La agonía del socialismo
Hace exactamente 70 años, 1924, apareció en París, y en francés, la primera edición de La agonía del cristianismo. Unamuno era un refugiado político y, como tal, se reconoce atribulado, febril, inmerso en la nostalgia de su tierra y en la pasión de la espera. En ese estado de ánimo produjo una reflexión controvertida, cortada a tajo, profundamente intimista y sincera, en la línea de su obra anterior Del sentimiento trágico de la vida. Agonía: etimológicamente, lucha. "Agoniza el que vive luchando contra la vida misma. Y contra la muerte", escribe don Miguel. En definitiva, una lucha por la vida, por el ser, por encontrarse a sí mismo. El fin de tal combate no es acaso otra cosa que una sucesión de interrogaciones.La agonía del socialismo quiero entenderla desde la por fia unamuniana. No se trata de entrar en el forcejeo de la permanencia en el poder, en la salvación de un cierto cucañismo equilibrista, en el patético sálvese quien pueda del naufragio de un partido, de una situación colectiva o de la suma de delicadas situaciones personales. Ésa es la condición humana y deseo pasar sobre ella como sobre ascuas.
La tremenda agonía del socialismo es la lucha por su propio ser, por encontrarse a sí mismo, por hallar las banderas perdidas, las ilusiones malbaratadas, las referencias marchitas. Esta agonía es, en cierta medida, independiente de la propia circunstancia del aquí y del ahora, y . va más allá del estado terminal de un Gobierno. Atañe al fondo mismo de los porqués. ¿Por qué la decreciente asistencia ciudadana? ¿Por qué las contradicciones, las promesas incumplidas, el agotamiento del mensaje, los enfrentamientos internos? Ésa es la reflexión que probablemente se hacen los socialistas más rigurosos, y de sus conclusiones depende, sin duda, el futuro del socialismo en España.
En esta línea de inteligencia crítica hay que considerar una reciente, reflexión del profesor Peces-Barba sobre la difícil recuperación del PSOE, que podría encerrarse en una consideración tremenda a fuer de certera: "Hemos olvidado, sin duda, en estos años que la construcción del socialismo, la vieja utopía inconclusa de la modernidad, o era moral o no era posible". Resulta significativo unir estas palabras a las escritas por Felipe González en un librito aparecido en 1976 con el título Qué es el socialismo, en el que señalaba como "una de las características propias del socialismo español la ética y la austeridad", para continuar: "La Administración española se caracterizaba por una corrupción crónica a todos los niveles; por ello la cualidad moral de los socialistas, su austeridad y comportamiento ejemplar fueron abriéndose camino poco a poco".
Mientras González escribe que "el socialismo puede ser definido como la profundización del concepto de la democracia", Peces-Barba se duele de que "hemos pasado por el ordenamiento jurídico pensando que era moldeable y que se podía forzar de acuerdo con nuestros intereses".
La agonía del socialismo hacia la vida o hacia la muerte, su capacidad de encontrarse a sí mismo precisamente desde sus palancas y virtualidades. del pasado y no desde las contradicciones del ejercicio del poder en estos últimos 12 años, supone una situación a la que nadie debe considerarse ajeno. El futuro del socialismo en España no es sólo algo que concierna a los socialistas, aunque a ellos les sea más consustancial y lógicamente vital, sino que tiene que ver con el común de la ciudadanía. Me explico.
La pugna entre las familias del PSOE ha llevado a no pocos analistas a aventurar una ruptura en el futuro, un troceamiento o fragmentación formal que no es deseable para el mañana de la política española. El ejemplo de UCD no es espejo aceptable en el que mirarse. Un partido que pierda unas elecciones no debe desaparecer ni resentirse más de lo que supone la capacidad de saber pasar del Gobierno a la oposición. Otra cosa sería admitir que existen partidos sólo para el poder, que partidos con tanta tradición de oposición como el PSOE llegaron al Gobierno con la convicción de que lo hacían para siempre. Esa sería, en último extremo, la negación de la democracia, porque representa la negación de la alternancia, que sin duda tiene no poco que ver con el desierto creado alrededor de González, que no posibilita la aparición de un recambio en el liderazgo del partido, y, en sus propios términos, supone un tapón para el futuro. Joaquín Leguina declaraba recientemente que el sucesor de González debería ser una persona entre los 30 y los 35 años, pero lo cierto es que las, especulaciones barajan siempre los mismos nombres y todos pertenecen al entorno añejo del propio González. En este sentido, el vacío está servido.
