una marcha atrás poco común al estilo de Yeltsin. En el Kremlin se dice que ya no es simplemente un luchador, sino también un fino táctico. Tras su cólera inicial contra Lebed se ha dado cuenta de que le conviene mantener al turbulento militar en Moldavia más que tenerle desocupado en Moscú. Además, los dirigentes moldavos son de la misma opinión: quieren que la XIV división se vaya, pero mientras siga allí, prefieren que sea Lebed quien la mande.

Al mismo tiempo, otro general, el ex vicepresidente de Rusia, Alexandr Rutskói, acaba de emprender una gira por 62 ciudades para lanzar su campaña para las elecciones presidenciales de 1996. Rutskói, viejo amigo de Alexandr Lebed, no comparte su opinión sobre Pinochet y se declara socialdemócrata. Le gustaría movilizar a los nuevos pobres, los mismos de los que se ha ocupado Time. Pero muchos dudan del éxito de su empresa porque, según ellos, Yeltsin no va a correr el riesgo de unas elecciones que está seguro de perder. Evidentemente, semejante negativa daría argumentos al general Lebed y -¿quién sabe?- sellaría quizá la alianza de dos Alejandros, Lebed y Rutskói. Ya hay quien bromea con ello en Moscú: "Parece que hay un Alejandro en nuestro futuro".

K. S. Karol es experto en cuestiones del este de Europa.

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