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Las canciones de Plácido, como consuelo

La selección española fue invitada a cenar por el tenor tras su eliminación

Santiago Segurola

La noche neoyorquina procuróel bálsamo para las heridas de la selección española. Fue un rápido viaje de la decepción a la normalidad, aunque la herida de la derrota ante Italia tardará en desaparecer de la memoria de los jugadores. Esas cosas se instalan en algún rincón del pensamiento y se presentarán en las noches de insomnio, cuando los futbolistas vuelvan a sentir que el Mundial era suyo. Y entonces volverá el gol de Baggio, el dolor, la imagen del equipo destrozado en el vestuario. Pero siempre hay mecanismos para superar el abatimiento y disfrazar el verdadero tamaño del dolor. Esa terapia de urgencia comenzó un minuto después de acabar el partido de Foxboro y terminó en un res taurante cubano, en Manhattan, con Plácido Domingo al piano y unas cuantas cervezas. La infanta Cristina puso la primera tirita. Acudió al ves tuario para alentar a los jugadores y felicitarles por su orgullo, por la grandeza que habían demostrado en un partido dramático. "No os preocupéis, habéis jugado muy bien", les dijo. Horas después,» en el recibidor del hotel Hilton de Nueva York, los jugadores se reunían con sus familiares. Era evidente que algunos repasaban el partido en su cabeza. Tenían la mira da extraviada y contestaban de forma mecánica a los periodistas. Llevaban en el rostro el impacto de la derrota. Sólo había una manera de rebajar la amar gura: una noche en Manhattan.Plácido Domingo, el célebre tenor español, invitó a toda la expedición española al restaurante cubano Victor's.

Acudieron cerca de 100 personas. Entraron tristes y salieron felices. Es la magia de una buena cena, un poco de alcohol y la convicción de haber hecho un buen trabajo, a pesar de todo.

Plácido Domingo actuó como el perfecto anfitrión. Hincha empedernido de la selección española, ha acompañado al equipo en la mayoría de los partidos. Había estado en la victoria y quería estar en la derrota. La selección agradeció el acto de generosidad del gran tenor en un momento tan difícil.

A los postres, la tristeza se había convertido en una alegría bulliciosa. Zubizarreta entregó a Plácido Domingo la camiseta con el número 20, la casaca de Nadal. Llevaba una dedicatoria y la firma de todos los jugadores. "Es un regalo humilde", dijo el capitán de la selección, "pero lo hacemos con todo el corazón". La noche había entrado en fiesta.

"¡Que cante, que cante!", le pidieron los jugadores al gran tenor. Y Plácido accedió. Se embutió la camiseta, se sentó al piano y comenzó a cantar. En una mesa, Julen Guerrero quería morirse. Los jugadores saben que el joven centrocampista del Athletic práctica con el piano y le pidieron que acompañara a Plácido. Fue una tarea imposible.

La noche avanzó. La derrota con Italia estaba cerca y lejos. Pero en Manhattan, a las dos de la madrugada, todos se sintieron alegres y satisfechos. Casi se sintieron ganadores.

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