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Bosnia

"¿Quién lograría, aun con palabras sueltas, / hablar de tanta sangre y tanta herida / aunque diese al discurso muchas vueltas?", escribe Dante Alighieri en un pasaje estremecedor de la Divina Comedia. Los que hemos descendido algún día al infierno de Bosnia, intentando describir los horrores de la limpieza étnica, nos enfrentamos a la misma dificultad que el gran poeta: las escenas de sufrimiento y dolor programadas se suceden sin tregua, cuando el diluvio de bombas amengua en Sarajevo se recrucede en Mostar, cuando el vendaval de fuego amaina en Mostar se encrespa en Gorazde, cuando el río de sangre refluye en Gorazde invade los arrabales de Tuzla. ¿Y cómo hablar de las ciudades sumergidas como Vishegrad, del exterminio masivo de sus hombres y mujeres, de los cuerpos destrozados por las minas de las pupilas de la escuela de niñas minusválidas, del hedor de la carne quemada de los musulmanes atrapados en la mezquita? Los círculos del tormento impuesto a la inocente población bosnia se repiten indefinidamente: descritos con minucia por sus testigos, ¿cómo referirlos con nuevos términos? Los vocablos del diccionario acerca del terror y la infancia se han agotado, pero el crimen no cesa y la indiferencia o complicidad occidentales ignominiosamente se perpetúan.¿Qué dicen los firmantes del glorioso acuerdo de 4+1 de Washington sobre los enclaves protegidos después del implacable asalto a Gorazde y la ubuesca intervención militar de la OTAN -verdadero parto de los montes- que, más que asustar, envalentonó y aumentó el desprecio de los agresores hacia una comunidad internacional nula y evanescente? Al silencio inicial del Unprofor, a las patrañas del representante de la ONU, Yasuchi Akashi, a las amenazas jamás cumplidas, ¡la consabida cacofonía de excusas, lamentos, globos pinchados, golpes de pecho! Escuchemos la cruda verdad de boca de uno de los responsables del Unprofor al desvelarse la matanza: "Queríamos ser imparciales y hemos ratificado con la distribución de paquetes de ayuda humanitaria la agonía de Bosnia y el triunfo de los serbios. La ONU no ha querido jamás sacar la menor conclusión de sus sucesivos fracasos. La Sociedad de Naciones naufragó, las Naciones Unidas han muerto. Han sido derrotadas por un ejército que dista mucho de ser el más fuerte del mundo".

Como ese tonto de la farsa clásica, que deposita una y otra vez su confianza en el bribón que indefectiblemente le engaña, sin que la experiencia de sus respectivas trampas y burlas le sirva de nada, los negociadores comunitarios y mandos del Unprofor han creído o fingido creer siempre en la sinceridad y honradez de Karadzic y sus gentes con una mezcla de bobería y angelismo que serían risibles si no fueran realmente trágicos. ¿0 son acaso tanta credulidad y candidez el mero disfraz de su aceptación in péctore de las nuevas realidades creadas por la purificación étnica, una forma solapada de cinismo y complicidad? El honorable negociador comunitario lord Owen, Butros Butros-Gali, el señor Akashi, ¿son ingenuos al extremo de tomar por oro de ley las promesas de los criminales de guerra serbios o unos maestros en el arte de la duplicidad, en el hábito de mentir sabiendo que se miente? Su política, ¿no ha consistido siempre, como escribí en el Cuaderno de Sarajevo, en conducir al presidente bosnio, Alia Izetbegovic, a una rendición con condiciones, como a ese toro recién estoqueado por el diestro al que la cuadrilla empuja hábilmente a arrodillarse para que aquél culmine su faena con un limpio y eficaz remate?

Una reseña del libro de Noel Malcolm Bosnia. A short story, aparecida en el Times Literary Supplement, pone el dedo en la llaga: "Las causas determinantes del desastre de Bosnia fueron, en primer lugar, la calculada y eficaz estrategia política de la dirección serbia y, en segundo lugar, la absoluta incomprensión de los líderes occidentales. Ejemplos de esta ignorancia supina son su creencia de que el conflicto era una guerra civil (lo fue más tarde, cuando se mezclaron los croatas, pero no en la primera fase del conflicto, en la que se decidió la política de no intervención y de apaciguamiento respecto a Milosevic)" o "el fruto de odios atávicos en la ex Yugoslavia" (John Major dixit). Malcolm refuta sin gran dificultad esas apreciaciones baratas y concluye incisivamente: "Suponer que la guerra de Bosnia constituía una prolongación espontánea de las luchas interétnicas de la II Guerra Mundial es leer el guión elaborado por Karadzic y Milosevic".

