Carambola
Se prometió Biscuter entrar después en El Plata, pero el trabajo es lo primero en tiempos de paro o de trabajo precario y bendita la suerte de ser la mano derecha del mejor detective privado de España, aunque escasos fueran los beneficios de ambos. En los vastos salones dedicados a billares y futbolines, la humedad del Ebro competía con los vapores de los cigarrillos con poca nicotina, con mucha nicotina, cigarros Farias peleones, Farias de La Coruña, muy pocos canarios y alguna muestra simbólica de habanos. Poco le costó a Biscuter disimular o seleccionar los tipos, porque Roldán estuvo enseguida a la vista, afanado sobre un futbolín, defendiendo los colores del Real Zaragoza frente a los 11 muñequitos al espetón vestidos como el Barcelona FC y manejados con desgana por una señorita vaporosa, rubia, cubierta de tules blancos y fumadora de cigarrillos de colores en boquilla de marfil. Maldecía el supuesto Roldán y le hacía ascos la dama al papel atribuido.-¡Morded el polvo separatistas catalanes!
-¡Ay, Luis! No sé que morbo te da ganarme por 30 a 0... Ya sabes que yo detesto...
-¡Ni una gota de agua del Ebro, ricachones! ¡Antes me orino yo en el Ebro hasta hacerla imbebible!
Biscuter respiró hondo y, así como los cantantes de fondo buscan el aire que almacenan en los ovarios o en los cojones, según los sexos, él recurrió a lo más profundo de su subconsciente para decir conminatoriamente:
-¡Señor director general!
-¡Goooooooooooool! ¡Real Zaragoza, 31, Fenicia, 0!
Pero a continuación miró a Biscuter de reojo, sin soltar los mandos del futbolín y exigió con voz de mando...
-¡Dígame y sea breve! ¿No ve que estoy ocupado?
-¿Admite ser el director general de la Guardia Civil sobre el que pesa una orden de busca y captura?
La mujer evanescente emitió una risita y Roldán soltó las barras del futbolín para provocar un estruendo de reclamo y se quedó contemplando a aquel desperdicio humano desde la rotundidad de su cabeza ovoide y los brazos cruzados sobre el pecho. Luego se encaró con los escasos mirones qué tenía la escena y preguntó:
-Decidme, ¿soy Luis Roldán?
La mitad respondió coralmente ¡sí! y la otra mitad del coro ¡no! Roldán parecía autocontenerse con dificultad y, finalmente, se metió una mano en el bolsillo de la chaqueta, sacó un billetero, del billetero 5.000 pesetas y las metió en el escote hundidísimo de Biscuter.
-Toma 5.000 pesetas y vete de putas.
Envalentonado por el desconcierto del desperdicio humano se creció y bramé.
-¡Es la centésima vez que me preguntan si soy Roldán! ¡Es la centésima vez que proclamo: me parezco a Roldán porque todos los calvos altos y de cara larga nos parecemos! Eso es todo. Supongo que habrás visto los calzoncillos que usa Roldán en esas escenas sobre sus orgías que salieron enInterviú... ¿No?... Pues bien. Mira.
Se bajó los pantalones entre el regocijo general, y muy especialmente el de su dama, y mostró unos calzoncillos slip negros con lunares blancos que nada tenía que ver con los que solía llevar el Roldán auténtico. Avergonzado o convencido, Biscuter fue balbuciendo excusas y retrocediendo de espaldas como ante un emperador tronante. Las risas le persiguieron por la escalera y ya en la calle salió de El Tubo a todo correr. Se arrastró hasta el puente de piedra allanado por la depresión. Tenía ganas de llorar y la presencia del Ebro le recordó al coro de Gigantes y cabezudos: ¡Porfin te veooooo! ¡Ebro famosoooo! Se fue caminando hacia el Pilar, refrescado por una brisa que venía del norte y al pasar junto a La Lonja sus ojos se adherieron al corpachón de un hombre que atravesaba la plaza. ¡Otro calvo con cara de melón, como Roldán!, pensó, hasta que fijándose más en el andarín llegó a la conclusión de que se parecía tanto a Roldán como al falso Roldán que acababa de humillarle. Iba vestido deportivamente pero con elegancia, se movía menos percherón que el jugador de futbolín pero el parecido era asombroso, aunque vacunado contra ligerezas de la percepción, Biscuter hubiera abandonado el seguimiento de no acelerar el paso el caminante para meterse en una calle solitaria y detenerse ante una tapadera de boca de cloaca. Miró a derecha, izquierda, al cielo y en la tierra, justamente el orificio de la tapadera en el que introdujo una barrita de hierro en ángulo para desplazarla y luego desaparecer en la sima en busca del centro de la tierra.
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