Carta a César, víctima de ETA
Ya han pasado varios días desde que alguien decidió quitarte de nuestro lado, César. Todavía espero despertarme de esta particular pesadilla y verte entrar en el bar del pueblo. Todavía somos muchos los que no nos podemos resignar a perder así, tan fácilmente, tan rápidamente, a un amigo. No hay día que deje de pensar en ti.¿Te acuerdas, César, cuando formábamos equipo? Yo era el "entrenador". Todavía ahora, 12 años después, seguías llamándome así. Te conocí cuando apenas eras un bebé. Muy pronto ya querías jugar al fútbol. Y así entraste en el equipo. ¡Qué malo eras, César! Sin embargo, había algo en ti, ese pundonor que ponías en todo lo que hacías, que me obligaba a ponerte de titular partido tras partido.
Han pasado 12 años. Siempre fuiste el rey del buen humor. Todo tenía su lado bueno. Todo te lo tomabas a broma. Todavía nos acordamos de tus chistes sobre cacoto. Cualquier cosa era buena excusa para sacamos a todos del aburrimiento.
Y en éstas, un día me casé. Pasan los años y empezamos a vernos menos. Sé de ti y de tu hermano y tus primos porque mis hermanos os ven a menudo y me cuentan muchas cosas. Sé que sigues igual, César. Eres el amo del buen humor. Un tío sano que nunca ha discutido con nadie.
Tuve hijos, César, y casi dejé de verte. Esta Semana Santa fue la última vez. Estabas jugando al fútbol-sala. ¡Qué, malo eres, César! ¡No te lo tomes a broma, que vas a perder! Y perdiste.
Cuatro meses después, una persona (no merece que lo llamemos así) ha apretado un botón y ha decidido separarte de nosotros. Nos han robado algo, decía José Mari el otro día.
Todos los días me acuerdo de ti. Es madrugada. Los niños duermen y yo me he puesto a escribir. Te escribo porque sé que estas vivo y que leerás esta carta. Quiero que sepas que te, escribiré más y que nada, ni nadie, podrá separamos.
Ya he oído decir a algunos que ojalá tu muerte sirva para algo. Pero no es verdad. No va a servir para nada. Sólo han conseguido una cosa: las lágrimas de todos los que te hemos querido. Yo no sabía qué era el dolor. Hoy lo sé, César. Pero me acuerdo tanto de tu risa, que no me queda más remedio que dejar de lado el dolor y esperar tu próximo chiste. César, el "entrenador"- te espera en el bar. Un abrazo, amigo.-
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