El PSOE, incluso por sus más fieles asistencias electorales, es un partido viejo, agostado como su mensaje, que no convoca a los jóvenes probablemente porque no es una opción ilusionante, viva. No supone tensión innovadora, sino costra anquilosada. Es cabalmente lo contrario de lo que era y ofrece lo opuesto a lo que un día ofreció: instalación y continuismo, y no ruptura y cambio. Es lo que va de la oposición renovadora al poder conservador. Si hay una maquinaria que tiene como fin conservar su posición al milímetro, ésta es el PSOE.
Llegó el socialismo al Gobierno en aquel otoño de 1982, arropado en la ilusión de 10 millones de votos, con la promesa de ensanchar las libertades, de corregir las desigualdades, de garantizar la paz social, de hacer que España funcionase, de representar la ética y la honestidad. Doce años después, el español no se siente más libre, ni la solidaridad es más firme, ni se han evitado dos huelgas generales, ni el engranaje del Estado funciona mejor -eso sí, se ha hecho paquidérmico-, ni mucho menos la actuación de los socialistas ha resultado éticamente ejemplar. No se ha repartido la riqueza sino entre los más avispados de ellos, y la pobreza ha crecido junto a desequilibrios sociales agobiantes. Las viejas banderas se han abatido al tiempo que la rosa socialista se marchitaba. Obviamente, el Gobierno también se ha apuntado logros en un periodo dilatado de tiempo y a favor de un viento de bonanza económica que no ha sabido aprovechar adecuadamente, pero los más atractivos reclamos del socialismo han quedado incumplidos. Por encima de las carencias, de los errores, de los escándalos, de la falta de respuesta a los problemas, la realidad de España anota una característica más preocupante aún si cabe que todo esto: el desencanto, la abulia colectiva de un largo decenio gris. Ahora, y las elecciones europeas del 12 de junio suponen ,una prueba evidente para quien quiera entender sin ceguera -y también sin triunfalismo-, se descubre un desperezamiento social que tiene que ver no poco con la recuperación de la ilusión, de las virtualidades ciertas
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del pueblo español, y es que el electorado ha entendido que el socialismo no es inevitable. El reiterado mensaje caudillista de González -yo o el caos- ha quedado arrumbado, al tiempo que el propio González y su contradictorio proyecto, tantas veces proclamado y desmentido, apuntalado. y rectificado, se quedaban sin pulso.
¿Por qué esa línea quebrada entre la convocatoria ilusionante de González en aquel librito de 1976 y la reflexión dolorida y tremenda de Peces-Barba en 1990 Está claro que la opción política es la misma, que ambos mensajes se apuntalan en una controvertida pero fértil historia iniciada en 1879 por aquel hombre honesto que fue Pablo Iglesias. La diferencia es cabalmente el poder. En 1976, González escribía desde la oposición. En 1994, Peces-Barba lo hace desde la amargura de la decepción de 12 años de gestión socialista.
La agonía del PSOE desembocará en una realidad positiva para el futuro de España y para la recuperación de su propia historia como partido si es capaz de reflexionar con rigor y sinceridad, ahuyentando tentaciones autoritarias y triunfalistas, desterrando descalificaciones, encontrándose a sí mismo en su propia virtualidad de hoy, mirando a un pasado honesto y asumiendo un presente de muy dura calificación. Todo ello, acaso, teniendo en cuenta aquella aseveración del Diario de Amiel: "Las instituciones no valen más que lo que valga el hombre que las aplica". Ya conocemos el socialismo agónico y terminal del poder y de González, y ahora queda por conocer el socialismo unamunianamente agónico, en tensión, vivo, de después del poder y de González.
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