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Excentrico

Vicente Molina Foix

Gil-Albert ya no reconocía, pero lleaba siempre corbata. Su dandismo ra1egendario, y sus leyendas bronceadas por el exilio. El exilio es un destino de dandi. Wilde, uno de sus maestros confesos, le quitó oropel a su vida trágica en el hotelucho de París, y Cernuda, maestro in péctore, o perdió en sus peores días ingleses a compostura. De los tres, se cuentan anécdotas que mezclan dignidad, comicidad y vanidad: el cinturón de serpiente incapaz para el abdomen de Wilde, la manía de plancha de Cernuda con su único traje, el perfume que Gil-Albert se compró con la colecta para un abrigo.Tener a Gil-Albert en posición de dandi fue cómodo para el establishment. En Valencia, un poco descentrado, vivía -se sabía- un fino prosista, un primoroso poeta, un republicano que volvió pronto y no habló. Tuvo en los setenta dos o tres valedores de empuje, y poetas jóvenes hablaron mucho de él en sus provincias. Veinte años después seguía vivo, con la cabeza perdida, y lo poco que se decía de él era para celebrar -con un punto de escándalo- las poses de marinero peripuesto de su juventud. Luego murió.

Un escritor no debe hablar de premios, y para el dandi su premió es el desdén rectilíneo del rebaño. Cuando en las muertes-& Gil de Biedrna, Benet y ahora Gil-Albert (tres, ¿los tres?, grandes escritores del medio siglo pasado) sus admiradores o seguidores denunciamos a los críticos, escritores y demás académicos de la lengua que en sucesivos años olvidaron o vetaron sus candidaturas para los grandes premios literarios, no pedíamos justicia pata aquéllos, sino remedio para nosotros. Para un país que prima la reciedumbre castellana (mejor si salpicada de agua bendita) y la bravura galaico-portuguesa. Un país que llama delicatessen a lo que no se come con cuchara. Una cultura donde al excéntrico se le hacen tuertos y al patán rey.

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