El urbanismo sostenible
¿Hasta qué punto podemos explotar nuestros recursos naturales? Hagamos un simple ejercicio. Si tiene usted en. un pequeño terreno 30 árboles que han tardado 30 años en crecer, ¿cuántos árboles puede usted talar cada año? Puede usted no cortar ninguno. Es una actitud por la que uno puede sentir especial inclinación..., pero con ella habrá de renunciar usted a tener silla y mesa para trabajar, o puerta para protegerse del frío, o papel para escribir, o libro, o violín. ¿Está usted preparado para renunciar a ello? Es una opción muy respetable, pero la humanidad no la ha seguido en ningún momento de su larga historia.Puede usted cortar dos árboles al año. Pero sepa usted que dentro de 15 años no le quedará ningún árbol maduro y tendrá que esperar otros 15 años hasta que los que haya replantado puedan aprovecharse. Si sigue usted cortando a ese ritmo dejará su tierra exhausta, y sus recursos, agotados. Mientras pueda usted ir cortando, eso sí, tendrá dos mesas y dos sillas, dos puertas y dos violines. ¿Necesita usted realmente dos de cada? No está ahí la cuestión, el concepto de necesidad es subjetivo y siempre puede extrapolarse hasta el infinito. La carrera emprendida por aumentar indefinidamente nuestro bienestar se ha encontrado con el límite externo impuesto por los recursos naturales. El imposible crecimiento exponencial pone en entredicho nuestro modelo de civilización, y con ello, nuestro sistema de valores.
Puede usted cortar un solo árbol al año. Con la consecuente plantación anual, dentro de 30 años seguirá usted teniendo árboles maduros para seguir talando al ritmo de uno al año. No podrá vivir tan bien como si cortara dos, pero podrá mantener su nivel de vida. Y su hijo, y su nieto, también lo podrán mantener. Esta parábola resume bastante bien lo que en estos momentos se está extendiendo como el concepto del desarrollo sostenible. Pero no sólo hay que plantar árboles, hay que plantar también casas. ¿Podremos hacer metrópolis sostenibles?
En su definición más escueta, el urbanismo sostenible es aquél que aprovecha el presente urbano sin hipotecar el futuro. El que no impide con decisiones de hoy la resolución de las necesidades de mañana.
Las ciudades son nuestro mayor capital productivo. Madrid vale 21 billones de pesetas y es nuestro recurso artificial, nuestro capital acumulado más importante. Pero nuestras ciudades son también recursos escasos. La destrucción de este recurso, no renovable, tiene que ser enfocada con una filosofía similar a la que debemos emplear para los recursos estrictamente naturales. Pero además las ciudades son dinámicas. Son organismos vivos. No podemos impedir su crecimiento sin poner en peligro el propio equilibrio del organismo, desencadenando su raquitismo y su colapso. Nuestras ciudades son, por lo tanto, unos recursos que debemos a la vez utilizar y proteger.
Hemos vivido un largo periodo histórico de enfrentamientos ideológicos sobre la ciudad. Por un lado, posiciones que entienden que la ciudad es esencialmente una máquina económica, una gallina de huevos de oro, de la que hay que arrancar las mayores plusvalías en el más breve plazo. Es un modelo que genera densidades excesivas, pocos espacios públicos, escasos equipamientos colectivos e insuficiencia de infraestructuras. En un primer momento de la aplicación de este modelo la ciudad desarrolla una escasa habitabilidad. Es un problema que no preocupa a los defensores del modelo. Pero, según va avanzando en el tiempo, el modelo termina generando una pérdida decapacidad productiva y competitiva. Se calcularon hace un tiempo en 50.000 millones de pesetas al año los costes de la congestión del tráfico en Madrid; cifras mayores son las derivadas de la carestía del suelo. Esos costes añadidos producen una pérdida de competitividad y, por lo tanto, una paralización de las inversiones, que a su vez reducen la capacidad productiva. El organismo entra en una patología de raquitismo. Éste es ya un problema que debería preocupar a los defensores del modelo desarrollista, a no ser que respondan con la famosa contestación de Keynes: ¿El modelo no tiene futuro? Da igual, en el futuro todos estaremos muertos.
En la otra postura de este enfrentamiento ideológico, los que entienden la ciudad estrictamente como una herencia histórica inamovible, o como un espacio de convivencia social cuya generación o mantenimiento deben ser independientes de su viabilidad económica. Es la otra manera de matar la gallina de los huevos de oro. Para mantener esta ciudad socialmente costosa se estruja fiscalmente al sistema productivo, sin producir en contrapartida las infraestructuras necesarias para su funcionamiento.
Son éstos los planteamientos urbanísticos del antagonismo tradicional entre la justicia social y la eficacia económica que se identificaban con claros posicionamientos políticos. Durante años, el urbanismo y la planificación urbana se han debatido entre unos y otros, sin fórmulas de coordinación. Pero hoy aparece una tercera vía en la que se encuentran formas de integración de estos objetivos hasta ahora irreconciliables. Aplicar los principios de un urbanismo sostenible es conseguir que, por un lado, no se destruya la ciudad por una sobreexplotación especulativa y que, por el otro, no termine la ciudad siendo inviable debido a unos costes de mantenimiento que sean excesivos para la maquinaria económica de la sociedad que la tiene que generar y financiar. El urbanismo sostenible potencia la actividad económica máxima dentro de los límites que exige no hipotecar el futuro. Consigue un entorno habitable en los límites de lo financieramente viable.
Los principios del urbanismo sostenible constituyen una vía integradora de esos objetivos de justicia y eficacia, hasta ahora antagónicos e incompatibles. Es una tercera vía superadora de los enfrentamientos ideológicos que han caracterizado al urbanismo de nuestro siglo XX, y una sólida plataforma para construir un presente sin un futuro hipotecado. Una clave de arco para nuestro futuro urbanístico y político.
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