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Este guión -cuyo esquema se remonta a la famosa declaración de la Academia de Ciencias de Belgrado y la ascensión al poder de Milosevic con su plataforma electoral de la Gran Serbia- se ha realizado puntualmente en medio de la parálisis, estupor y resignación de las opiniones públicas occidentales. La inicua decisión del embargo de armas que sólo castiga a los bosnios y la ayuda humanitaria en la que se escuda la Comunidad Europea para congelar en la práctica las conquistas de Karadzic y sus gentes han encerrado al Gobierno legítimo de Bosnia en una trampa mortal. "Defiéndanos o dejen que nos defendamos", clamaba en vano el presidente Alia Izetbegovic ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas el pasado mes de septiembre. Occidente le ha negado ambas cosas a un tiempo. Peor aún: los responsables del Unprofor, negociadores europeos y el representante de la ONU colaboraron activamente con los radicales serbios para impedir la neutralización de la artillería que machacaba Sarajevo y Gorazde, dejaron propalar la sospecha infame de que la matanza del mercado de la capital bosnia fue organizada por las propias víctimas y atribuyeron el asalto y carnicería de Gorazde a "las provocaciones musulmanas". No quiero alargar la lista de las colusiones flagrantes entre los mandos del Unprofor y los criminales de guerra serbios: la historia las revelará un día y pocos, poquísimos políticos europeos saldrán entonces limpios de la prueba.

¿A qué obedece la farsa o sainete diplomáticos a los que asistimos desde hace más de dos años?Tras lo acaecido con la retirada de los radicales serbios a los montes Igman y Bielesnika -sustituidos en el cerco por los soldados del Unprofor- y la supuesta "zona de exclusión" en tomo a Sarajevo -en la que Karadzic y sus chetniks jugaron al ratón y al gato y ridiculizaron a la fuerza internacional deponiendo y recuperando a su antojo las armas-, lo ocurrido en Gorazde muestra que las gesticulaciones de la ONU no impresionan ya a nadie. ¿Qué significa a estas alturas lanzar amenazas en las que no cree ni quien las fórmula ni el objeto de ellas ni el que las escucha?

Como decía justamente Hermann Tertsch: "Las fuerzas serbias se han retirado de Gorazde. ¿Han cumplido el ultimátum? No. ¿Van a pagar por ello? No. ¿Se han retirado a 20 kilómetros de las demás ciudades bajo protección de la ONU? No. ¿Va este ejército victorioso, movido por la mitología nazi, ( ... ) a desmovilizarse e integrarse en una vida civil en la que sus miembros no tienen otra salida personal que el robo y extorsión? No. ¿Darán por buenas sus conquistas contando con enclaves musulmanes en Bosnia oriental? Tampoco". Los extremistas serbios conocen mejor que nadie la resignación de Occidente, formulada con nitidez por el secretario de Estado en el Foreign Office Douglas Hogg: los leales a la presidencia bosnia deben "reconocer su derrota militar" y admitir el mini-Estado croata-musulmán que los negociadores planean. Y mientras europeos, rusos y americanos trazan el nuevo mapa de Bosnia que premia a los agresores y condena a las víctimas a un hacinamiento en guetos inviables, el cerco de Sarajevo se mantiene, la limpieza étnica continúa, el memoricidio se prosigue, el genocidio de la población musulmana se perpetúa. Quisiera hallar las palabras adecuadas a la descripción de estos círculos de horror magistralmente pintados por Dante. Pero los términos y conceptos de libertad, democracia y justicia que invocaría han sido prostituidos y devaluados. Ningún Gobierno europeo ha movido un dedo para defenderlos. Sólo los bosnios han creído en ellos y les dejamos morir en la indiferencia, víctimas a la vez de la barbarie y de nuestro increíble embotamiento moral.

Juan Goytisolo es escritor.

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