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Tribuna
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Gerva

Un desastre organizativo me impidió ir, con otra gente, al Sarajevo que ha vivido lo incomprensible, para tratar de entenderlo: entender, sobre todo, qué hace uno cuando la rueda equivocada de la Historia le pasa injustamente por encima, qué siente uno cuando sobrevive al horror después de haber conocido a fondo la impotencia. Por fortuna, en El Escorial hay ahora algo del drama de Bosnia-Herzegovina: la mirada de los testigos, reunidos bajo la dirección de Juan-Goytisolo. Y las fotos de Gervasio Sánchez, que ha proporcionado a este periódico imágenes imborrables de aquella tragedia.Conocí a Gerva en el 86, en Santiago de Chile, y era entonces una. especie de corazón con cámara que se pagaba, con sus ahorros, los viajes que le apasionaba hacer a lugares adonde las empresas no estaban dispuestas a enviarle. Poco a poco ha seguido en lo mismo: invertir lo que gana en lo que hace y, sobre todo, mirar con ojos solidarios la desdicha que surge a su alrededor.

Porque hay buenos y malos fotógrafos, y buenos fotógrafos de mal corazón y viceversa, y hasta hay quien cree que el drama se acabado porque ya al día no le queda luz para que él lo retrate. Pero Gerva se lleva consigo las heridas ajenas, no sólo en el carrete; en las entrañas. De modo que las 60 fotos que ahora cuelgan de las paredes de la Casa de Cultura de San Lorenzo son mucho más que grises, negros y blancos sobre el papel. Son momentos, momentos atroces y algunos inesperadamente preñados de vida, del cerco de Sarajever, de la ciudad perdida.

Se trata de ventanas abiertas hacia dentro, que sobrepasan el impacto para enmarcar el bien último, el bien único, el bien más ultrajado: la persona. La persona expoliada llega a nosotros viajando a través del corazón fotográfico de Gervasio Sánchez, compañero.

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