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FELICIANO FIDALGO Benidorm: cámping

Normalmente los sabios sufren por falta de malicia...".Dejando a la espalda el Benidorm. rascacielero por la N-332, camino de Valencia, hay que atravesar un enjambre de discotecas y, al cabo de estas músicas, justo a la derecha, un indicador informa: camping Armanello, nombre éste del paraje, que sólo dista un kilómetro de la playa de Levante. Los automovilistas, como los turistas con petate a las costillas aspirantes a un hueco en el cámping en dos minutos, por entre la arboleda y el verde tupido, se dan de bruces con la recepción: Nuria se llama la recepcionista; al mismo tiempo que nosotros llega otra pareja que ya le ha echado un vistazo de revisión a Armanello, y le anuncian a la guapa chica: "Vamos a ver otro cámping más antes de decidirnos". Y Nuria, comprensible y luciendo sonrisa, les musita: "Hacéis bien , pero estoy segura de que volveréis". Este cámping es el más y mejor sombreado de España; nos lo aseguran Nuria y Juan Delgado, director gerente de Armanello; nosotros nos lo creemos porque nos emocionan casi los naranjos, los limoneros, los setos, las palmeras vivas y desmayadas al tiempo, las granadas, los naranjos de mandarinas y los balandres, arbustos salvajes cuyo nombre procede del latín, recuérdese orleandus; los balandres, su abultada barriga de hojas verdes y sus flores blancas y rojas y todo el follaje de Armanello acreditan sus 20.000 metros de paz sombreada. En un tris, Nuria informa de todo a todo el que llega; dormir cuesta 400 pesetas, otro tanto guardar el coche en el cámping y la misma cantidad aposentar la tienda. Hay zona de tiendas de campaña y zona de caravanas; acabamos de ver una familia al completo desde el abuelo hasta los dos nietos. Aquí inviernan seis meses jubilados alemanes, holandeses y británicos; tienen un precio especial de 26.000 pesetas al mes. En verano, la clientela es más española que nada, y luego italianos y franceses e ingleses; por esta época lo que nos topamos aquí son jóvenes en primer lugar: "Hay parejitas, familias, grupos de amigos; gente sola es raro que acampen en Armanello"; así lo dice Nuria, y el director gerente, por su lado, entiende que "el cámping es muy interesante para la convivencia de los jóvenes, porque en un par de horas ya han trabado contacto y ya tienen amigos"; parece que aquí se liga mucho y nos aseguran que de Armanello han salido parejas hechas y derechas que, es muy probable, habrán sido felices comiendo perdices. En este momento de nuestra vida en el cámping llega una pareja jovencísima y el chico nos aclara: "Nunca hemos estado ni en un hotel ni en un cámping, pero el que sea más barato claro que importa". Aquí no alquilan tiendas para acampar; al lado, en un Continente de los tan cacareados, las venden por 7.000 pesetas.

Hay bar, que sirve mucho café por la mañana y cerveza todo el día, y nunca ha vendido una botella de champaña ni vino, pero sí sangría; Tere, en el supermercado, vende sobre todo hielo y agua; y Ángel Quiñones, en el restaurante, sirve paellas y platos combinados; hay piscina, lavaderos, lavadoras y enfermería. Hay un templete con billar americano y mesas; un grupo juega al mus, otro a las piedrecitas. La recepción está modernizada con ordenador e impresora, se cambian divisas y al lado hay dos teléfonos; se alquilan cajas fuertes y si alguien llama desde el exterior se vocea el nombre por megafonía. Los retretes, de azulejos blancos, es cierto que respiran limpieza, y esto gracias a Pepe y a Fernando, los dos jóvenes dedicados al entretenimiento. El director gerente piensa que el cámping, para quien lo siente, no tiene rival; y se escandaliza por la "falsa propaganda" hecha en vísperas de verano sobre el overbooking de hoteles, cámpings y demás espacios de recreo: "Benidorm se ha llenado del 4 al 19 de agosto; y ahora estamos en un 40% nada más". El cámping es el espejo del turismo, sentencia el jefe de Armanello.

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