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Mondoñedo: pan, agua y latín

Y habiendo hablado así el rey de los enanos, arrojó valerosamente su guante a los pies del caballero". Esto debe de ser mentira...Llegar a Mondoñedo por caminos tildados de carreteras de segundo orden que son resbaladeros hacia el cementerio, puede ser una epopeya de luto, claro. Catorce kilómetros viniendo de Pontenovo nos han robado dos horas y media de vida caminando con la pierna derecha estrangulada a su manera en el interior del vehículo para rozar temerosos el acelerador, con una nalga en el asiento, otra nalga dubitativa y con la pierna izquierda pisando una suerte de imitación de asfalto humedecido por el barruzo, llovizna gallega del Señor, y con los ojos abiertos pasmados y cegados por la niebla cerrada. En un alto, por el desmayo, hemos gritado con mil lenguas: ¿qué es la carretera?; sólo nos respondió en la memoria el decir beatífico, ignorante y abstracto de un tal Heras, que, según este mismo periódico, está endemoniado porque España padece "una derechización de la cultura". La carretera es la cultura, señor inhumano. Y en otro alto, por desmayo y por angustia y por rabia, dimos por más maldita aquella lección de cultura del que se apoda como el número dos del partido político que manda a lo bestia en España: "La tragedia en Occidente consiste en que los Gobiernos subvencionan al Ministerio de Transportes y no al de Cultura": la ignorancia y el hambre han montado todos los surtidores de sangre criminal de toda la historia de la humanidad. Ya contamos con la ignorancia necesaria.

Nuestro cuerpo es todo mala uva. La etapa ha sido una chapuza de cine de miedo. ¡Qué cosas! Ya estamos en la plaza de España de Mondoñedo, dicha por alguien plaza de abastos porque aquí se pone mercado los domingos y los jueves, y reconocida más comúnmente como plaza de la catedral porque aquí se manifiesta desde el siglo XIII la fachada de una catedral que puede presumir de románica, rosetón gótico y torres barrocas. Mientras los huesos y los nervios y la carne y el cerebro se entienden otra vez entre ellos, nosotros plantamos cara de admiración creciente a la catedral; aquí es de verdad un respiro amable el Mondoñedo que se anuncia, "remanso de paz"; la catedral está como cercada por 17 farolas justas y bonitas, por los soportales que alinean un despacho de antigüedades y souvenirs y, más que nada, muchos relojes de época que aparentan estilo y valor; una tienda de mujeres de Mondoñedo, lencería incluida, una asesoría fiscal, una farmacia a un lado y otra al otro lado de la plaza de la catedral y la estatua campechana de Alvaro Cunqueiro, el escritor épico de las luces y penumbras de Mondoñedo que refraneó sobre tantas cosas y sobre las mujeres en particular, de su tiempo y de muchos tiempos: "Las historias, como las mujeres y los guisados, precisan de adobo". "La mujer casada, la pierna quebrada y en casa"... Son las nueve del amanecer en la plaza de la catedral: a paso breve y ligero, emparaguado, de sotana, llega un cura que parece como si se colara por la puerta grande del monumento catedralicio; pasan contados minutos y llega otro cura, y otro más se anuncia ya. A las 9.30, en el interior de la catedral retumban los cánticos y rezos.

Cunqueiro lo dijo todo de Mondoñedo: "Pan, agua y latín"; el pan de hogaza crujiente mima la boca, el agua es de ley, y Mondoñedo es ciudad obispal, con seminario y curas y monumentos de ver; y es de visitar don Manolo Montero, que así le llaman a este personaje del que su amigo Cunqueiro dijo: "Es la flor de los libreros gallegos"; y él, con énfasis, dice de Cunqueiro en su librería y museo de la calle de la Concepción, 4: "Yo era el librero de cámara de Cunqueiro". Es noche, en el hotel Montero; una tertulia de la radio madrileña dice cosas pánfilas.

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