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Tribuna
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Un maldito sueño

Soñé que me llamaba por teléfono el ex comisario Amedo aprovechando su condición de recluso mediopensionista y en vías de reinserción. Era una llamada profesional, Pepe Amedo y su colega Michel Domínguez estaban en plena campaña de captación de clientes para sus respectivas empresas. La cita era en una cafetería cercana a la Puerta del Sol, cuestión de querencias, los ex policías buscaban un entorno propicio en los aledaños del viejo palacio de la Gobernación. También cuestión de oficio, los dos sabuesos retirados quizá contaban con aprovecharse de ese fastidioso tic que todavía sufrimos algunos ciudadanos, supervivientes del franquismo, cuando pasamos bajo el emblemático reloj. Un tic que se concreta en cierta forma de encoger los hombros y esconder entre ellos la cabeza frente a los guardias que vigilan las puertas.Pepe -llámame Pepe fue lo primero que me dijo Amedo cuando me senté a su mesa- insistía en que contratara los servicios de la firma de abogados que representa y asesora: "Lo que me ha pasado a mí le puede pasar a cualquiera en estos tiempos que corren, si yo hubiera tenido unos abogados como ellos no me hubiera comido ese marrón". "El marrón del siglo", bromeó Michel hurgando en su cartera repleta de papeles, "aunque la verdad es que en nuestras cárceles 100 años se pasan en un suspiro".

Tras unos minutos de distendida y relajada conversación, dejé de sentirme intimidado; ahora el agente Domínguez, agente de seguros, me hablaba entusiasmado de las ventajas de suscribir una póliza a todo riesgo: "Imagina que te meten en la trena por cualquier tontería, como nos ha pasado a éste y a mí; pues bien, con este seguro puedes cobrar 10.000 pesetas diarias durante los primeros 100 años, revisables según el IPC anual; hoy los periodistas estáis expuestos a muchísimos peligros, y esta póliza, por ejemplo, te cubre también en caso de lesiones: ya sabes, escribes algo que no debes escribir y...".'

Íbamos ya por el tercer whisky cuando creí percibir cómo se endurecían los rasgos faciales de Amedo en un rictus que me pareció siniestro; Domínguez seguía sonriendo. Quizá no podían desprenderse de sus. viejos hábitos, Pepe iba a ejercer de poli malo y Michel de poli bueno, el clásico truco. Pero Amedo, que no se había quitado las ray ban pese a la penumbra de la cafetería, se apercibió del tema y palmeó confianzudamente mi espalda: "No te cortes, es que sigo teniendo algunos problemas con las muelas, y eso que durante estos años he aprovechado para ponerme toda la dentadura nueva". El ex comisario me dedicó entonces la más radiante de sus sonrisas y recordé los titulares e los periódicos que daban cuenta de los numerosos permisos solicitados por el recluso para ir al dentista. "Ahora", dijo Domínguez, "pensábamos hacernos la cirugía estética, pero tendremos que aplazarlo porque se acumula el trabajo, sobre todo a Pepe, hasta le han hecho una oferta para protagonizar una serie de televisión con Antonio Mercero, Comisaría de guardía". "La verdad es que me lo estoy pensando, podría ser una serie muy educativa", pro siguió el ex comisario, "sobre todo al final, mucha gente se daría cuenta de que la cárcel no es tan mala como dicen y de que la gente se puede rehabilitar y reinsertar fácilmente con un trabajo honrado; eso de que nadie da trabajo a los ex presidiarios es un mito, lo que cuenta es el arrepentimiento".

"Ahí quería llegar yo", repuse, "si desde el principio te declaraste inocente, no entiendo de qué podías arrepentirte". "Buena pregunta... Ya te he dicho que estos abogados son estupendos, seguro que ellos pueden contestarte mejor; mira, aquí tienes una tarjeta con los teléfonos, el de abajo es el mío de la cárcel... Ya sabes, de lunes a jueves por la noche, también es fax.... Claro que ahora en agosto salgo de vacaciones, pero siempre tengo alguien para que me tome los recados... Por cierto, se nos está haciendo un poco tarde y si llegamos después de la hora lo mismo no nos abren la puerta, son muy estrictos con eso. No te olvides de llamarme".

Pepe y Michel insistieron en pagar la cuenta: "No te preocupes", dijeron, "lo incluiremos en las dietas". Luego, antes de irse, Pepe me regaló un reloj de madera montado por sus propias manos en el taller de la prisión. Es bonito, aunque no funciona muy bien... Adelanta... Una hora pasa en menos de 10 minutos y un siglo en unos seis, años. Estaba todavía mirando el regalo de Amedo cuando sonó mi despertador, que funciona correctamente.

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