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EL ESPECTADOR

Por qué se llenan los estadios

En el país de la FIFA menos afecto al fútbol dos millones y medio de espectadores han acudido a los estadios en la primera fase del Mundial. Con esta cifra se iguala ya la de Italia 90. Un millón más se espera que asista en la segunda etapa. ¿Cuál es. el secreto de este éxito? ¿Qué empuja al público para sentarse en las gradas incluso ante equipos de segunda fila?Una explicación inmediata es que Estados Unidos no es una unidad de americanos. Un 7% de la población de Chicago, un 12% de la de Nueva York, un 19% de los habitantes de San Francisco o un 21% de la totalidad de Los Ángeles está formado por extranjeros nacidos en países con posible tradición futbolística. Tocas estas ciudades son sede del campeonato.

El deseo de los organizadores se habría satisfecho mejor si México hubiera jugado en Los Ángeles o Irlanda en Boston, donde las comunidades de apoyo son más amplias, pero aun así el resultado es óptimo. En el partido Italia-Irlanda del Giants Stadium acudieron, multitud de irlandeses desplazados desde Nueva York y otras ciudades. En el Bronx neoyorquino, la calle Forham divide la contigüidad entre Norwood y Belmont, o irlandeses e italianos, y en la totalidad de Nueva York se cuentan hasta tres millones con antecedentes italianos. Unos sesenta millones de norteamericanos tienen ancestros alemanes, doce millones, mexicanos, otros seis millones, holandeses. Hablar de Estados Unidos es hablar de todos los públicos y de todas las aficiones, inmigrantes y nativas.

En realidad los expertos opinan que para la Liga norteamericana del próximo año el aforo ideal de los campos debería estar en torno a las 15.000 localidades. No existe por tanto afición para justificar la concurrencia actual. Tres factores más han concurrido en la convocatoria. El primero es el poder de lo excepcional, el segundo es la llegada de forofos extranjeros, estimada en más de un millón. Y el tercero, muy norteamericano, es el apoyo de las corporaciones.

Siempre existen millones de extranjeros, parte de ellos aficionados al fútbol. En torno a los estadios pululan los revendedores para ese hombre de negocios sueco, suizo o coreano que quiere ver a su equipo. Nunca le faltará entrada con el aliciente del dinero. Gillette da 134 millones a quien, una vez seleccionado por sorteo, meta el balón en un determinado agujero del estadio Rose Bow. Es un estímulo.

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