El vestido nuevo del emperador
Estamos disfrutando de nuestras vacaciones en Amsterdam y cualquiera que lo conozca entenderá que 15 días en Holanda pueden ser unas magníficas vacaciones.Vamos mucho "de museo". Nuestra hija -casi siete años- lleva su propio ritmo, para donde le interesa, explica o pregunta donde quiere. En el Rijksmuseum se le hubiera escapado Vermeer, tan discreto, y hubo que hacerla parar, pero -en general- sus visitas tendrían el visto bueno de María Corral
El sábado día 6 visitamos el Stefelijk Museum. Conectó con Chagal (ciao, Doménico Modugno), buscamos a De Kooning porque lo habíamos visto en Barcelona este año, celebró a Picasso. Descubríamos formas, colores y sorpresas cuando llegamos a una sala en la que una escalera metálica abierta tiene apoyado en alto un cepillo y a sus pies hay un hermoso cubo de metal.
Tanto por mi perplejidad como por saber qué pensaba le pregunté a Irene: "¿Esto es una obra de arte o es que están limpiando?".
Su respuesta, tras un momento de vacilación:
-Si tiene cartelito, es una obra de arte; si no, están limpiando.
Y nos dice la Iglesia que a los siete años se tiene uso de razón, pero no sabíamos que tanto.
Por solaridad a Antonio Muñoz Molina me negué a perder un segundo averiguando qué genial Beuys había vendido al emperador-director del museo tal traje nuevo.
Cuando leí en EL PAÍS del día (magnífica la distribución de la edición europea aquí) la carta Auto de fe decidí contar nuestra experiencia.
Ya sabemos que La ronda o los últimos retratos de F. Hals no gustaron, pero hoy masas de visitantes cabeceamos ante tamaña ignorancia y cada uno queda en su sitio.
En cambio, de tanto papanatismo como sufrimos actualmente no quedará memoria dentro de 300 años, y nadie sabrá ni qué caprichos personales pasaban por arte ni quién los pagaba a peso de oro,-
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