_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

De la 'Movida'a la 'detenida'

A los malos tiempos para la lírica que, hace una larga década, vociferaba intimista Germán Copini, hay que agregar ahora también los malos tiempos para la épica. En situaciones críticas, la épica es siempre una lírica que se demora, y como ha reconocido luego una buena porción de próceres de aquel Madrid emergente -ni tierno ni galvanizado, sino todo lo contrario-, la actual sensación de liquidación total ya se hallaba allí, en los gérmenes mismos de lo que, finalmente, hasta Joaquín Leguina ha dado en llamar "la innombrable madrileña". El páramo oficial instaría a Alaska ("Olvido de la movida") a dejarse fosforescer el madroño sobre el cuero cabelludo. A tantísimos insomnes, a hacer el oso como una mágica pero eficiente forma de vida. "Nosotros nos creíamos que la actual situación de desencanto inefable, de anonimato y repliegue, se encontraba ya allí, y al ver que se abría el listón, pues -luces de colores, lo pasaré bien, coca-cola para todos y algo de comer- había que estar poniendo siempre de remojo, entre las copas nocturnas y la fuente de Neptuno, para darle liquidez, el enorme cheque en blanco", confiesa un neón de entonces, hoy medio fundido.Del mismo modo que el siglo entero ha acabado por resolver su propia liquidación, también los madriles han regresado al páramo de partida, en su puesta al día, bajo la boina del aldeano global. Pensábamos que nadie iría a dormir durante décadas, con la chupa puesta, en un lúdico alud imparable, y lo que queda es tan desolador como este diagnóstico de Manuel Vázquez Montalbán: de toda aquella moda de la implosión de Madrid, sólo quedan en pie una difusa poética de Almodóvar y, de un modo patético, esa reencarnación de la bella y la bestia que conforman los Thyssen, ahora, además, ya encerrados en su zoológico-museo.

Pero ahora que los decibelios de los ochenta aparecen ya -tan pronto- disecados en un álbum antológico, y se nos muestran con toda su crudeza, ya nada festivos -ya no consignados, sino resignados-, aquellos iniciales imperativos categóricos: no mires a los ojos de la gente... No salgas a la calle cuando hay gente... ¿Nos hallamos de veras en aquel porvenir inicial? El dibujante Ceesepe mantuvo siempre la simpática teoría de que la movida surgió, oficialmente, como reacción al tejeretazo, contra la consigna, en el intento de golpe, de que nadie se mueva... Es la antesala de la institucionalización de la euforia cultural del foro en los primeros ochenta. Pero, como ha mostrado el hispanista Gerad Imbert, el caldo de cultivo de aquella modernez madrileña hay que situarlo un lustro antes, en el pleno desencanto que seguiría" en los últimos setenta, a la euforia política.

Nacería primero, al fondo de los revueltos ríos ucedeos, de un conchabamiento por lo bajini entre los garitos nocturnos y los ayuntamientos socialistas (recuérdese también, por ejemplo, el Vigo de Manuel Soto). De manera que la movida, que ya se movía en los soterrados de ese caldero entrópico por donde Chueca le da muerdos clandestinos y en posturas de dificil contorsionismo a Malasaña, obtiene sus primeras chispas visibles al roce con las neuronas de Tierno. Mucho antes de que ocupara el palco presidencial en Las Ventas, cuando se lidiaban decibelios, y de que le pasara el testigo, cómplice, para que abriera las compuertas, coca-cola para todos y mucho más de comer, al ministerio inicial de Javier Solana.

A partir de ahí, se institucionalizaron el maná y las estridencias, en un Madrid espeso y comunitario. Y claro que recorrimos el circuito, tantas veces, como satisfechas cobayas de ojo enrojecido. Desde la bata hola de Rockola al Rastro mañanero, a través de los ingentes garitos que anochecían amaneciendo. Hoy, en este Madrid que ya huele por fin a garbanzos tele máticos, mezcla vaporosa de cocido y disco duro -tras aquel acné juvenil, aquella "crisis de crecimiento", dicen algunos de la movida-, ya no hay catedrales noctámbulas ni puntos de referencia, ni carrozas para Cenicienta. Los itinerarios se han vuelto anónimos y privados, aptos para tribus disfóricas, que se repliegan ahora sobre las barras de los pubs interiores. O acuden extasiadas a las pescaderías sin alcohol de las rutas del bakalao.

Madrid nunca ha perdido ese endiablado "simultaneísmo" de que habla Umbral, según el cual encontrarse en uno de los madriles produce la mágica sensación de hallarse al mismo tiempo en todos ellos: que a través de un porrón o de una litrona puede divisarse, como en un panóptico, la madrileña galaxia global. Hoy, con los árboles talados, y planchados los centros neurálgicos, en el Madrid de Álvarez del Manzano puede verse con nitidez, sin mediaciones ni instrumentos, todo el páramo. Cabe aguardar a que resurjan, como siempre, esos símbolos de Ave Fénix que amueblan la Castellana y la Gran Vía. Una nueva metástasis menos estridente sobre el arqueológico "¡Ah de la movida!", que es una metástasis del verso de Quevedo. Pero, mientras tanto, en este Madrid que parece haberse vuelto más bien Madrique, persistirá el repliegue, un resignado salir al descampado, en la semántica dura de una ciudad sin taxis.

es sociólogo y periodista.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_